Si nos pusiéramos a analizar el patrimonio eclesiástico de Barcelona, seguramente no consideraríamos la iglesia del Tibidabo entre los templos más bonitos de la ciudad. Tampoco ha de extrañarnos, puesto que la urbe posee construcciones tan espectaculares como la Sagrada Familia; basílicas de novela, como Santa María del Mar; y pequeñas iglesias con encanto, como la de San Felipe Neri, que se halla en el corazón del barrio Gótico y todavía muestra en su fachada los desperfectos causados por la metralla durante la Guerra Civil.
Sin embargo, el Templo Expiatorio del Sagrado Corazón de Jesús debe gran parte de su atractivo a su privilegiado emplazamiento, ya que está ubicado en la cima del Tibidabo, o lo que es lo mismo, de la montaña más elevada de la sierra de Collserola. Así pues, su silueta es claramente reconocible desde muchas de las calles de la ciudad que miran a la montaña, mientras que desde el templo se puede gozar de una de las vistas más hermosas de la capital catalana.
- El proyecto de levantar una iglesia en el Tibidabo
- La construcción de la cripta y la basílica del Sagrado Corazón
El proyecto de levantar una iglesia en el Tibidabo
La intención de erigir una iglesia católica en la cima del Tibidabo surgió en los últimos años del siglo XIX, justo cuando se iniciaba la urbanización de esta zona alta de la ciudad, atendiéndose a la propuesta del empresario catalán Salvador Andreu. Pocos años más tarde —a comienzos del siglo XX—, se abrió la avenida del Tibidabo y algunos miembros de la clase alta barcelonesa establecieron en ella sus elegantes residencias; otros, sin embargo, prefirieron asentarse en el también flamante passeig de Gràcia.
Los proyectos para situar en la cima del Tibidabo una iglesia protestante o un hotel con casino motivaron que una “Junta de Caballeros Católicos” comprara dicho terreno y se lo cediera al sacerdote italiano Juan Bosco. El religioso se encontraba por aquel entonces de viaje en la Ciudad Condal junto a Dorotea de Chopitea, la que acabó convirtiéndose en mecenas del templo.
En la decisión de darle al templo el nombre de Sagrado Corazón influyó el hecho de que la advocación estuviera de moda en aquella época, pues el papa León XIII había contribuido de forma notable a su difusión. Prueba de ello es el levantamiento en esa misma época de la iglesia romana del Sacro Cuore di Gesù, impulsada por el mismo Bosco, y del Sacré-Coeur de París. En este sentido, las vinculaciones entre el templo barcelonés y la famosa iglesia parisina no se limitan exclusivamente a su toponimia y a su situación elevada sobre la ciudad, pues ya en 1902, en el discurso tras la colocación de la primera piedra, el obispo Salvador Casañas y Pagés instó a los fieles a que contribuyeran dando limosna a la edificación del “nuevo Montmartre de Barcelona”.
La construcción de la cripta y la basílica del Sagrado Corazón
Como explicábamos, la erección de la iglesia del Tibidabo (o Templo Expiatorio del Sagrado Corazón de Jesús) se inició en 1902, haciéndose cargo del proyecto el fecundo arquitecto barcelonés Enric Sagnier i Villavecchia, autor de cerca de 300 obras en la capital catalana, entre ellas la Caja de Pensiones de la vía Laietana, cuyo coronamiento recuerda el lenguaje estilístico empleado en la basílica del Tibidabo. No obstante, el relevo al frente de la construcción lo tomó su hijo, Josep Maria Sagnier i Vidal, quien concluyó la obra en 1961.
Se trata de un edificio atípico por su sorprendente mezcla de estilos. De hecho, ya en su cripta (que es lo primero que encuentra el viajero) se dan cita elementos decorativos románicos y góticos, aunque es el lenguaje neobizantino el que sobresale frente al resto. En su fachada pétrea están representados Santiago, Sant Jordi y la Virgen de la Merced, es decir, los patrones de España, Cataluña y Barcelona. Dichas esculturas quedan enmarcadas por un mosaico confeccionado en los Talleres Bru de Barcelona en 1955 para reemplazar al original de Daniel Zuloaga, que fue destruido en 1936.
El interior de la cripta responde asimismo a una estética neobizantina, presentando una planta de cinco naves rematas en ábside semicircular, las cuales están demarcadas por gruesas columnas y cubiertas con bóvedas de poca altura.
Dos escalinatas rodean la cripta y permiten alcanzar la basílica del Sagrado Corazón. Si la horizontalidad dominaba en la primera de las construcciones, aquí sucede todo lo contrario, pues se trata de un templo de planta cuadrada que asume los preceptos fundamentales del gótico (neogótico en este caso) y potencia su verticalidad. La misma queda reforzada por las cuatro torres situadas en las esquinas, flanqueadas por las esculturas de los doce Apóstoles, al tiempo que sobre ellas se alza una torre central presidida por la figura en bronce del Sagrado Corazón, una imagen que recuerda (salvando las distancias en cuanto a dimensiones) a la monumental estatua del Cristo Redentor o Cristo del Corcovado de Río de Janeiro.
El interior de la iglesia del Tibidabo resulta bastante austero si se compara con el derroche ornamental de la cripta. No obstante, el espectáculo aguarda en sus terrazas, pues desde ellas se puede contemplar la Ciudad Condal como si de una maqueta se tratase. Los instagramers enloquecerán inmortalizando la mítica noria del Parque de Atracciones del Tibidabo, la silueta de la Sagrada Familia o la Torre Agbar. Si el día acompaña, vale la pena dejar las cámaras por un momento y deleitarse contemplando el trazado urbano de la ciudad. Los aviones que continuamente cruzan el cielo de la capital catalana y los barcos que surcan las aguas del Mediterráneo le añaden un plus de belleza. Si hay un sitio para enamorarse de Barcelona, sin duda es este.