A pocos kilómetros de Roma, en Tivoli, se levanta la majestuosa Villa d’Este, un palacio del siglo XVI, declarado por la Unesco Patrimonio de la Humanidad en 2001, cuyos jardines han sido un referente en el diseño de paisajes europeo por sus espectaculares caídas de agua, terrazas, cuevas y fuentes musicales. La  obra supuso, en aquella época, una gran innovación de la ingeniería, pues se tuvieron que abastecer todas las fuentes, estanques y juegos de agua que se encontraban repartidos por la colina.

Villa d’Este, el capricho de Hipólito d’Este en Tivoli

Fue el cardenal Hipólito (o Ippolito) d’Este, hijo de Lucrecia Borgia y Alfonso I d’Este, quien ordenó construir la villa en 1550. Tras una negativa en su elección como pontífice, el cardenal centró su frustración en crear una residencia a la altura de los mejores palacios de Italia y Francia. El complejo se situó donde antiguamente se encontraba el convento franciscano de Tivoli, terreno que el papa Julio III había cedido a Hipólito tras su nombramiento como gobernador.

Al poco tiempo de terminar la obra en 1572, el cardenal falleció; sin embargo, la familia no cesó en su tarea de embellecer la villa y los jardines añadiendo más y más fuentes. Durante el siglo XVIII, la villa cayó en un periodo de decadencia que fue a peor cuando pasó a manos de los Habsburgo. Prácticamente en el abandono, y tras la Primera Guerra Mundial, el Estado se hizo cargo de ella y comenzó las reformas para abrirla al público.

 

 

Jardines de Villa d’Este

Los jardines de la villa se organizan en torno a un eje central, con otros secundarios que lo cortan. Están asentados sobre terrazas y rodeados de más de 500 fuentes y esculturas que refrescan el lugar, evocando los antiguos Jardines Colgantes de Babilonia. Para llevar el agua a las diferentes partes del jardín, se emplearon canales, depósitos y acueductos. El agua del río Aniene (a 1 kilómetro de distancia) y del manantial Rivellese (con una cisterna bajo el patio de la villa) viajaba a través de los distintos niveles, serpenteando entre la exuberante vegetación e imágenes mitológicas. Por otra parte, el tan característico estilo manierista del jardín, que buscaba el enredo, la extravagancia e iba en contra del ideal de belleza clasicista, fue motivo de imitación en otras obras durante siglos.

Jardines Villa d’Este
Jardines Villa d’Este

La gruta de Diana, la fuente de los Dragones y otros caprichos

Desde la terraza más alta de la villa se puede descender por una de las dos escalinatas simétricas que flanquean el eje central hasta la gruta de Diana, donde se encuentra la escultura de una ninfa decorada con frescos y mosaicos de piedra. Siguiendo por la escalera de la izquierda se llega hasta la fuente Rometta, con esculturas de la diosa Roma o Luperca amamantando a Rómulo y Remo, fundadores de la ciudad. Bajando el siguiente nivel se encuentra el paseo de Las Cien Fuentes, cuyos chorros de agua salen a cada lado del pasillo. Y, al final del mismo, se vislumbra la fuente Oval, que cae en cascada desde una pila ovalada situada tras un hermoso ninfeo (monumento a las ninfas que habitaban en las grutas de la zona).

En el centro de los jardines se sitúa la fuente de los Dragones, construida para honrar al papa Gregorio XIII, cuyo emblema familiar era un dragón. Esta fuente también se conoce como la Girandola, ya que el mecanismo de los chorros se asemeja con los fuegos artificiales. El siguiente, y último nivel, está plagado de estanques de peces, la hermosa fuente de Neptuno y la fuente del Órgano, que recibe su nombre de la maquinaria interna que produce melodías musicales. Este tipo de fuente se hizo realmente popular durante el Renacimiento.

El interior de la villa

La Villa d’Este se inspiró en la cercana Villa Adriana, residencia de descanso del emperador Adriano, y de la cual incluso se reutilizó parte del mármol para sus esculturas y fuentes. También fue el lugar donde el cardenal celebraba todo tipo de fiestas y llevaba, sin pudor alguno como se esperaría de un hombre de la Iglesia, a sus dos amantes, quienes caerían rendidas al ver las increíbles vistas del valle y los jardines desde el balcón principal.

El edificio consta de dos plantas. En el centro de la villa, donde antiguamente se ubicaba el claustro benedictino, hay un hermoso patio del siglo XVI. Desde este patio se accede al llamado Apartamento Viejo, donde residía el cardenal en una de las 10 habitaciones, decoradas con techos abovedados y frescos. El estilo lujoso y excesivo se extiende a lo largo del palacete por la biblioteca y la capilla hasta llegar al piso inferior. En el Apartamento Noble, la decoración, si cabe, es aún más pomposa con mosaicos y estucados ornamentados. La fachada destaca por su Gran Logia, una galería exterior con arcos sobre columnas y un techo, que seguramente funcionaría como punto de encuentro en las calurosas tardes de verano.

La ubicación en lo alto de la colina, junto al río y rodeada de cientos de fuentes y saltos de agua, convierten a la Villa d’Este  en el perfecto retiro veraniego. Además, su visita es una gran ocasión para conocer el estilo de vida de la clase alta romana durante los últimos años del Renacimiento.