La basílica de San Ambrosio, de rasgos tan variados debido a su dilatada historia, es uno de los exponentes más logrados del románico lombardo. Un atrio frontal porticado nos recibe antes de entrar en este templo del antiguo cristianismo, como dejándonos unos minutos de reflexión entre la simetría y belleza de sus galerías y arcos.
Esta basílica cuenta, además, con dos campanarios, cosa excepcional, por un motivo curioso: en el año 789 se estableció allí un monasterio al que llegaron monjes que hacían vida en comunidad. Hasta entonces, San Ambrosio había estado a cargo de clérigos regulares, que no vivían allí, pero de forma inusual decidieron convivir en el mismo espacio los dos grupos, quedando la basílica partida en dos. Cuando en el siglo IX los monjes hicieron un campanario (la torre de los Monjes), no le permitieron su uso a los clérigos para hacer su llamada a misa. Finalmente, en el siglo XII estos levantaron su propio campanario, quedando perfilada así la extraordinaria figura de la basílica.
Sin embargo, la riqueza material más deslumbrante de la basílica está en el interior, en sus mosaicos y en las piedras preciosas, oro y plata que la adornan. Cada rincón puede esconder una placa funeraria, trampantojos que simulan la presencia de estatuas mortuorias, inscripciones en latín o escenas de la vida de San Ambrosio. Rodeados de todo ello se exponen los restos de mártires del cristianismo, así como el cuerpo del mismo San Ambrosio. Junto con el Duomo, es la iglesia más importante de Milán y, merecidamente, una de las más simbólicas y especiales del cristianismo.
El altar de oro y otros tesoros de la basílica de San Ambrosio de Milán
El interior de la basílica de San Ambrosio está, literalmente, lleno de objetos preciosos, espléndidos mosaicos y lujosas capillas. Encontramos también, en la capilla de los Santos, los restos de los santos Ambrosio, Gervasio y Protasio. El cuerpo de San Ambrosio, cubierto por lujosas telas, es una de las imágenes más impresionantes de la capilla de los Santos. De entre las muchas maravillas que nos ofrece la basílica, estas son cuatro de las más destacadas:
- Ciborio y altar de Oro. Esta estructura, sostenida sobre cuatro pilares de mármol y rematada en una cúpula, era la destinada en las iglesias antiguas a albergar el altar. En el caso del Ciborio o Baldaquino de Milán, estamos ante una de las obras más representativas de la orfebrería del imperio de Carlomagno. En este caso, da cobijo al famoso altar de San Ambrosio, cubierto con oro y piedras preciosas.
- Coro. En el ábside encontramos los asientos, tallados en madera, desde los que el coro interpretaba las salmodias y cantos de la liturgia. Está coronado por una cúpula cubierta con mosaicos del siglo V, de estilo bizantino, que representan a Cristo Pantocrator e imágenes de la vida de San Ambrosio.
- Museo. Guarda una serie de objetos de gran antigüedad y valor material. Entre ellos está el ostensorio de oro, una impresionante custodia áurea de gran tamaño, donde se guardan las obleas para la eucaristía.
Encontramos también aquí la sala Piagnoni, con un trampantojo que engaña a la vista simulando dos figuras yacentes, así como ejemplos de murales, esculturas y pinturas de diferentes influencias. Esta sala se remonta a un pasado absolutamente rocambolesco: Piagnoni era el nombre que recibían los seguidores del famoso hereje Savonarola.
En sus casi cincuenta años de vida, este contestatario fraile dominico propuso lúcidas reformas en la Iglesia y llegó al poder en Florencia, donde quemó todos los artículos de lujo de sus ciudadanos en la “hoguera de las vanidades”, además de a varias personas acusadas de vanidad. Finalmente, fue excomulgado por el papa Borgia. Savonarola, poco después de declarar ante el sumo pontífice, fue apresado y quemado en la hoguera, con lo que comenzó su mito.
- Capilla de San Vittore in Ciel d´Oro. La “capilla del Cielo de Oro”, de dorados mosaicos, tiene en su cúspide el primer retrato conocido de San Ambrosio. Está dedicada al mártir San Victor, soldado romano que se opuso a principios del siglo IV a celebrar los ritos paganos del Imperio. Esta capilla es anterior a la basílica y, cuando ésta se construyó, fue añadida al conjunto.
Un centro de culto milenario
La basílica de San Ambrosio es considerada uno de los más bellos modelos del románico lombardo, con reminiscencias de la arquitectura bizantina. La inspiración oriental de esta cultura la recoge de otra ciudad perteneciente al Imperio de Bizancio, Rávena. En sus orígenes, se trataba de una iglesia a las afueras para honrar los cuerpos de los mártires. Hoy está en pleno centro de la ciudad.
Este antiguo lugar de culto fue fundado en el siglo IV por orden de San Ambrosio, con el fin de acoger los restos de los primeros mártires del cristianismo, ejecutados en los últimos siglos del Imperio Romano. Muerto San Ambrosio, la basílica tomó su nombre, viviendo sucesivas obras de reparación y añadidos posteriores. Aunque todavía se conservan partes visibles del siglo noveno, hacia el año 1100 la basílica de San Ambrosio toma su forma definitiva, que hoy podemos contemplar.
A lo largo de casi 2000 años, la iglesia y posterior basílica de San Ambrosio fue reflejando todos los cambios y culturas que pueden sucederse en un espacio de tiempo tan amplio. Quizá el más importante de todos los grandes artistas y arquitectos que dejaron su huella allí fue Donato Bramante, que inició la construcción de la basílica de San Pedro. En la basílica, se encargó de renovar la nueva rectoría.
San Ambrosio, patrón de Milán y padre fundador de la Iglesia
La basílica de San Ambrosio inicia su andadura de manos de la iniciativa de este precursor de la naciente Iglesia. En esa época, el cristianismo estaba muy dividido, y San Ambrosio defendió las ideas adoptadas por la Iglesia de Roma durante el Concilio de Nicea, en el año 325. Entre ellas había cuestiones cruciales para la futura Iglesia, como la de establecer que Jesús no era un ser humano como nosotros, sino Hijo de Dios y de naturaleza por tanto divina.
San Ambrosio es hoy reconocido como uno de los cuatro padres de la Iglesia, aquellos que, en los años en que florecían las interpretaciones del mensaje de Cristo, fijaron las pautas que había de seguir. Desde entonces han sido admirados y estudiados, siendo San Agustín el que ha conseguido tener más éxito, fama y repercusión. Fue San Ambrosio el que consiguió convencer a San Agustín de que se uniese a los postulados de la Iglesia, y fue él mismo el que bautizó al autor de sus muy leídas Confesiones.