Te contamos qué ver en Lanzarote, en nuestro paso por las Canarias. Una guía turística que se une a las de Tenerife, Gran Canaria y Fuerteventura.
Conoce todas las actividades de una isla que impresiona a cada momento. La extrañeza y el carácter poderoso, enigmático, de sus paisajes volcánicos producen muchas veces en el viajero la sensación de estar en otro planeta. Recorrer los 850 kilómetros cuadrados de su geografía de lava y mar es como acceder a un territorio nuevo. Ni la saturación turística ha conseguido acabar con su imagen de región ignota, que se intensifica especialmente en zonas como el Parque Nacional de Timanfaya.
Los visitantes se sienten cautivados por las playas, por la pequeña isla hermana de La Graciosa; en general por el magnetismo de sus espectaculares parajes naturales. Pero Lanzarote es también el resultado de la mano de un hombre, el artista César Manrique, quien fue capaz de frenar la especulación urbanística. Su respeto al Medio Ambiente y su capacidad para integrar la arquitectura con la naturaleza ha dado lugar a rincones inolvidables, como los Jameos del Agua, el Mirador del Río o el Jardín de Cactus. Ejemplos de cómo es posible añadir aún más belleza a la belleza.
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Los lugares imprescindibles de Lanzarote
Timanfaya, un sublime paisaje volcánico
Un paisaje impresionante, como de otro planeta, es lo que se encuentran los viajeros que llegan a Timanfaya. Montaña de Fuego, Montaña Rajada, el islote de Hilario, la Caldera del Corazoncillo, las Montañas de Rodeos y de Señalo, el Pico Partido, la Caldera de Rilla… He aquí algunas de las formaciones volcánicas que componen esta extensión de malpaís en Lanzarote. Un lugar donde todo conduce al silencio y a la trascendencia.
La singularidad de Timanfaya es producto de la actividad volcánica que tuvo lugar entre 1730 y 1736, cuando parte de la isla se estremeció y quedó cubierta por lava y grandes rocas incandescentes. Hasta doces pueblos quedaron sepultados bajo las cenizas. Las altas temperaturas de la superficie recuerdan que bajo el terreno sigue latiendo una cámara magmática, un auténtico corazón de fuego.
La temprana declaración como Parque Nacional en 1974, ampliada más tarde como Zona de Reserva en más del 90% del territorio, ha permitido que el entorno permanezca prácticamente inalterado. Para conocer sus particularidades, lo primero que debe hacerse es acudir al Centro de Visitantes e Interpretación de Mancha Blanca. Es el espacio en el que conocer a fondo el fenómeno volcánico de este impresionante parque que ocupa más de 50 kilómetros cuadrados. Aunque una parte está protegida y resulta inaccesible para los visitantes, es mucho lo que puede verse. En esta extensión sublime, donde el negro se mezcla con encendidas tonalidades ocres y rojas, se accede a paisajes imposibles de olvidar.
Los amantes del senderismo pueden realizar distintos recorridos a pie por Timanfaya, pero lo más habitual y sencillo es hacer una ruta guiada en autobús. El itinerario recorre, durante 40 minutos, la ruta de los volcanes, un paseo entre tubos volcánicos, campos de piroclastos y lava. Quienes se queden con ganas de disfrutar más de estos insólitos parajes, cuentan con otras opciones, por ejemplo la ruta Tremesana o la del Litoral. Siempre es aconsejable realizarlas con guías, pero los caminantes más preparados tienen la posibilidad de acometer algunas de ellas libremente. También gozan de gran aceptación los paseos en dromedario por la zona. Una aventura ideal para las familias con niños.
Jameos del Agua, un viaje al centro de la tierra
Los Jameos del Agua es una fascinante intervención de César Manrique. El artista se hace presente, una y otra vez, en los rincones de la isla. Sus arquitecturas, siempre cuidadosas con el medio ambiente, se integran en la naturaleza de un modo magistral. En el caso de los Jameos, el creador jugó con la idea de un viaje al centro de la tierra. Esta impresión acompaña al visitante desde que se inicia la visita y baja las escaleras del primer tramo. A partir de ese momento las expresiones de asombro se suceden.
Manrique ideó este sueño arquitectónico a partir de su fascinación por el túnel volcánico que se había originado tras la erupción del Volcán de la Corona. Tiene más de seis kilómetros de longitud y se prolonga desde el mismo cráter del volcán hasta el mar, introduciéndose bajo el océano un kilómetro y medio. Los Jameos del Agua se sitúa en la sección más cercana a la costa del túnel. Debe su nombre a la existencia de un lago interior que constituye una formación geológica singular. Se origina por filtración al encontrarse por debajo del nivel del mar. Lo constituyen tres jameos o aberturas en el terreno. El “Jameo Chico”, por donde se realiza el acceso al interior, el “Jameo Grande” y un tercero, denominado “Jameo Redondo”.
La vegetación brota del basalto y unos diminutos cangrejos albinos habitan en el lugar. Una piscina de contornos encalados, un auditorio y un centro especializado en vulcanología, componen el espacio, concebido como un Centro de Arte, Cultura y Turismo. En su recorrido se encuentran rincones impactantes. Está, por supuesto, el lago natural, con sus aguas transparentes, y una bóveda de cañón, que recuerda a la nave de una catedral, con un agujero en la parte superior por donde entra un impresionante haz de luz de forma cenital.
En las zonas ajardinadas la vegetación se muestra de forma exultante. Las palmeras, los cactus y las higueras parecen custodiar la piscina blanca de formas onduladas. El verde de las plantas, el níveo de la piscina, el azul del agua y el negro de la roca volcánica forman un conjunto de gran belleza. Quienes hayan asistido a algún concierto en el auditorio de los Jameos del Agua, en el interior de una gruta volcánica, saben que se trata de un lugar privilegiado por sus características geológicas y condiciones acústicas.
Cueva de los Verdes, los caprichos de la lava
También en el interior del túnel producido por la erupción del Volcán de la Corona, se encuentra la Cueva de los Verdes, situada en el municipio de Haría. El espacio aguarda al viajero como un espejismo. Es una especie de laberinto en el que se enlazan tres galerías superpuestas y conectadas entre sí de manera vertical. En algunas zonas alcanzan los 50 metros de altura.
Las caprichosas formas de la lava sorprenden a quienes visitan este singular rincón de Lanzarote. El paseo por el interior siempre es agradable por la temperatura constante (en torno a 19 ºC) y por las curiosidades que los guías van relatando. Suelen destacar las formaciones y estructuras pétreas más peculiares como estalactitas de lava y marcas que indican los niveles del paso del río de fuego. Algunos de sus espacios más destacados son el Auditorio, la Sala de las Estetas, la Garganta de la Muerte y la Puerta Mora.
En el pasado el lugar sirvió de refugio para el ganado a la familia de Los Verdes, propietaria del terreno. De ahí su nombre. Y aún antes, en los siglos siglos XVI y XVII, permitió a los lugareños ocultarse durante los ataques de piratas procedentes del norte de África. No fue hasta un siglo después cuando su importancia geológica fue reconocida y comenzó a recibir las visitas de científicos y eruditos europeos que quedaron fascinados por una formación volcánica tan poco habitual.
El proyecto de habilitarla como foco turístico comenzó en 1964, cuando se habilitaron dos kilómetros de recorrido. Desde ese momento se incorporó a la red de Centros de Arte, Cultura y Turismo del Cabildo de Lanzarote. En la actualidad el aspecto de la Cueva de los Verdes se debe al artista Jesús Soto, habitual colaborador de César Manrique. Sobresale la utilización de la luz y las sombras, con el objetivo de destacar la piedra y de resaltar las contorsiones de la lava, sus tonos rojos, grises, negros y ocres.
La Graciosa, la octava isla canaria
Cualquiera que haya visitado la isla de La Graciosa no podrá olvidar el impacto de su imagen cuando el barco se va acercando al puerto. Cada treinta minutos parten ferrys desde el puerto de Órzola en Lanzarote. La corta travesía se convierte en un viaje hacia un sueño. Porque La Graciosa, la octava isla habitada del archipiélago, es un paraíso en diminuto. En ella no hay asfalto. Sus calles de arena sorprenden cuando se llega a Caleta de Sebo. Entonces se paran los relojes. Aquí hay que olvidarse de las prisas. El tiempo se detiene y todo aleja al viajero de la fisonomía y los ruidos de la urbe.
En el extremo más oriental de Canarias, La Graciosa es un rincón de sosiego con una población de menos de 1.000 habitantes. Caleta de Sebo es el núcleo más habitado, seguido del poblado de Pedro Barba, una aldea con apenas un puñado de casitas blancas para gente que busca privacidad y mucha tranquilidad.
Los volcanes de Las Agujas, El Mojón, Montaña Amarilla y Montaña Bermeja dominan el entorno. Y en el mar asoman los islotes de Montaña Clara, Alegranza, Roque del Este y Roque del Oeste. En este paisaje de tonalidades rojas, amarillas y ocres todo parece hecho para detenerse y contemplar. A lo largo de sus 27 kilómetros cuadrados, la isla sorprende con sus playas desiertas y sus fascinantes paisajes volcánicos. A pie o en bicicleta, se pueden recorrer decenas de senderos por los que perderse en el silencio y la belleza de la naturaleza salvaje.
Entre los atractivos del lugar, conviene destacar el centro de buceo, bajo el nivel del mar. La isla es parte de la Reserva Marina del Archipiélago Chinijo, la mayor de Europa, que comprende 70.700 hectáreas en las que se concentra la mayor biodiversidad marina de las Canarias. El territorio abarca también las islas de Alegranza y Montaña Clara, deshabitadas y con espectaculares playas. A ellas se puede acceder en las excursiones en catamarán o barco que se organizan por la zona.
En una estancia en La Graciosa no puede faltar una visita a la Montaña Amarilla. La ruta se puede realizar a pie o en vehículo privado. Merece la pena acercarse a este antiguo volcán cuyo sugerente color contrasta con el azul del cielo y el turquesa del mar. Y después darse un baño en la Playa de la Francesa, una amplia extensión de arena blanca, que conduce, en su extremo, a través de un estrecho sendero, a la Playa de la Cocina, una bella cala encajonada al pie mismo de la Montaña Amarilla.
También es espectacular la salvaje Playa de Baja del Ganado, en la costa norte. Aquí, donde se entremezclan la arena y las rocas volcánicas, se puede disfrutar de una espectacular vista de la cercana isla de Montaña Clara. Aún más al norte se encuentra la Playa de las Conchas. Este extenso y solitario arenal es acosado por fuertes corrientes oceánicas. Aquí es fácil sentirse como un náufrago en una isla desierta. Y bordeando la costa aparece una de las imágenes icónicas de La Graciosa. Se trata de los Arcos de los Caletones, unos arcos naturales de basalto formados por la erosión de las olas del mar que fluye por debajo. Muy cerca se ubica la Playa del Ámbar, rodeada de dunas de arena.
Mirador del Río, “ojos” sobre el Archipiélago Chinijo
El Mirador del Río, obra de César Manrique, es uno de los rincones más especiales de la isla de Lanzarote. Su localización en lo alto del Risco de Famara –un macizo montañoso de 22 kilómetros de longitud– le otorga unas panorámicas únicas del parque natural del Archipiélago Chinijo. La obra se halla sobre las Salinas del Río, las cuales llaman la atención por la tonalidad rojiza que aportan al paisaje.
Como es habitual en las creaciones de Manrique, la construcción se integra de tal modo en el entorno que resulta prácticamente inapreciable desde el exterior. El ingreso al mirador se realiza a través de un pasillo flanqueado por hornacinas, las cuales acogen cerámicas tradicionales ejecutadas por el artesano local Juan Brito. El corredor desemboca en el corazón del edificio, en su gran sala central. Dispone de una agradable cafetería y es donde se encuentran los espectaculares ventanales que cumplen la función de “ojos del mirador”.
A través de ellos se divisa el conjunto de islotes que conforman el parque natural del Archipiélago Chinijo, entre los que destaca la isla de La Graciosa. En primer término se puede vislumbrar también el tramo de mar que separa a la pequeña isla de Lanzarote. Los locales lo denominan “río”, siendo por tanto la toponimia de este elemento natural la que da nombre al mirador.
Jardín de Cactus, un lugar de gran belleza
El Jardín de Cactus, la última intervención de César Manrique en Lanzarote, es actualmente uno de los espacios más visitados de la isla. El jardín alberga en torno a 4.500 ejemplares de cactus, un total de 450 especies distintas. Pero la colección se va incrementando, por lo que, poco a poco, van sumándose nuevas plantas llegadas de los cinco continentes. Aquí hay ejemplares originarios de Madagascar, Perú o Tanzania, así como cactus autóctonos del archipiélago canario.
La llamativa diversidad y el magnífico diseño de César Manrique han contribuido a que el conjunto sea considerado Bien de Interés Cultural, en la categoría de Jardín Histórico. Como es habitual en todas las creaciones del artista canario, el Jardín de Cactus es una obra de arte total. En ella se conjugan disciplinas como el paisajismo, la arquitectura, la pintura o la escultura. Los viajeros que visitan el conjunto se enamoran de un espacio que destaca por su estética y tranquilidad.
La estructura del Jardín de Cactus fue ideada con una intención efectista, persiguiendo deliberadamente la sorpresa del espectador. Al lugar se entra a través de un acceso curvo que sortea una escultura central. Una vez superada esta, el visitante puede gozar de una panorámica completa del jardín y descender por las escalinatas para disfrutar de la impresionante concentración de cactus.
En el horizonte del Jardín sobresale el perfil de un molino de millo —es así como se conoce al maíz en las Islas Canarias–, radicando su interés en el hecho de ser uno de los últimos edificios de esta tipología conservados en la isla. Este edificio de comienzos del siglo XIX servía para elaborar gofio, un producto fundamental en la gastronomía de la región. Desde el molino, se puede disfrutar también de una de las mejores panorámicas del área. Dentro del anfiteatro sobresalen dos construcciones rematadas en cúpula, destinadas a acoger la cafetería y la tienda del Centro de Arte, Cultura y Turismo.
Los Hervideros, un espectáculo asombroso
Los Hervideros, en la costa suroeste de Lanzarote, son unas extraordinarias grutas. Su fisonomía es el resultado del contacto de la lava expulsada por los volcanes del Parque Nacional de Timanfaya, entre 1730 y 1736, en contacto con el océano Atlántico. Las caprichosas formas que tienen las rocas en este lugar se deben a la acelerada solidificación y a la continua erosión de las olas.
A medio camino entre las Salinas de Janubio y la localidad costera del Golfo, Los Hervideros permiten admirar las reiteradas embestidas del mar y presenciar cómo el agua rebota contra las rocas generando una nube que por momentos queda suspendida en el aire. El agua del mar parece que estuviera hirviendo; de ahí su descriptiva denominación. Asimismo, el agua ingresa en las cavidades abiertas por el avance imparable de la lava y, siempre que la fuerza de las olas sea suficiente, emerge con potencia por los aliviaderos, es decir, por las aberturas que se hallan repartidas en la superficie del risco.
Cuando el Atlántico está agitado el espectáculo es aún más asombroso. Pero hay que seguir al pie de la letra las indicaciones para visitar la zona y caminar por los senderos delimitados con piedras, ascendiendo y descendiendo por las escalinatas habilitadas para tal fin. Se han creado una serie de balcones artificiales para experimentar desde dentro la fuerza del océano. Aunque es habitual encontrar pescadores locales que conocen el lugar y se mueven libremente por áreas no habilitadas, el visitante debe ser muy cauteloso, ya que el terreno es irregular y la fuerza del Atlántico incontrolable.
Fundación César Manrique, naturaleza y cultura
En la isla de Lanzarote todo evoca la memoria de César Manrique. Naturaleza y cultura se dan la mano. Riesgo creativo y conservación del entorno conviven. La arquitectura y el espíritu volcánico se integran de tal modo que el resultado resulta impresionante. Gran parte de la isla es un museo al aire libre. Manrique tuvo una visión y la llevó a cabo. Su figura, su obra, su activismo en defensa del Medio Ambiente y contra la especulación urbanística, se han convertido en referente del ecologismo en todo el mundo.
Tras una larga estancia en la ciudad de Nueva York, el artista regresó a su isla y empezó a hacer realidad su sueño. En una burbuja volcánica, en Tahíche, construyó su primera casa, Taro, a la manera de las antiguas construcciones de piedra de Lanzarote. El espacio fue creciendo hasta convertirse en la Fundación César Manrique. Se inauguró en 1992 —seis meses antes de que falleciera Manrique—, y alberga la antigua vivienda, las dependencias para el servicio y los garajes.
El edificio cuenta con detalles realmente espectaculares, como ventanas por las que penetra la lava, creando una conexión tal entre el edificio y el volcán que cuesta saber dónde termina uno y comienza el otro. El contraste entre el negro de la roca volcánica y el blanco luminoso de las paredes se halla presente en toda la construcción.
En espacios como la piscina se observa cómo el arquitecto canario reaprovecha la materia lávica para crear un puente. Y ya en el exterior, vale la pena detenerse en el mural ejecutado por Manrique entre 1991 y 1992, creando sus trazos con piedra volcánica, para luego rellenar los espacios interiores con azulejos. En el jardín destacan diferentes ejemplares de cactus y palmeras.
La Fundación, visita obligada para quienes se sientan atraídos por la figura y la obra del artista, acoge su colección de arte contemporáneo. Incluye obras de Cuixart, Chirino o el Equipo Crónica. El museo también dispone de una pequeña muestra de arte canario y de tres salas destinadas a la producción de César Manrique.
Monumento al Campesino, piedra, metal y mucho arte
El Monumento al Campesino es una de las esculturas al aire libre más espectaculares y emblemáticas de César Manrique. Mediante esta obra, el artista lanzaroteño quiso rendir un homenaje a las personas que viven del campo y demostrar su profunda admiración a las duras condiciones en que se desarrolla su trabajo. Aunque, en realidad el nombre que le dio al conjunto escultórico fue Monumento a la Fecundidad.
Se trata de una composición a base de tanques de agua de viejos barcos pesqueros que alcanza los 15 metros de altura y que, en conjunto, recuerdan la figura de un labrador sobre su montura. Para acrecentar la sensación monumental se asienta sobre una pirámide de
rocas, a las que el propio Manrique denominó como La Peña de Tajaste.
Situado a la entrada del municipio de San Bartolomé, en el interior de la isla, este monumento da la bienvenida a la Casa-Museo del Campesino, también proyecto del artista. Este centro, situado en un antiguo caserío de labranza, alberga un bonito restaurante muy demandado para celebraciones.
Museo de Lagomar, la casa que nunca fue de Omar Sharif
Poco podían imaginar aquellos que venían a proveerse de materiales de construcción en la cantera situada junto a la localidad de Nazaret que este lugar se acabaría convirtiendo en una de las residencias más espectaculares de la isla. Así fue y la responsable de ello, una vez más, fue la brillante (y creativa) colaboración entre César Manrique y Jesús Soto.
La casa es un alarde estético constante, con pasadizos, terrazas, oquedades en la roca volcánica, vigas de madera procedentes de naufragios ocurridos frente a las costas de Lanzarote y numerosos elementos constructivos a base de materiales naturales. Todo distribuido en torno a un jardín en el que destaca la presencia de un lago rodeado de palmeras y abundantes composiciones de vegetales vivos.
El museo alberga una ecléctica colección de obras de arte, muebles y objetos personales del propio César Manrique. Como curiosidad, por un breve periodo de tiempo perteneció a Omar Sharif, que la había conocido durante el rodaje de la película La isla misteriosa y el capitán Nemo (1973), dirigida por Juan Antonio Bardem. El actor se enamoró de forma inmediata de la construcción y decidió adquirirla, para perderla a los pocos días por culpa de una partida de bridge. Por eso a este museo también se lo conoce también como la Casa de Omar Sharif.
Visita los pueblos más bonitos de Lanzarote
Teguise, una costa que evoca el Lanzarote antiguo
Teguise es el municipio más extenso de Lanzarote. Alcanza tanto su costa este como la oeste. La Villa de Teguise, defendida en su día de los piratas por el Castillo de Santa Bárbara, perdió el título de capital a mediados del siglo XIX a favor de una ciudad con puerto, Arrecife. Blancas casas antiguas y plazas con encanto destacan en el casco urbano de esta localidad impregnada de austera elegancia.
Si algo destaca en el entorno es la costa, que acoge el macrocomplejo turístico de Costa Teguise. En su concepción urbanística tomó parte el omnipresente artista canario César Manrique, quien, preocupado por la sostenibilidad del pujante turismo, se esforzó por imprimir aquí las señas de identidad del Lanzarote antiguo. Alrededor del llamado Pueblo Marinero —homenaje de Manrique a la arquitectura tradicional canaria— se despliegan multitud de espacios abiertos, hoteles de lujo y urbanizaciones con reminiscencias de lujo setentero. Un campo de golf, un parque acuático y un gigantesco acuario completan, junto a las cuatro playas naturales del cinturón marítimo, la amplia y variada oferta recreativa de la zona.
Otro vestigio casi tan antiguo se encuentra en la Residencia Real de La Mareta, situada a orillas del mar en las afueras de Costa Teguise. Su historia se remonta a finales de los setenta. Se trata de una lujosa construcción perteneciente, en origen, al rey Hussein I de Jordania, quien posteriormente la cedería al rey Juan Carlos I a modo de obsequio. Hoy forma parte del patrimonio canario, habiendo veraneado en ella durante años personalidades tan dispares como el exdirigente soviético Mijaíl Gorbachov y los expresidentes del Gobierno español José María Aznar y José Luis Rodríguez Zapatero.
Entre las playas, destacan la de Las Cucharas, la de Los Charcos y la del Jablillo. La primera es la más grande y la única con fina arena dorada. En ella abundan las escuelas de windsurf, gracias a su privilegiada situación para este deporte. La segunda se caracteriza por su arenal blanco y la tercera es la más pequeña y tranquila de las playas de Costa Teguise. Cuenta con unos rompeolas que durante las mareas bajas forman una especie de piscina natural en torno a la misma. El conjunto se completa con la playa Bastián, manchada de negro por la presencia de picón volcánico en su arena.
En Costa Teguise es amplia la oferta de ocio y de actividades deportivas. Entre los muchos lugares para visitar, se encuentra Aquapark Costa Teguise, el parque acuático más grande de Lanzarote. Y el Aquarium Lanzarote, que alberga cientos de especies en su interior.
En el interior de este hermoso rincón de la isla también hay cimas volcánicas sorprendentes como las de las montañas de Tahiche, Tinaguache, Corona o Tejida. La de Corona y Tinaguache son las más cercanas y sus moderadas altitudes, no superiores a los 230 metros, las hacen accesibles casi a cualquier público. Cuentan con hermosos miradores con vistas al Atlántico.
Arrecife, la capital isleña
La capital de Lanzarote es Arrecife, ciudad injustamente olvidada por la mayoría de los visitantes de la isla. Para quienes decidan ir en contra de esta tendencia, Arrecife ofrece un peculiar casco histórico, cuyo origen está en hace más de cinco siglos, como el puerto primigenio de la ciudad, El Charco de San Ginés. En torno a él se distribuyen los barrios de Las Salinas, La Vega, Valterra y Puerto Naos.
Muy atractivas son las casitas del que en tiempos fue el barrio pesquero de Arrecife, conocido como La Puntilla y cuyas primeras construcciones se levantaron hacia el siglo XVI.
Aparte del paseo por la comercial calle León y Castillo (o Calle Real), que en tiempos comunicaba la localidad con la cercana Teguise, en Arrecife hay que visitar el Castillo de San Gabriel. Esta antigua fortificación defensiva sobre un islote de la bahía y comunicado con el resto de la ciudad a través del Puente de las Bolas, se levantó en el siglo XVI y hoy alberga el Museo de la Historia de Arrecife.
No menos recomendable es la visita al Castillo de San José (uno de los Centros de Arte y Cultura creados por el empuje de César Manrique). Esta compacta construcción, también del siglo XVI, alberga el Museo Internacional de Arte Contemporáneo, MIAC.
Por último, es muy recomendable el baño en la playa urbana de El Reducto y, luego, disfrutar del magnífico ambiente diurno y nocturno que siempre se respira en el paseo marítimo que la flanquea.
Haría, un entorno bucólico
Haría es un pueblecito pintoresco en el centro del valle de las Mil Palmeras. Ubicado a la sombra del volcán de La Corona, fue el lugar elegido por César Manrique para ubicar su taller, en una casa de labranza rehabilitada. En esta villa alejada, perdida, en el norte de la isla, vivió el artista y arquitecto el último trecho de su existencia (murió en un accidente en 1992). Hoy puede visitarse su residencia, convertida en casa museo. Y después merece la pena darse un paseo tranquilo por el pueblo.
En el entorno bucólico de Haría destacan plazas como León y Castillo, donde descansar a la sombra de laureles y eucaliptos, la Iglesia de Nuestra Señora de la Encarnación y la Ermita de San Juan Bautista. También hay un mercadillo de artesanía muy visitado por los lugareños y turistas. En la zona, en la estrecha y sinuosa carretera que desciende hasta el pueblo, destaca el Mirador de Haría, también tocado por la mano de Manrique, quien incluso diseñó una pequeña casa para los senderistas.
Situado en un área muy rica geológica, agraria y paisajísticamente, entre palmeras y dragos, se le conoce también como Mirador de Malpaso. Desde él el viajero contempla inigualables panorámicas del municipio de Haría, incluidos sus palmerales, sus bancales cultivados y su línea costera al fondo.
La Geria, los buenos vinos de Lanzarote
El Valle de La Geria, ocupado por cinco de los siete municipios de Lanzarote, es una inmensa extensión de ceniza volcánica situada al suroeste de la isla. Está muy cerca del Parque Nacional de Timanfaya y es muy conocido por sus bodegas de vino. En este lugar se aprecia la asombrosa capacidad de adaptación de la población conejera, la cual ideó un ingenioso sistema de cultivo basado en hoyos —o gerias— que ha permitido una profusa producción vinícola en la zona.
Hilera tras hilera, estas perfectas oquedades, teñidas de verde, ocre y negro, terminaron por dibujar un patrón único en el suelo. Con el tiempo, tan sólo las bodegas y algunos edificios agrícolas han permanecido en la zona, desperdigados en perfecta sintonía con un paisaje de conos volcánicos, lagos de lava y misteriosas cuevas. Es muy frecuente acercarse a La Geria a visitar alguna de las numerosísimas bodegas que pueblan los alrededores de la LZ-30, la modesta carretera que parte en dos el valle.
Los campos de vides, a la manera genuinamente canaria, confieren al espacio un aire onírico. Degustar un vaso de malvasía, especialidad de la isla, mientras se contempla el paisaje, es un plan altamente placentero. Reconocido en 1987 como Área Protegida, y en 1994 como Espacio Natural, el Valle de La Geria también acoge desde 2011 la celebración del Festival Sonidos Líquidos: una creación local enfocada a la promoción del vino autóctono a través del disfrute de música alternativa al aire libre.
El Golfo y el Charco de los Clicos
También conocido como el Lago Verde, el Charco de los Clicos es otro de esos rincones inolvidables de Lanzarote. Se encuentra en el pequeño pueblo pesquero del Golfo, en el extremo suroeste del Parque Nacional de Timanfaya. La pequeña bahía, apenas a dos minutos del municipio, parece uno de esos paisajes de la imaginación, propio de planetas lejanos, inexplorados. En realidad, se trata del cráter de un volcán, invadido parcialmente por el océano. La otra media luna, ocupada por una playa de arena negra y una laguna de aguas verde esmeralda –su color se debe a una alta concentración de algas-, ofrece un panorama bello y desolado que ha aparecido en películas españolas e internacionales.
Este magnético paisaje llamó poderosamente la atención de Pedro Almodóvar. El director grabó aquí una secuencia romántica, protagonizada por Penélope Cruz y Lluís Homar, para su filme Los abrazos rotos (2009). Los amantes del cine clásico podrán recordar a Raquel Welch saliendo de las aguas verdes de un lago en bikini “prehistórico”. Esa escena de la película británica Hace un millón de años (1966), desarrollada en el Paleolítico, se rodó en este enigmático rincón de Lanzarote.
Playas de Lanzarote
Playa Papagayo, tesoro del Sur
Papagayo es la más popular de las playas que integran la zona de Punta del Papagayo, un lugar recóndito en el extremo sur de Lanzarote, dentro del Parque Natural de los Ajaches. Debido al carácter protegido del área, para acceder a ella hay que pagar tres euros. Un precio irrisorio teniendo en cuenta todos los tesoros de esta zona sin domesticar, llena de playas vírgenes. Aquí los únicos signos de civilización son un parking, un camping y un par de chiringuitos.
La playa Papagayo posee una característica forma de media luna perfecta y está totalmente protegida del viento por acantilados. Al tratarse de una pequeña bahía, sus aguas son especialmente recomendables para la práctica del snorkel. Está rodeada por otras zonas de baño también idílicas: Playa Mujeres, Caleta del Congrio, Caletón de San Marcial, Playa de la Cera, Playa del Pozo y Playa Puerto Muelas. Arenas doradas, agua cristalina y suave oleaje son un denominador común en este entorno alejado, en el que siempre es posible encontrar un rincón para la soledad y el aislamiento.
Playa de Famara
Es la típica playa que resulta difícil describir por su exuberante belleza. Estamos ante un espacio salvaje de arena fina y dorada situado en el noroeste de Lanzarote y que tiene una extensión que supera los cinco kilómetros. La playa está ubicada en el interior del Parque Natural del Archipiélago Chinijo, exactamente entre la localidad marinera de La Caleta de Famara y el risco de Famara. Es ideal para la práctica de deportes acuáticos, como surf, bodyboard, windsurf o kitesurf, debido a la presencia de vientos y a su fuerte oleaje. Una maravilla de la naturaleza.
Playa de los Caletones
En realidad, esta playa está formada por un conjunto de pequeñas calas que se encuentran junto a la localidad marinera de Órzola, en el norte de Lanzarote. La causa de su accidentada orografía se debe a los restos del célebre Volcán de la Corona, que confieren una belleza exótica y muy especial al entorno. Está muy cerca del Roque del Este y de los islotes del Archipiélago Chinijo. Se puede acceder a la playa en coche y es posible aparcar en las inmediaciones.
Playa del Pozo (Playa Quemada)
La fantasía es la protagonista del entorno de Playa Quemada, un paraíso para la vista en esta zona del sureste de Lanzarote. La Playa del Pozo es una pequeña cala de callaos y arena negra, de apenas 300 metros de longitud, que sorprende al viajero por su singular belleza y que suele estar vacía. La playa, de difícil acceso, se halla junto al Monumento Natural de Los Ajaches.
Playa Honda
Esta playa de arena dorada y aguas tranquilas se encuentra en la localidad del mismo nombre y junto al municipio de San Bartolomé. Tiene una longitud de 1.300 metros y, al encontrarse en un entorno semiurbano, suele tener una ocupación alta. Cuenta con un delicioso paseo que une la zona con Puerto del Carmen y con Arrecife. En sus proximidades se halla el Aeropuerto César Manrique Lanzarote.
Playa del Janubio
Esta espectacular playa salvaje de arena negra es un remanso de calma y paz, en el entorno del municipio de Yaiza. Tiene algo más de 800 metros de longitud y, debido a sus grandes corrientes, no es muy apropiada para el baño. Se encuentra muy cerca de las espectaculares Salinas de Janubio, de Los Hervideros, de Timanfaya y del Charco de los Clicos.
Playa El Ancla o Playa del Rey
Situada a la entrada de Costa Teguise por Arrecife, esta pequeña playa rodeada de rocas reúne suficientes condiciones de seguridad para disfrutar del baño y del buceo de superficie. Sin embargo, sus dimensiones son tan reducidas, apenas 150 metros, que suele estar muy concurrida. Su arena es dorada y el agua es traslúcida. Su sobrenombre procede de la cercanía de la residencia Las Maretas, que le regaló el rey Hussein de Jordania al rey emérito Juan Carlos I.
Playa de Montaña Bermeja
El nombre de esta playa se lo da el pequeño cono volcánico de color rojizo que la preside. Se encuentra en el municipio de Yaiza y apenas tiene unos 450 metros de arena y grava de color oscuro, en una franja de no más de 70 metros de anchura. Esto le aporta una gran escenografía y belleza natural.
De hecho, se trata de un espacio protegido desde los años 20 del siglo XX y, por tanto, está libre de construcciones. Tan espectacular como la zona terrestre son las aguas que la bañan, especialmente cristalinas y de vivos tonos azules y verdes.