Los antiguos escritores árabes se referían a Granada como una corona en cuya frente reluce una diadema: la Alhambra. Siglos después, en 1829, el escritor romántico norteamericano Washington Irving nos daba, tras un largo viaje por Andalucía, su primera impresión del monumento: “En la distancia se divisaba la romántica Granada coronada por las rojizas torres de la Alhambra, por encima de cuyas almenas refulgían como la plata las cumbres nevadas de la Sierra”. La colina de la Sabika, situada en la fértil vega que corre entre los ríos Darro y Genil, a las afueras de la ciudad, es uno de esos lugares magnéticos que ha atraído a todas las civilizaciones: enclave de sucesivas edificaciones defensivas desde antes de la época romana, no fue hasta el siglo XIII cuando comenzó a levantarse la fortaleza nazarí que conocemos hoy en día, obra maestra del refinado arte y de la cultura andalusíes que dominaron la Península Ibérica durante siete siglos. Más adelante, la Alhambra sería hogar temporal de reyes cristianos –Carlos V ordenó en 1526 construir su propio palacio renacentista con el que “eclipsar” a los monarcas árabes-, e incluso de maleantes y mendigos que en el siglo XIX ocuparon los abandonados palacios, muy deteriorados tras el paso de las tropas napoleónicas.
- Las 1001 fragancias nocturnas de los Jardines del Generalife
- La canción eterna de la Escalera del Agua
- Los Palacios Nazaríes, un lugar donde acariciar la Historia
- Torre de la Vela, la torre que todo lo ve
- Sabores hispanoárabes en el corazón de la Alhambra
La belleza del conjunto monumental, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1984, llevó al poeta Francisco de Asís de Icaza a escribir estos populares versos, recogidos en una placa de cerámica al pie de la Torre de la Vela: “Dale limosna mujer / que no hay en la vida nada / como la pena de ser / ciego en Granada”. Este artículo pretende desmentir esa afirmación: los jardines, palacios y leyendas de la Alhambra son para disfrutar con los cinco sentidos. Este es un viaje sensorial a través de ellos.
Las 1001 fragancias nocturnas de los Jardines del Generalife
Visitar de noche los Jardines y el Palacio del Generalife es lo más parecido a habitar un cuento de Las mil y una noches. Al caer el sol, las sombras se adueñan de esta finca de recreo de los antiguos reyes nazaríes y las fragancias de sus más de 600 variedades de plantas evocan leyendas olvidadas. “Algunas flores podrían resumir el espíritu de la Alhambra”, reflexionó una vez Cristóbal Romero, el jardinero jefe del Generalife, donde el agua de la Acequia Real que atraviesa el recinto brota por doquier en fuentes y surtidores que riegan la flor del azahar, del naranjo, del jazmín o la rosa. Así, dejándonos llevar por los aromas, podemos llegar a lugares emblemáticos del Palacio como el Patio de la Acequia o el Patio del Ciprés de la Sultana, este último llamado así por un árbol que fue testigo de las infidelidades de la esposa del Rey Boabdil, Morayma, con un caballero de la tribu de los Abencerrajes. En una esquina del recinto, presidido por un estanque rodeado de setos de arrayán morisco, aún permanece el tronco seco del viejo ciprés.
La canción eterna de la Escalera del Agua
Subiendo por la Escalera de los Leones, que lleva a los Jardines Altos del Generalife, se pasa por uno de los elementos más antiguos y especiales del recinto: la Escalera del Agua. Se dice que el Sultán, para salvar el desnivel entre el Palacio y una pequeña capilla que había en lo alto de la colina, ordenó construir esta escalinata que tiene como pasamanos dos canales por los que baja sonoramente el agua de la Acequia Real. La eterna sinfonía crea un ambiente fresco y relajado que invita a pararse en uno de los descansillos de planta circular, bajo la cúpula de laureles que bordean el camino, y cerrar los ojos. El sonido del caer del agua es el mismo que en los tiempos de Abu al-Ahmar, el fundador de la Alhambra.
Los Palacios Nazaríes, un lugar donde acariciar la Historia
En el corazón de la ciudad palatina, como se conoce a la ciudadela-fortaleza rodeada de murallas, permanecen en pie tres de los palacios donde vivieron los reyes nazaríes en los siglos XIV y XV: el Mexuar, el Palacio de los Comares y el Palacio de los Leones. No son los primeros ni los únicos que hubo –otros quedaron en ruinas o fueron reconvertidos por los cristianos-, pero su buen estado de conservación permite a los visitantes acariciar por un instante la época de máximo esplendor del Reino nazarí, en tiempos de Yusuf I y de su hijo, Mohamed V.
“Entra y pide. No temas pedir justicia, que hallarla has”, se leía en un azulejo a la entrada de la sala de Mexuar, la más antigua pero también reformada de todas, donde el Sultán se reunía con sus ministros y ejercía como juez. Mexuar, sin embargo, es una humilde antesala de la increíble y sofisticada riqueza decorativa del resto de salas y patios del conjunto palaciego.
Con permiso de la ominosa Sala de los Embajadores en la torre de Comares, donde el rey Yusuf I se sentaba en su trono bajo una sublime cúpula que representa los siete cielos de Alá, el símbolo universal de la Alhambra está en el Patio de los Leones. Su famosa fuente central, protegida por 124 columnas, es un icono del apogeo artístico y la compleja técnica hidráulica que se alcanzó bajo el mandato de Mohamed V. Entre las salas anexas al patio, que suelen estar llenas de turistas deslumbrados por el virtuosismo de sus yeserías, azulejos e impresionantes cúpulas de mocárabes, destaca la Sala de los Abencerrajes, donde cuenta la leyenda que el rey Boabdil ordenó degollar a los principales líderes de esta tribu norteafricana, celoso tras conocer la famosa infidelidad de su esposa bajo el ciprés.
Esta y otras historias serían recogidas en el siglo XIX, de boca de los míseros habitantes que por entonces habitaban los ya ruinosos palacios, por el escritor y viajero Washington Irving, que escribió su libro Cuentos de la Alhambra mientras se alojaba en varias de las salas abandonadas de los palacios nazaríes, como recuerda una placa en la pared.
Torre de la Vela, la torre que todo lo ve
La Torre de la Vela es el lugar perfecto desde el que echar un vistazo a los alrededores, ya que desde arriba es posible contemplar una panorámica de Granada, Sierra Nevada, la vega granadina y varios pueblos cercanos. Sus 26,8 metros de altura la convierten en la torre más alta de las que integran la Alcazaba, la fortificación defensiva alrededor de la cual se construyó la Alhambra. De hecho, en la cercana Torre del Homenaje se cree que se instaló en 1238 Abu al-Ahmar, el fundador del emplazamiento y primer monarca nazarí.
Durante siglos, la Torre de la Vela marcó el ritmo de la vida de la población cercana a la Alhambra con su campana, que aún permanece en lo alto. Los musulmanes la tocaban para llamar la atención sobre ordenanzas y conmemoraciones o avisar a los agricultores de las horas de riego nocturnas…También para alertar de peligros y desastres. El mayor de ellos para los nazaríes sobrevino el 2 de enero de 1492, cuando el rey Boabdil entregó las llaves de la ciudad a los Reyes Católicos tras un prolongado asedio. En conmemoración, una tradición devuelve cada 2 de enero el protagonismo perdido a la campana: los granadinos creen que todas las solteras que la toquen ese día se casaran antes del final de año.
Sabores hispanoárabes en el corazón de la Alhambra
El merecido descanso a este recorrido multisensorial por la Alhambra puede encontrarse, sin salir del complejo amurallado, en el Parador de San Francisco, una magnífica oportunidad para estimular el único sentido que los monumentos no han podido conmover: el gusto. Y es que el restaurante de este alojamiento, perteneciente a la red estatal de paradores, ofrece una selección de especialidades hispanoárabes que pueden degustarse en una terraza con vistas a los Jardines del Generalife. Remojón granadino, rape en salsa mozárabe, cabrito al estilo alpujarreño o piononos de Santa Fe son algunos de los platos con los que descubrir las bondades de la Alhambra desde otro ángulo. Y una última curiosidad histórica: este hotel se ubica en un antiguo convento que los Reyes Católicos mandaron construir, en 1494, sobre el palacio nazarí de Los Infantes. En el convento reposaron sus restos temporalmente, hasta 1521, y aquí se celebró la primera misa tras la reconquista cristiana de Granada, el 6 de enero de 1492. Nuevos temas de conversación para la sobremesa.