Granada no sería nada sin el Albaicín. Y es que la ciudad nació de este barrio árabe, construido alrededor de la Alcazaba Cadima que la dinastía zirí comenzó a levantar en el año 1013 sobre una colina bañada por el río Darro. Así, sobre lo que antes era un solar surgió la Granada musulmana –Medina Garnata-, que llegó a su apogeo como capital del reino nazarí en el siglo XV. Hoy, aquel entramado urbano pervive en un intrincado laberinto de callecitas llenas de viejas historias, pero el barrio ha evolucionado hacia una identidad ecléctica en la que las antiguas puertas, aljibes y baños árabes conviven con iglesias cristianas –la mayoría levantadas sobre mezquitas- y edificios renacentistas. Es, por todo eso y mucho más, Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO desde 1984. Estos dos paseos –uno llano, siguiendo el río; otro cuesta arriba hacia los miradores- son un viaje a un lugar que siempre ha sido un universo en sí mismo. Por eso, aunque el distrito forme parte de la ciudad, los albaicineros que van al centro siguen diciendo: “Bajo a Granada”.
Los tesoros de la ribera del Darro
Nuestra ruta comienza en la Plaza Nueva, frente a la Real Chancillería, que fue el primer edificio construido en España, en 1531, con el fin de albergar un tribunal de Justicia. Sobre los tejados se puede vislumbrar la Torre de la Vela, ya que la Alhambra se encuentra muy cerca, en la colina de la Sabika del otro lado del río Darro. En el extremo de la plaza, de camino hacia la Carrera del Darro, vemos la primera muestra de un fenómeno presente en todo el Albaicín: la Iglesia de Santa Ana, construida en 1537 -sobre planos del gran arquitecto renacentista Diego de Siloé- donde se encontraba la mezquita Almanzora.
Siguiendo el río, es una delicia pararse a observar su curso y frondosa vegetación desde alguno de los puentes de piedra que lo vadean. Muy cerca encontramos los baños árabes de El Bañuelo, que datan de los tiempos del rey zirí Badis en el siglo XI, y sus famosas termas coronadas con claraboyas en forma de estrella que pueden visitarse de forma gratuita. Justo enfrente, en la otra orilla, destacan los restos del antiguo Puente del Cadí, que unía la Alcazaba Cadima con la Alhambra, además de servir como presa.
El Darro nos lleva hasta la renacentista Casa del Castril, actual sede del Museo Arqueológico de Granada en la que destacan su bella portada plateresca y los artesonados de madera de sus techos. Sobre un balcón ciego del edificio puede leerse “Esperándola del cielo”, una inscripción que oculta una vieja leyenda protagonizada por el nieto de Hernando de Zafra, el secretario real de los Reyes Católicos, quien tras la conquista obtuvo en recompensa el permiso para construir este palacio con vistas a la Alhambra.
Desde hace siglos se cuenta que aquel Zafra colgó del balcón a un paje a quien había sorprendido junto a su hija medio desnuda. Antes de morir el criado pidió justicia divina, ya que él, en realidad, solo había sorprendido al verdadero amante, que huyó por el balcón. Sin piedad, su señor respondió: «Colgado quedarás, esperándola del cielo». Tras la ejecución, ordenó tapiar el balcón y esculpir la famosa inscripción como aviso a pretendientes de su hija, que terminó suicidándose. La leyenda asegura que, como castigo divino, el día que Zafra murió en 1600 se desató una tormenta que desbordó el río Darro, arrastrando su féretro aguas abajo durante su traslado al cementerio. Por eso en Granada, cuando llueve mucho, todavía hoy se oye decir: “Llueve más que cuando enterraron a Zafra”.
Nuestro paseo concluye en el célebre Paseo de los Tristes, conocido así popularmente –en los mapas aparece como Paseo del Padre Manjón- porque solía ser escenario de cortejos fúnebres que se dirigían al cementerio de San José de Granada, en la colina de la Sabika. Siempre concurrido, es un bello lugar donde comer unas generosas tapas granadinas en uno de sus muchos bares mientras se disfruta de las vistas a la Alhambra.
Remontando la colina del Albaicín
Esta ruta para ascender al alto Albaicín comienza en la Puerta de Elvira, un lugar al pie de la colina imprescindible para comprender los orígenes de Granada. Y es que este gran arco fue desde el siglo XI la entrada tradicional al Albaicín desde la cercana ciudad de Medina Elvira, que fue la auténtica urbe importante entre los siglos VII y XI, hasta la fundación de Medina Garnata. Aquí comienza la Cuesta de Alhacaba, una pronunciada pendiente que nos introduce en un laberinto de calles estrechas y cármenes, esas casas típicas con jardines interiores que descuelgan sus yedras y buganvillas por encima de las tapias e impregnan el aire de olor a jazmín.
Tras medio kilómetro de subida, por fin llegamos al corazón del Albaicín Alto, la alegre Plaza Larga, siempre llena de vida, bares y pastelerías árabes. Justo al lado, en un tramo de la muralla del siglo XI que separaba el barrio del Albaicín del interior de la Alcazaba Cadima –hoy ya desaparecida-, se abre el Arco de las Pesas, conocido así porque allí se solían colgar las pesas trucadas que las autoridades requisaban a los comerciantes que estafaban a sus clientes. Atravesándolo, el callejón de San Cecilio nos llevará enseguida al Mirador de San Nicolás, un lugar de obligado paso donde escuchar flamenco de músicos callejeros mientras se disfruta, con la puesta de sol, de unas impresionantes vistas de la Alhambra y la ciudad de Granada contra la silueta de Sierra Nevada. A pocos metros se encuentra la moderna Mezquita Mayor de Granada, que se inauguró en 2003 después de 511 años –desde 1492- sin que se construyera ningún otro templo musulmán en la ciudad.
Ya de regreso a la zona baja del Albaicín, podemos pasar por la Placeta del Cristo de las Azucenas, que debe su nombre, como decenas de calles del barrio, a una leyenda. La historia narra cómo la tía de una joven huérfana a la que un pretendiente había deshonrado -se había acostado con ella- se topó con el chico en esta placeta, donde alguien había colocado un ramo de azucenas ya marchitas junto a una imagen de Cristo. Cuando la mujer le exigió que se casara con su sobrina, él respondió que lo haría cuando las flores secas volvieran a la vida. Ante su sorpresa, las azucenas florecieron milagrosamente y él tuvo que casarse con la joven.
En esta misma plaza se puede observar el Aljibe del Rey, el mayor que se encuentra en el Albaicín de la época árabe, que desde el siglo XI abasteció de agua las huertas del monarca zirí Badis. Por último, tomando el Callejón de las Monjas y como colofón a la parte cultural del paseo, podemos realizar una visita al cercano Palacio de Dar Al-Horra, un excelente ejemplo de arquitectura nazarí del siglo XV que fue, además, residencia de la sultana Aixa, la madre de Boabdil. Sí, la misma que, según la tradición, le soltó a su hijo eso de «no llores como mujer lo que no supiste defender como hombre“, cuando huían de la ciudad.
A dos pasos, y para reposar todo lo visto y aprendido, nada mejor que sentarse a tomar algo en la terraza de uno de los bares o restaurantes del Mirador de la Lona y la Placeta de San Miguel Bajo. Y, si aún hay fuerzas para caminar diez minutos más, bajando por la calle Cruz de Quirós llegamos a la calle Calderería Nueva, un paraíso de teterías y dulces árabes.
Este humilde relato solo ha recogido una pequeña fracción de los tesoros escondidos en las empinadas callejas del infinito Albaicín, donde solo hay que seguir una norma: si uno se pierde callejeando, tomar aire y seguir cualquier camino que baje. Es la única forma segura de salir del laberinto.