Cuenta la leyenda que, en algún momento entre los siglos XIII y XIV, un pastor se encontró en el monte Artagan una talla de madera de la Virgen María. Apareció sobre una encina, como si hubiese brotado de la tierra.  Los vecinos quisieron buscar un lugar mejor en el que construir una iglesia para venerar la milagrosa imagen, pero se dice que cuando intentaron trasladarla, la talla se enraizó al suelo y una misteriosa voz exclamó: ¡Bego oina! (Quieto el pie). El templo tuvo que ser construido allí mismo y la imagen, desde entonces conocida como Begoña, se convirtió en patrona de Vizcaya y “amatxu” (mamá) de los vizcaínos. En ese mismo punto se levanta hoy la gótica Basílica de Nuestra Señora de Begoña, construida a principios del siglo XVI sobre la antigua iglesia de madera, dominando desde hace siglos la villa de Bilbao y la Ría del Nervión.

  1. La “amatxu”: la virgen del pueblo
  2. De Napoleón a las guerras carlistas: la basílica que se convirtió en fortaleza

La “amatxu”: la virgen del pueblo

La Basílica de Nuestra Señora de Begoña es el centro neurálgico del distrito de Begoña, situado en la parte alta de Bilbao, y es orgullo de todos los vizcaínos, quienes cada 11 de octubre se acercan en romería a ver a la virgen en el Día de la “Amatxu”. El día de la Asunción de María, cada 15 de agosto, miles de peregrinos que han caminado durante la noche desde diferentes puntos de Vizcaya hasta Begoña asisten por la mañana a las misas en honor de la patrona.

Esta relación íntima del pueblo vizcaíno con la virgen explica incluso el origen de la basílica, que fue costeada en el siglo XVI gracias a las limosnas de los vecinos de Bilbao. De ahí que lospilares de la nave central no estén coronados por escudos de armas de nobles familias, sino por emblemas de los gremios de mercaderes y otros oficios que contribuyeron a la construcción. La traza de estilo gótico diseñada por Sancho Martínez de Asego se rompe en la monumental portada en forma de arco del triunfo manierista, formulada ya a mediados del siglo XVI. Las obras se prolongaron un siglo entero, por lo que la talla de madera policromada de la virgen no pudo entrar en la nueva iglesia hasta 1603.

Desde siempre, el pueblo de Bilbao ha tenido una relación especial con Nuestra Señora de Begoña, a quien considera su protectora. Las leyendas cuentan que cuando alguna catástrofe asolaba la ciudad, la gente sacaba a la virgen en procesión por las calles y las inundaciones y las epidemias remitían. Los marineros que regresaban de alta mar esperaban ansiosos el recodo de la ría en donde, por primera vez, se divisa a lo lejos la torre del campanario de la basílica. En ese punto se extienden hoy el puente y la plaza de La Salve, que deben su nombre a las “salves” que los pescadores rezaban a la patrona en agradecimiento por haberles protegido en el viaje. Incluso ahora, el Athletic de Bilbao realiza una ofrenda floral a la virgen cada año, justo antes del comienzo de la temporada, para pedirle suerte.

Basílica de Nuestra Señora de Begoña

De Napoleón a las guerras carlistas: la basílica que se convirtió en fortaleza

Durante el siglo XIX, la basílica tuvo un uso casi más militar que religioso ante los diferentes sitios que sufrió la ciudad de Bilbao, que causarían graves destrozos en el edificio y que la torre del campanario se derrumbara dos veces.

Durante la invasión napoleónica, en agosto de 1808, las tropas francesas saquearon la basílica, matando al párroco y causando grandes destrozos. La torre del campanario, en cambio, resistiría hasta la primera guerra carlista. En 1835, tras haber sido sitiadas durante todo el verano, las tropas liberales aprovecharon la retirada de los carlistas para minar el campanario y que la artillería enemiga no pudiera volver a utilizarlo. El 15 de junio de ese año, el famoso general Zumalacárregui encontró en los alrededores de la iglesia la bala perdida que le acabaría matando 9 días después; lo que hizo del templo un lugar de peregrinación carlista. En 1836, los liberales resistieron un nuevo embate de los carlistas, aunque por desgracia utilizando como combustible armarios, entarimados y el retablo barroco, que sería sustituido por uno de estilo isabelino en 1869.

No duró demasiado la nueva torre, finalizada en 1850: en 1873, durante la tercera guerra carlista, la basílica fue bombardeada y el campanario volvió a desplomarse sobre la nave de la iglesia. Su reconstrucción en 1881 no fue la definitiva, ya que la torre que vemos hoy en día corresponde al arquitecto José María Basterra, que la levantó por tercera vez –y quién sabe si la definitiva- a comienzos del siglo XX.