Luarca, capital del concejo de Valdés, es un encantador pueblo marinero, conocido como ‘La villa blanca de la costa verde’, que conquista con sus hermosas vistas y sus contrastes. Situada en la costa occidental de Asturias, a 92 kilómetros de Oviedo, se ubica entre altas paredes de montaña y está atravesada por el río Negro, que parte en dos el casco urbano y atraviesa siete puentes hasta desembocar en la playa.
Localidad de paso del Camino de Santiago, Luarca ofrece al visitante el colorido y el bullicio de su puerto, pero también la serenidad de sus miradores, lugares idóneos para el silencio y la contemplación de la impresionante belleza del Cantábrico. Paseando por sus calles, entre casas de pescadores y elegantes casonas de indianos, da la impresión de que el tiempo se ha detenido. Sus construcciones y monumentos trasladan a un rico pasado medieval. La mirada permanente al mar evoca lejanos tiempos de balleneros y corsarios. Imposible resistirse a este entorno privilegiado donde la belleza natural y la Historia se dan la mano.
Luarca, primera parada: el puerto y la Mesa de Mareantes
Como en toda villa marinera, el eje de la vida local en Luarca es su puerto pesquero y deportivo, punto de encuentro de sus habitantes y de los turistas, que quedan atrapados en los llamativos colores de los barcos. Observar las faenas de los pescadores, en el momento de la salida o cuando atracan con los frutos del mar en sus redes, es una magnífica manera de iniciarse en el conocimiento de esta localidad que, a partir de la Edad Media, se convirtió en un próspero núcleo de pesca, navegación y comercio. No puede faltar la degustación de un buen pescado en cualquiera de los restaurantes de los alrededores.
Qué ver y hacer en Luarca
Visita del Cambaral
El mar es protagonista de muchos relatos y rincones en Luarca. Para saber más de su pasado conviene visitar la llamada Mesa de Mareantes, una construcción de piedra que recuerda el lugar en el que los antiguos marineros debatían sobre la conveniencia de salir al mar en función de los vaivenes climatológicos. La mesa se acompaña de un conjunto de azulejos de Talavera, basados en acuarelas del pintor y escultor Goico Aguirre. A través de distintas escenas, se recuerda a esos hombres de mar y se representan momentos clave de la historia local. Estamos en lo alto del típico barrio marinero de Cambaral, con sus calles escalonadas, sus pintorescas viviendas y las impresionantes vistas desde el faro, en la atalaya, donde, entre los siglos XV y XVI existió un antiguo fuerte defensivo desde el que proteger la villa de los ataques corsarios. Aquí la imaginación vuela también hacia los bergantines que en el siglo XIX zarpaban rumbo a las Américas.
Visita al cementerio y a las casas de indianos
Merece la pena detenerse un poco más en el entorno de la atalaya. Hay que ver la ermita de la Virgen de la Blanca y el bello cementerio en la colina, con sus espectaculares vistas sobre el mar. En el mismo se encuentra enterrado uno de los vecinos más ilustres de la localidad asturiana, el Premio Nobel de Medicina Severo Ochoa, de quien existe una ruta turística que recorre sus rincones favoritos y ofrece una visión más personal e íntima de la localidad.
Tras los pasos del científico se llega al barrio de Villar, donde se encuentra Villa Carmen, la casona indiana donde vivió con su familia, de las más fotografiadas de este entorno burgués. El paseo por estas calles remite a historias de largas travesías a América y de asturianos en busca de fortuna. Quienes lo consiguieron, de vuelta a su tierra, encargaron la construcción de solemnes viviendas ajardinadas, algunas de ellas convertidas hoy en hoteles.
La playa de Luarca
En las inmediaciones del puerto se encuentra la céntrica playa de Luarca. En forma de concha y resguardada por espigones, tiene la particularidad de unas piedras en medio que la separa en dos partes (Luarca 1 y 2). Descansar en las finas arenas y bañarse en sus aguas tranquilas, en las que desemboca el río Negro, se convierte en un momento de deleite para todo viajero. Muy cerca, como tercera prolongación en este paisaje protegido, se encuentra la playa de Salinas, a la que se accede a pie desde el paseo marítimo. En los alrededores, a pocos kilómetros de la villa, son muchas las hermosas playas que aguardan. Destaquemos la de Portizuelo, playa pedregosa de cantos rodados por la que solía pasear Severo Ochoa y donde en el pasado se bañaban vestidas las aldeanas.
La leyenda del puente del Beso
Luarca ofrece el regalo de sus siete puentes, que atraviesan las dos mitades de la villa, separadas por el río Negro. Recorrerlos es un plan sencillo y a la vez lleno de sorpresas. En el paseo descubrimos la leyenda del puente del beso. Es la historia del temible pirata Cambaral, que durante la Edad Media tenía aterrorizados a los habitantes del lugar con sus ataques a los barcos españoles. El célebre saqueador fue capturado por Hidalgo, orgulloso señor de la Atalaya, y se enamoró perdidamente de su hija cuando ella acudió a curarle las heridas. La joven le correspondió y decidieron huir juntos. Antes de marcharse se dieron un beso apasionado, con la mala suerte de que fueron descubiertos por el padre, que, al sentirse traicionado, les mató con la espada y cortó sus cabezas. Los cuerpos permanecieron unidos y las cabezas rodaron al mar. Según la leyenda, ciertas noches se escuchan palabras de amor en las aguas.
El puente, que rinde homenaje a los enamorados, se ubica en el barrio de la Pescadería, el más antiguo del lugar, junto con el de Cambaral, situado al otro lado del río y al que da nombre el pirata. El recorrido por sus laberínticas y estrechas calles escalonadas culmina con unas impresionantes vistas desde el mirador del Chano, desde donde se admira toda la belleza de Luarca.
Los jardines de la Fonte Baixa
En la lista de lo que hay que ver en Luarca, no puede faltar una visita a los jardines de la Fonte Baixa, el jardín botánico privado más grande de España, en la población de El Chano, al que se puede acceder desde el barrio de la Pescadería. Su propietario, José Rivera Larraya, construyó al borde del mar este rincón paradisíaco donde se mezclan azules y verdes. A lo largo de sus veinte hectáreas nos vamos encontrando esculturas, arcos y fuentes que se intercalan entre azaleas, hayas, cedros, sauces llorones, palmeras y otras muchas especies vegetales. Un frondoso paseo con vistas que invita a la calma y a la meditación.
Para los adictos a la ciencia: el Parque de la Vida
No puede terminar esta visita sin mencionar el Parque de la Vida, un lugar dedicado a la divulgación científica y a la preservación del entorno natural, que hará las delicias de todos los miembros de la familia. Entre sus puntos de interés: una ruta por las etapas de la vida en el planeta Tierra, estaciones meteorológicas y unidades de medición del clima, que alertan sobre la urgencia de luchar contra el calentamiento global. El centro cuenta también con una interesante colección de cefalópodos, que incluye ejemplares de los famosos calamares gigantes de la zona.