La iglesia de San Miguel de Lillo conforma con el templo de Santa María del Naranco un conjunto arquitectónico (Monumentos Prerrománicos de Oviedo) tan valioso, que fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
Su valor estriba tanto en la antigüedad de los monumentos (mediados del siglo IX), como en la armonía arquitectónica con que fueron concebidos y la singularidad del entorno donde se sitúan: las laderas del monte Naranco, desde donde se domina toda la ciudad de Oviedo.
Eso, siempre y cuando las habituales nieblas que envuelven este lugar lo permitan. En cualquier caso, esas circunstancias meteorológicas no deberían disuadir de visitar ambos monumentos. Antes bien, les aportan una misteriosa irrealidad que los hace, si cabe, aún más atractivos.
Orígenes de San Miguel de Lillo
La construcción de San Miguel de Lillo está íntimamente ligada a la existencia de la monarquía asturiana. Es decir, a la alta nobleza de aquellas tribus astures que se enfrentaron al empuje de las tropas musulmanas, cuando éstas ya se habían hecho con el dominio de la mayor parte de los territorios de la Península Ibérica.
Pues bien, casi un siglo después del comienzo de la Reconquista en la cueva de Covadonga, el rey Ramiro I decidió acometer la construcción de un complejo palaciego en la ladera sur del monte Naranco, en Oviedo.
De hecho, lo que hoy conocemos como la iglesia de San Miguel de Lillo no fue sino la capilla palatina de aquel conjunto. De ahí su proximidad a la iglesia de Santa María del Naranco, construida inicialmente no como templo sino como el palacio del propio rey astur.
El encargado de la construcción tanto de San Miguel de Lillo como de Santa María del Naranco fue el mismo arquitecto, del que no nos han llegado nombre ni referencias. Solo una brillante obra que destaca entre la mayor parte de las construcciones coetáneas que han llegado hasta nuestros días. No solo en Asturias, sino en toda Europa.
Y eso que lo que hoy vemos es apenas una tercera parte del edificio original. El motivo es que, hacia el siglo XI-XII, y probablemente a causa de un corrimiento de tierras provocado por un arroyo cercano, desaparecieron dos terceras partes del templo
San Miguel de Lillo: la planta
Así pues, lo que hoy podemos ver de San Miguel de Lillo es solo el pórtico-tribuna, el vestíbulo y el arranque de las naves de aquella iglesia medieval. Por fortuna, diversos estudios han logrado averiguar cómo era la planta del monumento al terminar su construcción en el siglo IX.
Así, se sabe que se trataba de un edificio con planta de basílica (de clara influencia romana) y que podía tener unos 20 metros de largo por unos 10 de ancho. La altura máxima es de 11 metros, lo que le da una inusual apariencia esbelta, teniendo en cuenta la época en que fue construido y el típico aspecto monolítico de muchas de las posteriores iglesias románicas.
De hecho, esta búsqueda de la altura en San Miguel de Lillo, que también se repite en Santa María del Naranco, pudo influir de forma definitiva en el derrumbe de la estructura.
El edificio original estaba abovedado, distribuido en tres naves de diferentes alturas y cada una de ellas dividida en cuatro tramos. También se sabe de la existencia de dos capillas que sobresalían del perímetro principal del templo (que tenía forma de rectángulo), al modo de un transepto, lo que le daba a la planta una cierta forma de cruz latina.
En cuanto a la planta de la iglesia actual, llama la atención por su volumen, por su altura y por la riqueza de detalles ornamentales, fundamentalmente en forma de alardes escultóricos.
Particularidades del templo
Una de las principales particularidades de la iglesia de San Miguel del Lillo es el uso de la piedra como si se tratara de un lienzo escultórico. Buena parte de los muros de la iglesia están ocupados por relieves alegóricos, en los que se representan las escenas más diversas. También otros, con motivos geométricos y vegetales, que cumplen una función meramente ornamental.
De especial valor artístico son los relieves que decoran las jambas del pórtico de entrada que representan a figuras humanas en diferentes actitudes.
En el exterior, los muros de la iglesia de San Miguel de Lillo los recorren contrafuertes, en los que de forma simétrica se abren huecos decorados con celosías esculpidas en piedra mediante una gran maestría y sentido artístico. Entre todas las que tuvo el templo original hoy solo se conservan cuatro de esas celosías.
Los pies del templo lo ocupa la tribuna real, a la que se accede a través de unas escaleras de piedra enmarcadas por unas pilastras de mármol. Arriba hay cuatro arcos de pequeño tamaño que están decorados siguiendo motivos de la antigua tradición visigoda.
Una de las principales particularidades de San Miguel de Lillo, desde el punto de vista constructivo, es el uso de columnas, que sustentan los arcos en los que descansan las bóvedas. Esto es así, frente al habitual uso del llamado pilar asturiano, tan característico en muchas otras iglesias del Principado, tanto de la época, como de siglos posteriores.
Además, parece ser que el interior de San Miguel de Lillo estaba completamente decorado con frescos en los que se representaban diversas escenas de la Biblia y los Evangelios. Por desgracia, se han perdido en su totalidad, aunque en algunas muros aún se adivinan restos de policromía.