El Barrio Gótico —Barri Gòtic, en catalán—, uno de los cuatro barrios que forman el distrito de Ciutat Vella de Barcelona, ostenta el título de núcleo histórico de la ciudad. Delimitado al sur por el Puerto, al oeste por La Rambla y al noreste por la Plaza de Cataluña, su entramado medieval de callecitas estrechas y plazas escondidas seduce a diario a locales y turistas por igual. Y es que motivos no le faltan: nacida sobre los restos de Barcino, una próspera colonia romana fundada allá por el siglo I a.C; su carácter gótico no lo desarrollará hasta bien entrada la Edad Media, cuando nuevas iglesias y palacios son construidos bajo dicho estilo.
Ahora bien, agárrense porque aquí llega la sorpresa: si bien el Barrio Gótico fue efectivamente gótico durante una larga etapa de su historia, los historiadores insisten en recordarnos que una gran parte de los monumentos que hoy vemos son en realidad neogóticos, ya que datan de finales del siglo XIX y principios del XX. Tal vez el caso más sonado sea el de la Catedral de Barcelona, cuya fachada actual pertenece a unas obras acontecidas en 1913.
De cualquiera manera, lo que nadie puede negar es el encanto sinigual del Barrio Gótico en la actualidad, el cual nos proponemos transmitir al lector a través de la lectura de estas líneas.
Ruta histórica al norte de la Plaza de San Jaime
Retomando el pasado romano de Barcelona, la Plaza de San Jaime nos sirve como inicio de la ruta, por ser aquí donde se intersectaban el cardus y el decumanus (los ejes de urbanización históricos de la colonia que se convirtió en barrio). Se trata de una diáfana explanada en la que conviven sendos edificios del poder político catalán, el Ayuntamiento y el Palau de la Generalitat. La visita al Patio de los Naranjos del segundo —previa presentación de DNI o pasaporte—, es totalmente recomendable.
El pasado histórico del Barrio Gótico nos sirve como guía, pues justo al suroeste de la plaza encontramos la calle del Call, puerta de entrada al barrio judío en el que vivió la comunidad hebrea de Barcelona hasta finales del siglo XV, cuando fue expulsada por decreto de los Reyes Católicos. A propósito (y como curiosidad), poco tiempo después Miguel de Cervantes incluiría en su segunda parte del Quijote, una supuesta imprenta instalada en esta calle. Nos lo recuerda una discreta placa de cerámica situada entre los números 14 y 16.
Si en vez de hacia el suroeste emprendemos camino hacia el noroeste por la calle del Obispo, rápidamente nos toparemos con la joya por excelencia del “gótico” barcelonés: la Catedral de Santa Eulalia —o Catedral de Barcelona—. En su interior, cuya construcción se inició en 1298, destacan 13 ocas blancas, como alegoría de la edad que tenía la patrona de Barcelona, Santa Eulalia, cuando fue crucificada por el emperador Diocleciano en el año 304. Además, afuera se celebra, cada jueves, el Mercat Gòtic, un interesante mercadillo de antigüedades ideal para intercalar con una mañana de tapas.
Y, ¡por cierto!, a dos pasos también podemos visitar otro templo bien distinto al anterior: el Templo de Augusto, en plena calle del Paradís. En realidad, se trata de cuatro impresionantes columnas y el basamento de lo que un día fue el templo romano dedicado al culto de este César; y que hoy son expuestas, junto a otros muchos objetos históricos, por el Museo de Historia de Barcelona.
Finalmente, también a tiro de piedra de la Catedral, podemos visitar la conocida como Plaza del Rey, una recóndita placita custodiada por la que fuera principal residencia de los Condes de Barcelona, el Palau Reial Maior. Dos curiosidades permanecen ligadas a este palacio. Por un lado, fue aquí donde los Reyes Católicos recibieron a Colón tras su viaje a América. Por otro lado, puesto que fue construido sobre la muralla romana original que delimitaba la ciudad, hoy todavía podemos contemplar restos de la misma en sus cimientos.
Ruta histórica al sur de la Plaza de San Jaime
Si continuamos tomando la Plaza de San Jaime como punto de partida en nuestra visita, al suroeste de la misma encontraremos, en forma de agradable sorpresa, la amplia y tranquila Plaza Real. De inspiración francesa, sus fachadas neoclásicas, sus tropicales palmeras y sus farolas modernistas —obra de Gaudí—, confieren al lugar un aire delicioso, ideal para descansar y tomar una caña en alguna de sus terrazas. La Fuente de las Tres Gracias, realizada por Antoine Durenne en 1876, es su elemento distintivo, con las figuras de Aglaya, Eufrósine y Talía, diosas del encanto, la creatividad y la fertilidad, esculpidas espalda con espalda en lo alto del monumento.
A unos pocos metros, a través del diminuto carrer de Colom, se encuentran Las Ramblas, el paseo más populoso de toda la ciudad. Descendiendo por el mismo, nuestra ruta nos lleva hasta la plaza del Portal de la Paz, hogar del famoso Monumento a Colón desde 1888. Construido en el contexto de la entonces inminente Exposición Universal de Barcelona, sus cerca de 57 metros de altura sostienen una figura de bronce del descubridor genovés, cuyo dedo índice, a falta de consenso respecto hacia dónde apunta, nos indica indiscutiblemente dónde queda el mar.
También desde esta plaza parte el Paseo de Colón, un bello bulevar sobre el cual antiguamente discurría la conocida como Muralla del Mar, construida a mediados del siglo XVI y derribada a finales del XIX con motivo de la ya mencionada Exposición Universal. Hoy un paseo relajado bajo las palmeras que lo salpican nos invita a contemplar el Puerto y sus numerosos veleros de lujo.
Secretos culinarios escondidos en el Barrio Gótico
Si bien es verdad que el carácter turístico del Barrio Gótico trae consigo una abundancia de locales sin esencia ni descendencia, todavía hoy es posible encontrar joyas de la gastronomía popular escondidas en sus calles. Porque el barrio no se visita igual sin el incentivo maravilloso de las tapas y las cañas que, entre monumento y leyenda, refrescan el interés por lo desconocido.
El bar La Plata (Carrer de la Mercè, 28) es uno de esos lugares genuinos, cuya existencia desde 1945 avala una carta digna de explorar. Lo mejor es que tan sólo posee cinco tapas, ni una más ni una menos, por lo que, a falta de cantidad, la calidad está asegurada. Por su lado, la Casa del Molinero (Carrer de la Mercè, 13), ubicado en un antiguo molino con más de 200 años de historia, asombra con sus tapas caseras —recetas de la abuela y embutido, sobre todo—.
Algo diferente es el Cal Pep (C/ Plaça de les Olles, 8), porque aquí, lejos de poseer platos con cuarenta años de tradición, las tapas rotan semanalmente. O el Babia (carrer dels Sagristans, 9), cuya propuesta de caña y tapa es la tónica general, y cuyas papas con mojo picón son una elección excepcional.