La primera década del siglo XX y el comienzo de la segunda resultaron decisivas para el paseo de Gracia, pues Gaudí erigió entre 1904 y 1912 los dos inmuebles residenciales más famosos de la ciudad, localizados a escasos 500 metros el uno del otro. Efectivamente, nos referimos a la casa Batlló y a La Pedrera —o casa Milà—. En este artículo nos centraremos en la segunda, una vivienda que, situada en el cruce del elegante paseo de Gracia con la calle Provenza, provocó numerosas burlas en la época debido al carácter rompedor de su fachada. Sin embargo, en la actualidad está considerada uno de los iconos de la ciudad y un referente arquitectónico a nivel mundial.

La Pedrera, la residencia de Pere Milà y Roser Segimon

El paseo de Gracia era entre finales del siglo XIX y comienzos del XX la calle donde toda la burguesía catalana deseaba situar sus lujosas residencias, a poder ser diseñadas por los arquitectos más relevantes del modernismo, como Puig i Cadafalch, Domànech i Montaner y, por supuesto, Antoni Gaudí. Buena muestra de ello es la concentración de bellos edificios existente en la conocida como manzana de la discordia, donde se encuentra la casa Batlló, que podríamos calificar como la hermana y vecina de La Pedrera.

Pere Milà y Roser Segimon se casaron en 1905 —es decir, cuando Gaudí se hallaba inmerso en el proyecto de la casa Batlló— y le encargaron la construcción de su residencia con la intención de ocupar el piso principal e instalar viviendas de alquiler en las plantas restantes. Así pues, el de Reus se puso manos a la obra en 1906, constatando al poco tiempo que la construcción de la casa Milà le iba a generar importantes adversidades, como choques con el Ayuntamiento (por no respetar los reglamentos edificatorios) y enfrentamientos con los propietarios (por rebasarse el presupuesto inicialmente pactado).

Afortunadamente, todas los contratiempos fueron solventados —con rectificación incluida de las autoridades locales, quienes aseguraron que, debido al carácter monumental de la obra, Gaudí podía actuar con libertad siempre que sus propietarios pagaran una multa de 100.000 pesetas— y hoy podemos disfrutar de un sensacional edificio que acoge la Fundació Catalunya-La Pedrera y que está declarado, desde 1984, Patrimonio Mundial por la UNESCO.

La casa Milà, una cantera en el corazón de Barcelona

La Pedrera es un edificio sorprendente no solo por su original estética, sino también por las innovaciones constructivas que Gaudí dejó en ella. En este sentido, el proyecto de la casa Milà debió suponer todo un reto, pues implicaba convertir dos edificios independientes en uno solo. El catalán resolvió magistralmente esta dificultad organizando el conjunto en torno a dos patios armónicos y amplios, los cuales permiten que la luz ingrese a las estancias internas del edificio. Asimismo, concibió una vivienda extremadamente moderna para el Eixample de aquella época, dotada de todas las comodidades, entre ellas, el primer garaje de todo el distrito.

Sin duda, lo que más sorprende de la misma es su ondulante fachada, la cual se asemeja a un mar pétreo que parecía esquivar la normativa municipal que obligaba a achaflanar los ángulos de las manzanas. La proliferación en ella de la piedra es precisamente la que inspiró su sobrenombre catalán de Pedrera, que significa cantera en castellano. El único elemento que combate su monocromía es el hierro forjado de las 32 rejas de los balcones, para las que Gaudí empleó piezas de desguace. Las rejas, junto con las líneas ondulantes del edificio, crean un dinamismo sin paragón en el resto de inmuebles del Eixample. No es de extrañar que, a inicios del siglo XX, muchos no entendieran esta original propuesta e, incluso, se burlaran de ella, pues la historia del arte y la de la arquitectura están repletas de genios no comprendidos por sus coetáneos.

En cuanto al interior de la casa Milà, los conocimientos técnicos de Gaudí le permitieron distribuir la planta a su gusto, pues toda la estructura se sustentaba en pilares y, por tanto, no tuvo que recurrir a muros de carga. Sus estancias, al igual que sucede en la vecina casa Batlló, presentan un repertorio ornamental fruto del universo creativo del catalán, con cielorrasos repletos de motivos naturales, elegantes parqués y un cuidadísimo mobiliario. Lo ideal es pasear por el interior de la vivienda prestando atención a los pequeños detalles, pues la genialidad de Antoni Gaudí también se encuentra en elementos que podrían pasar inadvertidos, como los pomos de las puertas, los cuales se adaptan a la perfección a la mano, resultando 100% ergonómicos.

El ingreso a la azotea constituye uno de los momentos más mágicos de la visita a La Pedrera. Y es así porque el genio catalán es capaz de aplicar su arte a espacios meramente funcionales y, por ello, generalmente poco estéticos. En la casa Milà, sin embargo, las cajas de escalera, las torres de ventilación y las chimeneas —algunas independientes y otras agrupadas— se suman a la fiesta presentando una plasticidad casi escultórica. La impronta de Gaudí y las bellas panorámicas de la Ciudad Condal provocan unas ganas irrefrenables de ignorar el tiempo y quedarse allí contemplando el paisaje urbano de Barcelona, mirando los tejados de los edificios que delimitan el paseo de Gracia, las torres de la Sagrada Familia, el mar o la montaña.