Barcelona es una urbe repleta de contrastes. El viajero puede pasear en ella por los estrechos callejones del Born, el barrio Gótico o el Raval —donde los rayos de sol apenas ingresan—, para más tarde descubrir, tras cruzar el carrer de la Universitat, cómo las grandes avenidas trazadas por Ildefons Cerdà se abren majestuosas, con sus esquinas achaflanadas y sus edificios modernistas. La Diagonal secciona radicalmente la trama urbana reticular del Eixample, y a partir de ella las calles comienzan a inclinarse hacia la montaña. El visitante hallará entonces barrios como el de Gràcia —con sus pequeñas casitas y su enorme personalidad—, el Guinardó, el Carmelo u Horta.
Barcelona es cada una de estas postales y mucho más. Las montañas de Collserola y Montjuïc, el Besós y el Llobregat, el Poblenou y el Poble Sec… No obstante, si hay un elemento fundamental para explicar el desarrollo de la capital catalana, este es sin duda el Mediterráneo. Y para conocer de primera mano la relación de Barcelona con el mar es necesario poner rumbo directo al Museo Marítimo.
Las Atarazanas Reales: el extraordinario inmueble que cobija el Museo Marítimo de Barcelona
El edificio de las Atarazanas Reales fue levantado en el siglo XIII por orden de Pedro III el Grande, siendo su intención la de disponer de un lugar donde construir y restaurar barcos de guerra al servicio de la corona aragonesa. El núcleo de aquella edificación estaba compuesto por cuatro torres y tres tramos de muralla, si bien sufrió varias modificaciones posteriores, destacando entre ellas la que tuvo lugar en el siglo XVI, cuando buena parte del conjunto fue reconstruido. De hecho, una gran mayoría de lo que hoy se conserva del mismo es fruto de dicha transformación.
En los años en que cumplió su función primigenia, es decir, la de fábrica de galeras, la institución se convirtió en un relevante motor económico para la ciudad, pues daba trabajo a miles de personas. Sin embargo, a inicios del siglo XIX, cuando la producción de galeras disminuyó de forma considerable, el inmueble fue destinado a fines militares.
La fundación del Museo Marítimo de Barcelona
El proyecto de establecer un museo marítimo en Barcelona ya existía desde 1918, aunque el estallido de la Guerra Civil fue en cierto modo lo que acabó determinando su creación. Así pues, en 1936 la Generalitat de Cataluña confiscó el inmueble de las atarazanas y llevó hasta él las colecciones del Instituto Náutico del Mediterráneo. El objetivo no era otro que salvaguardar el patrimonio marítimo de los posibles daños de la guerra. Pasada la contienda, la institución fue ampliando sus fondos hasta transformarse en uno de los museos marítimos más completos del mundo.
Además, se trata del momento idóneo para visitarlo, pues en 2019 se ha completado el proceso de musealización del edificio —en marcha desde 2013—, el cual fue abordado justo después de concluirse su restauración integral (llevada a cabo entre el 2009 y el 2013).
Qué ver en el Museo Marítimo
Los fondos de la institución, como no podía ser de otra forma, reúnen todo tipo de piezas vinculadas al mar. Destacan entre ellas las diferentes reproducciones de barcos, como la impresionante réplica de la galera real de don Juan de Austria, pero también instrumentos de navegación (astrolabios, catalejos, cuadrantes solares o cronómetros) y numerosos grabados, pinturas y fotografías que documentan el nexo histórico de la Ciudad Condal con su puerto y sus playas. Asimismo, el museo dispone de un completo archivo histórico y de una biblioteca compuesta por 28.000 volúmenes y 250 planos de barcos.
Además, el Museo Marítimo de Barcelona centra parte de sus esfuerzos en comprar y recuperar antiguas embarcaciones, como el Pailebote Santa Eulàlia, un barco típico del Mediterráneo occidental que fue adquirido 1997 en una subasta pública. Podréis visitar este espectacular velero histórico siempre y cuando no se encuentre surcando las aguas de la costa catalana.
Más allá de su colección permanente y de sus interesantes exposiciones temporales, visitar el Museo Marítimo de Barcelona vale también la pena por conocer un edificio único del gótico civil catalán. En este sentido, conviene detenernos particularmente en la Sala Naus y contemplar la belleza de su espacio diáfano articulado por grandes arcadas de piedra y resguardado por una techumbre de madera, que en el pasado se abría directamente al mar.
Por otro lado, en el conjunto del Museo Marítimo está integrado el único tramo de la muralla medieval de Barcelona conservado en la actualidad y el portal de Santa Madrona (la única puerta que permanece en pie de la misma).
Si aún os faltan motivos para dejaros caer por el Museu Marítim, asomaros al menos a sus jardines, que son uno de esos rincones con encanto que se hallan escondidos en el corazón de la Ciudad Condal.