La historia del arte nos ha dejado grandes relaciones artista-mecenas: Miguel Ángel y la familia Médici, Cervantes y el conde de Lemos, Goya y el infante Don Luis… No lo es menos la que establecieron Antoni Gaudí y el industrial y político catalán Eusebi Güell, quien se enamoró del talento del joven arquitecto en la Exposición Universal de París de 1878, en la que Gaudí exponía una vitrina para un comercio. Fruto de una estrecha relación personal, el empresario encargaría al artista aún desconocido el diseño de su residencia, el Palacio Güell, uno de los primeros proyectos importantes en la carrera de Gaudí, y el primero de una fructífera relación que nos dejaría otras joyas como el Park Güell y la Colonia Güell. El resultado fue un edificio en el que ya se aprecia el germen de modernismo del original arquitecto, pero que todavía no exhibe las formas ondulantes y orgánicas de su periodo de madurez. Pertenece a su etapa orientalista, que queda patente sobre todo en la decoración interior, rica en azulejos cerámicos y artesonados de madera, y en la impresionante cúpula central. Una joya, quizá menos conocida que otras, que podemos visitar junto a las Ramblas.
Breve historia de la antigua residencia de la familia Güell
En los años 80 del siglo XIX, Eusebi Güell compra varias propiedades colindantes con la casa heredada que su padre, Joan Güell, quien había muerto en 1872, tenía en la actual calle Nou de la Rambla. El industrial se hace con casi toda la manzana y encarga a Gaudí el diseño de un nuevo palacio que conectase, mediante un patio interior, con la vivienda original. Va así a contracorriente de la tendencia de la época, en la que la burguesía catalana estaba levantando sus palacios modernistas en el más desahogado Paseo de Gracia, lejos del centro.
Las obras se desarrollan entre 1886 y 1888, cuando con motivo de la Exposición Universal de Barcelona un orgulloso Güell invita a conocer la casa a personalidades como la reina regente María Cristina de Habsburgo, el rey Humberto I de Italia y el presidente de Estados Unidos Grover Cleveland. La decoración interior se terminaría en 1890, y la familia Güell residiría desde entonces en el palacete hasta que en 1906 se trasladan a la Casa Larrard, en el Park Güell.
La familia conservó la propiedad tras la muerte de Güell, en 1918, aunque durante la Guerra Civil, sería utilizada como comisaría. En 1945 el edificio es adquirido por la Diputación de Barcelona, habiendo acogido varias instituciones culturales desde entonces. Entre 1952 y 1968, la Asociación de Amigos de Gaudí; y entre 1954 y 1996, el Museo de Artes Escénicas. En este tiempo ha sufrido varios procesos de restauración, el más reciente y completo entre 2004 y 2011. El Palacio de Güell es, desde 1984, Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO, y abrió sus puertas al público en 2011. Gracias a las restauraciones y la compra e instalación del mobiliario original de la familia por parte de la Diputación, el Palacio Güell se conserva prácticamente idéntico al que fue concebido por la brillante imaginación de Gaudí.
Descubriendo el Palacio Güell
Lo primero que llama la atención de la fachada del Palacio Güell es la larga tribuna de piedra de la planta noble y los dos grandes arcos parabólicos de entrada, cubiertos por una reja de hierro forjado con un motivo de serpientes que dibujan las iniciales del propietario: E.G. EL espacio entre ambas entradas lo preside un enorme escudo de Cataluña coronado por un yelmo con un ave fénix, todo esculpido en hierro forjado.
Los arcos, tan grandes para que los visitantes pudieran acceder en caballo o en carro, dan paso a una entrada donde antes estaban las cocheras. Una original rampa helicoidal nos hace descender al sótano, concebido como establo para los caballos. Volviendo a la entrada, el recorrido asciende por la bella escalera de gala, que nos lleva primero al entresuelo, donde se encontraba el despacho y la biblioteca de Eusebi Güell, y después a la planta noble, articulada en torno a un enorme salón central de 80 metros cuadrados destinado a acoger la frecuente actividad social de la casa.
Es este el corazón mismo del palacio que distribuye el acceso a otras estancias de este piso como la sala de pasos perdidos, que tenían que atravesar los invitados, la sala de visitas donde esperaban, la sala de confianza que acogía tertulias y conciertos de piano, el comedor y la sala de billar. La rica y suntuosa decoración de esta planta es la prueba de las influencias orientalistas de Gaudí, que se deja sentir en detalles como el artesonado de madera nobles de la sala de visitas, decorado con hierro forjado y pan de oro, o el cancel de madera y hierro que separa el comedor de la sala de fumadores. Pero el elemento más destacado es la gran cúpula parabólica del salón central, que recuerda al arte bizantino. Con su revestimiento rojizo de alabastro y los óculos que la perforan para dejar pasar la luz, es quizá lo más bonito del edificio. En este salón hay también una pequeña capilla y un órgano –el original se perdió durante la Guerra Civil- que amenizaba los banquetes o las veladas en las que se recibía a personalidades.
Desde esta planta noble se puede subir por una escalera a un segundo piso privado que ocupaban los dormitorios y lavabos de la familia Güell, aunque aquí solo se conserva parte de la decoración original.
Y, por fin, ascendemos al tejado del palacio, una azotea de 480 metros cuadrados en la que destacan 14 chimeneas recubiertas por los clásicos mosaicos de trencadís gaudiano, que luego cobró tanto protagonismo en el Park Güell. El edificio está rematado por una alta aguja cónica de cerámica por la que entra la luz de la linterna de la gran cúpula del salón central. En lo alto, una veleta-pararrayos representa la rosa de los vientos, un murciélago y una cruz griega. Gaudí en estado puro hasta el final.