A la Plaça de Sant Felip de Neri no se llega de paso sino que hay que buscarla y encontrarla al final de dos callejones sin salida. Es un rincón tranquilo con una fuente central rodeada de edificios renacentistas y una iglesia barroca. Sin embargo, esta plaza está marcada por el destino trágico que le tocó vivir ya que entre sus adoquines se produjo una de las matanzas más cruentas que vivió Barcelona durante la Guerra Civil con la muerte de 42 personas en un bombardeo, la mayoría niños del colegio Sant Felip de Neri.
Iglesia de Sant Felip de Neri
Esta iglesia fue construida entre 1721 y 1753 como parte de la Congregació de l’Oratori, formada por los llamados felipones, que se habían instalado en esta plaza a finales del siglo XVII.
Fue el arquitecto Pere Bertran, con la ayuda de Salvador Ausich i Font, el que levantó este oratorio que sigue presidiendo la plaza y que conserva todavía anexo una parte del convento.
El templo, de una sola nave con crucero, cuenta con varias capillas laterales que conservan retablos y altares barrocos y algunas muestras del neoclásico. En su interior también hay que destacar dos cuadros de Joan Llimona, famoso pintor modernista, precisamente sobre la vida de Sant Felip de Neri.
Pero lo que más llama la atención a cualquier visitante que se planta ante su fachada son los agujeros por la metralla que cayó el 30 de enero de 1938, en uno de los episodios más negros de la ciudad durante la Guerra Civil. Durante un ataque de la aviación franquista murieron 42 personas, la mayoría niños, al hundirse el techo del subsuelo donde estaban refugiándose.
El templo también sufrió muchos daños ya que sólo quedó en pie la fachada y una parte de la estructura.
Arquitectura
La iglesia de Sant Felip de Neri sigue las principales características del tardobarroco catalán y, de hecho, mantiene una planta contrarreformista, es decir, con una sola nave pero varias capillas laterales que pueden ser visitadas por un recorrido sin molestar al resto del templo, algo que también está presente en la basílica de la Merced.
No es el único contacto arquitectónico con otros edificios emblemáticos de Barcelona porque su fachada parece estar inspirada en la capilla de la Ciudadela conservando en la parte superior un óculo, que permite la entrada de luz al interior del templo.
La puerta de entrada, flanqueada por pilastras, alberga un escudo y, sobre un segundo cuerpo, una hornacina con la imagen del santo que da nombre a la iglesia y a la plaza entera.