El 7 de octubre de 1915 fue un día alegre en Bilbao. A las 12.20 del mediodía, los vecinos, quienes llevaban desde el siglo XIX subiendo al cercano monte Artxanda para relajarse y disfrutar de su tiempo de ocio, fueron testigos del primer viaje del Funicular de Artxanda, que conectaba la villa con la cima en apenas unos minutos. Según reportó la prensa de la época, ese día se vendieron más de 2.800 billetes. La idea había surgido en 1901 inspirada en la iniciativa del funicular de Igueldo, en San Sebastián, pero no fue hasta 1915 que el proyecto de Evaristo San Martín y Garaz fue aprobado por la Dirección de Obras Públicas. 103 años después, los alegres vagones rojos del funicular siguen partiendo puntuales cada 15 minutos durante todo el año, ofreciendo a los visitantes las vistas más espectaculares de Bilbao y la desembocadura de la Ría del Nervión en el Mar Cantábrico.
Tras su inauguración, el funicular se hizo enseguida muy popular entre la burguesía bilbaína, que no solo subía al monte Artxanda para disfrutar de la naturaleza y el aire puro, sino también para ir al casino que hubo en la cima y los diversos txakolís -merenderos al aire libre donde se cultivaba y elaboraba este vino típico- de los alrededores. Hoy en día, las motivaciones de los usuarios de este peculiar medio de transporte –unos 800.000 en 2017- siguen siendo las mismas. El casino ya no está (quedó destruido durante la Guerra Civil), pero podemos encontrar un parque, un hotel, un complejo deportivo y uno de los mejores restaurantes de Bilbao, el Txakoli Simon, famoso por sus deliciosas carnes a la parrilla.
Una historia accidentada que sigue adelante
Desde su construcción en 1915 por la empresa suiza Von Roll, especialista en trenes de montaña que ya había instalado los del Monte Igueldo y el Tibidabo, el Funicular de Artxanda ha tenido una curiosa y accidentada historia. En sus inicios, era normal que el servicio también fuera utilizado por aldeanos del monte que cargaban sus mercancías para venderlas en el mercado municipal o bajaban terneros al matadero.
Desgraciadamente, la alegre existencia del funicular quedó truncada durante la Guerra Civil. El 18 de junio de 1937, en la víspera de la caída de Bilbao, un bombardeo del bando sublevado sobre la cima de monte Artxanda destruyó parcialmente las vías y la estación superior. El servicio no sería restablecido hasta julio de 1938.
Desde entonces, los vecinos de Bilbao pudieron disfrutar del funicular durante casi cuatro décadas hasta que, el 25 de junio de 1976, un desafortunado accidente causó un largo cierre del servicio. Todo ocurrió durante el cambio del desgastado cable tractor, cuando una concatenación de fallos precipitó un vagón hacia la estación inferior justo en el momento en que varios operarios comían en su interior. Todos lograron saltar a tiempo menos Isidro Aurrekoetxea, que no pudo evitar el impacto y fue sacado después de los escombros milagrosamente vivo.
No sería hasta 1983 cuando, bajo gerencia del Ayuntamiento, las instalaciones serían reconstruidas y reabiertas al público. Ese mismo año, sin embargo, tuvieron que volver a cerrar, entre agosto y noviembre, debido a las catastróficas inundaciones que anegaron Bilbao aquel verano. El funicular volvió a circular el 4 de noviembre de 1983, inaugurando una nueva etapa histórica que no se ha interrumpido hasta la fecha. En la estación superior, a donde se llega en 3 minutos tras salvar 226 metros de desnivel en un recorrido de 770 metros, una serie de fotografías da testimonio del montaje del nuevo funicular y del estado que presentaban las antiguas instalaciones en 1983. Recuerdos de un medio de transporte centenario que se ha ganado un hueco en el corazón de los bilbaínos.