Cuenta la leyenda que un devoto peregrino, de nombre Francisco Paniagua, recorrió más de cuarenta kilómetros con una imagen de la virgen al cuello esperando una señal divina que le indicase un lugar para construir un templo a su culto. Defraudado, se retiró a la escarpada sierra de la Mosca para fundar un hermoso santuario en un mirador natural de la ciudad.
El santuario de la Virgen la Montaña de Cáceres
Dicho santuario, que se eleva al este de Cáceres, ofrece las mejores vistas de la ciudad y de su entorno. A escasa distancia del centro –unos quince minutos en coche o una excursión de 50 minutos a pie–, se ha convertido en lugar de peregrinación tanto de devotos del santo como de las buenas fotos y las grandes panorámicas.
El santuario de la Virgen la Montaña se sitúa en la cresta afilada de la sierra de la Mosca, a unos 600 metros de altitud. De uno de sus lados, la sierra se rompe en peñascos y profundos barrancos. Del lado de la ciudad, una ladera desciende suavemente hasta llegar a Cáceres, salpicada de casas y vegetación de monte bajo. Esta colosal grandeza rocosa fue el motivo por el que al santuario de la Virgen de la Montaña se le llamó, en un principio, de la Virgen de la Encarnación, a imitación de la Virgen de la Encarnación de Montserrat.
Hoy día, es un lugar de culto, de paseo y de visita para los turistas. El santuario de la Virgen de la Montaña y la sierra de la Mosca son lugares imprescindibles si visitamos la ciudad. Su fama es tal que, en los años 60 y 70, ‘Montaña’ y ‘María Montaña’ fueron nombres muy comunes en Cáceres, en honor a su patrona.
La bajada de la Virgen de la Montaña y otras festividades
Desde antes de la muerte del ermitaño Francisco Paniagua, en 1636, lo que empezó como una iniciativa personal de este devoto se había convertido, junto con la iglesia Concatedral de Santa María, en los centros espirituales más significativos de Cáceres. Actualmente, miles de vecinos siguen acompañando a la imagen de la virgen en su descenso hasta la Concatedral, donde se realizan misas y ceremonias en su honor, o se bautiza en masa a los recién nacidos en la ciudad aprovechando su visita.
En procesiones como la bajada de la Virgen de la montaña, que todos los años se celebra a finales de abril para las novenarias de la santa, la imagen es acompañada por grupos que desfilan con tambores, entre el fervor de los fieles que, preocupados también por engalanar la ciudad, adornan la mayoría de balcones y ventanas, desde las que se arrojan flores y cantos a la imagen.
Otro de los rituales más importantes son las novenarias. Estas se convocan por algún motivo especial, principalmente de duelo, recogimiento, devoción o buenas acciones. Se han llegado a convocar, por ejemplo, en honor a santos o a la propia virgen, aunque también para pedir algún favor o ayuda en asuntos cotidianos. Durante nueve días de reflexión, los fieles deben observar severos principios y celebrar misas regularmente. El Novenario de la Virgen de la Montaña es, desde 2018, Fiesta de Interés Turístico Regional.
Otra antigua ruta de peregrinación, que partía de la puerta de Mérida y atravesaba hasta ocho ermitas diferentes, acababa también en este santuario de la Virgen de la Montaña, reforzando su influencia para los creyentes de la zona. Hasta 1641, eran los ciudadanos los que se acercaban a ella cuando querían solicitar algún favor. La última sequía llevó a los desesperados habitantes de Cáceres a bajar la talla de la virgen, por primera vez, hasta la Catedral, para pedirle su amparo. Y así continúa ahora la tradición.
Un refugio entre las cuevas y grutas
En 1621 llegó a Cáceres desde el pueblo de Casas de Millán, a poco más de cuarenta kilómetros, el peregrino Francisco Paniagua, esperando que Dios le señalase un lugar para construir un templo. A lo largo de su camino, y al llegar a la ciudad, se dedicó a pedir limosna a los ciudadanos para poder levantar el santuario, sin cosechar buenos resultados. Desanimado, decidió retirarse como ermitaño a un lugar áspero pero tranquilo y bello, elevado por encima de los intereses terrenales de la ciudad. En ese lugar decidió que construiría un santuario a la santa, la llamada posteriormente de la Montaña.
Ese gesto individual y esa devoción fueron los que obraron el milagro. Al poco tiempo, los habitantes de la ciudad, que escucharon la historia del peregrino, se sintieron tan conmovidos que empezaron a ayudarle en su empresa, ofreciéndole dinero, joyas o su propio trabajo. Medio siglo después de la muerte de Paniagua, en 1688, el Concejo de la Villa otorgaba el título de patrona de la ciudad a la Virgen de la Montaña, para certificar así el triunfo póstumo de Francisco Paniagua. Costó unos años, pero en 1906 el Papa Pío X otorgó una confirmación oficial eclesiástica y ratificó el patronazgo. Desde entonces, es aquí donde descansa la patrona de Cáceres, la Virgen de la Montaña.
No sólo mirando hacia afuera: la riqueza del santuario
La subida al santuario de la Virgen de la Montaña suele aprovecharse, además de para disfrutar de las vistas de la ciudad, para pasear por sus plazas y calles de casas encaladas, o comer en el cercano restaurante Mirador de la Montaña. Pero, por supuesto, la visita más importante es la que ofrece el propio santuario, en la cueva en la que comenzó su trabajo Paniagua.
Encontramos también una plaza del siglo XVII desde la que disfrutar de las vistas de la ciudad. Además, se levanta allí una estatua dedicada al Sagrado Corazón de Jesús, de 1926, y un templete de pequeñas proporciones. Fue levantado en 1703 siguiendo las órdenes de la cofradía del Santuario de la Virgen de la Montaña.
Dentro del santuario de la Virgen de la Montaña encontramos la imagen que el mismo ermitaño Francisco Paniagua llevó en su peregrinación personal. Es algo pequeña pero de gran valor inmaterial para la ciudad, y es por eso que se conserva en la ermita sin que participe en las procesiones.
La imagen del altar Mayor, que en la bajada de la Virgen es llevada durante nueve días a la ciudad, es una escultura de estilo barroco, una talla realizada entre los años 1620 y 1626. Es de madera de nogal policromada, y cuenta con valiosísimos adornos. La corona que lleva es de oro, fundida en 1924 para la Coronación Canónica de la Patrona, y costó 150.000 pesetas de la época, que fueron donadas por el pueblo. Tiene, además, piedras preciosas que representan motivos simbólico: los rubíes sugieren la sangre, y los diamantes la fortaleza o la fe entre otros. Los mantos son regalos de diferentes personas, algunas tan ilustres como la reina Doña Isabel II. Todavía se conserva, incluso, el manto que la imagen llevaba durante los bombardeos de 1937 sobre la ciudad.