El barrio judío de Granada se despliega entre los dos ríos de la ciudad -el Darro y el Genil-, y se compone por un laberinto de callejuelas empinadas y estrechas en lo que hoy se conoce como el Realejo. Su denominación viene de que aquí los sefardíes ya estaban asentados mucho antes de la llegada en el siglo VIII de los árabes, quienes llamaron a esta zona Garnata al-Yahud (Granada de los judíos) y admiraron la cultura y cosmopolitismo de sus artesanos y comerciantes, que solían hablar idiomas y estar al tanto de lo que pasaba en el mundo por sus continuos viajes. No duró mucho, sin embargo, la prosperidad del barrio judío, que con el surgimiento de los primeros conflictos con los musulmanes se fue convirtiendo en un ‘gueto’ hasta la conquista de Granada en 1492, cuando todos los sefardíes fueron expulsados por los Reyes Católicos. La construcción de nuevos edificios cristianos sobre las sinagogas demolidas dejó escasos vestigios de la época judía, dotando al Realejo actual de un carácter ecléctico y multicultural. Pese a ello, a los 17.000 habitantes del barrio aún se les llama greñúos, según una de las explicaciones que circulan, por las rizadas melenas que lucían sus antiguos convecinos sefardíes.
Un paseo por las tres culturas de Granada: Plaza de Isabel la Católica- Museo Sefardí- Torres Bermejas
El Realejo es un barrio donde, en un breve paseo, se pueden admirar vestigios de los tres pueblos que han marcado la historia de Granada: judíos, árabes y cristianos. Nuestra ruta comienza en la Plaza de Isabel la Católica, frente a la magnífica estatua realista que representa a Cristóbal Colón con la reina que, el 31 de marzo de 1492, decretó junto a su esposo en la Alhambra la expulsión del pueblo judío. Cogiendo la calle Pavaneras, a escasos metros encontramos, irónicamente, la estatua de Yehuda Ibn Tibon, uno de los judíos granadinos más célebres: médico, filósofo, poeta y traductor cuyas innumerables traducciones de textos árabes al hebreo facilitaron el acceso a la ciencia árabe en Europa.
A la izquierda del sabio judío se erige otro edificio que nos habla en silencio de la historia de Granada: el antiguo Convento de San Francisco. Levantado en 1507 sobre los restos de una mezquita, los franciscanos de la Alhambra decidieron trasladarse aquí cuando el barrio del Realejo era, tras la reciente expulsión de los judíos, poco menos que un barrio fantasma. En él está enterrado el primer arzobispo de la ciudad, Fray Hernando de Talavera. Hoy, sin embargo, es la sede de la Jefatura del MADOC (Mando de Adiestramiento y Doctrina Militar) y del convento, solo quedan una monumental escalera imperial y un claustro del siglo XVI con una fuente central y un pozo.
Descendiendo por la calle Pavaneras, enseguida sale al paso, a nuestra izquierda, la famosa Casa de los Tiros, que recibe su nombre de las piezas de artillería que asoman entre sus almenas. Actual sede de un museo de historia de la ciudad -con unas excelentes biblioteca y hemeroteca-, este edificio con aspecto de fortaleza militar data del siglo XVI, si bien solo se conserva original el impresionante torreón de la fachada exterior. Sus primeros propietarios fueron la familia Granada-Venegas, un curioso linaje de nobles musulmanes conversos que, tras la conquista de Granada, renegaron de sus orígenes para acercarse a Castilla, convirtiéndose quizá en los más reaccionarios contra los moriscos. Se integraron tanto que en 1643 Felipe IV les concedió, por sus servicios a la Corona, el marquesado de Campotéjar, bajo el cual tuvieron en propiedad la Casa de los Tiros y los Jardines del Generalife hasta 1921, cuando pasaron a manos del Estado tras un largo pleito. Sobre la clave de la puerta de la Casa de los Tiros podemos leer el lema familiar: “El corazón manda”.
Llegados a este punto, si nos apetece empaparnos mejor del legado de la Garnata al-Yahud, conviene girar a la izquierda para subir al Museo Sefardí, un pequeño edificio regentado por una familia judía que tiene como objetivo recordar a los visitantes que mucho antes de que musulmanes y cristianos llegaran, los judíos ya estaban en Granada –la primera mención data del año 303-, hasta su brutal expulsión en 1492. Si continuamos cuesta arriba un poco más, es una buena idea descansar un rato en la recóndita Placeta de la Puerta del Sol, donde hay un bello lavadero del siglo XVII que hace las veces de mirador con vistas a la ciudad.
De regreso a la Casa de los Tiros, seguimos bajando la calle (que a partir de ese punto ya no se llama Pavaneras, sino Santa Escolástica) hasta llegar a la Plaza del Realejo. A tiro de piedra de aquí se erige la Iglesia de Santo Domingo, un histórico templo que combina los estilos gótico, renacentista y barroco donde el Tribunal de la Santa Inquisición celebraba sus vistas y yacen enterrados varios nobles granadinos.
Tras este breve desvío, es hora de encarar la Cuesta del Realejo, una empinada calle escalonada, típica de las juderías, que conecta el Realejo bajo con la parte alta. Arriba de la colina del Mauror, cuando ya nos falte el aliento, giramos a la izquierda por la calle Aire Alta, que nos llevará directos hasta las misteriosas Torres Bermejas. No se sabe a ciencia cierta de qué época es este conjunto de tres torres vigía, que forman un baluarte fortificado defensivo conectado mediante una muralla con la Alcazaba de Granada, de la que desde este punto hay unas bonitas vistas. Aunque algunos investigadores lo achacan al fundador de la Alhambra en el siglo XIII, Ibn Al-Ahmar, otros piensan que las Torres Bermejas pudieron ser construidas antes, en el siglo XI.
A lo largo de dos calles emblemáticas que discurren por lo alto de la colina del Mauror, el Callejón del Niño del Royo y la calle Antequeruela Alta -que nos recuerda que esta zona acogió en 1410 a los habitantes árabes de Antequera, reconquistada por los cristianos-, se encuentran los dos cármenes más bonitos de Granada. Son la Fundación Rodríguez-Acosta y el Carmen de los Mártires, dos lugares mágicos en los que, por su vasta riqueza e historia, profundizaremos en artículos separados.
El Campo del Príncipe, corazón del barrio del Realejo
Dejándonos llevar colina abajo por la calle Antequeruela Baja llegamos al Campo del Príncipe, corazón del barrio del Realejo donde desde época nazarí -cuando era conocido como Campo de la Loma- se han celebrado todo tipo de festejos y actos públicos. En 1497, los Reyes Católicos ampliaron la plaza y la bautizaron en honor de las bodas de su hijo el príncipe Juan de Aragón con doña Margarita de Austria, quienes acababan de contraer matrimonio.
En la entrada de la plaza encontramos la Parroquia de San Cecilio, una iglesia con una bella portada plateresca que se construyó en el siglo XVI sobre el solar de una antigua sinagoga. Frente a ella nos espera el célebre Cristo de los Favores, una estatua de jaspe y alabastro que lleva en el mismo sitio desde 1682. Fue construida en 1640 gracias a las aportaciones de los vecinos del barrio, y desde entonces es objeto de devoción de los llamados greñúos. Si uno tiene la suerte de estar aquí un Viernes Santo a las tres de la tarde, puede unirse a la multitud que se arremolina todos los años a esa hora alrededor del Cristo crucificado, cuando según la creencia popular concede tres favores o deseos a todo el que se los pide. La recurrencia del número tres no es casual: Jesús murió a la “hora nona” romana, las tres de la tarde, y los greñúos piensan que la estatua representa a Cristo tres minutos antes de morir.