Sobre unos terrenos que se cree que pertenecieron a Boabdil, el último rey nazarí, comenzó a construirse en 1504 el primer monasterio cristiano de Granada, el Monasterio de San Jerónimo. Así, con piedras de la muralla árabe y la antigua Puerta de Elvira, se levantó la nueva sede que los Reyes Católicos habían prometido a los miembros de la orden de los jerónimos, quienes estaban asentados en otro templo en la cercana localidad de Santa Fe desde 1492. Pero el monumental edificio –compuesto por una iglesia y dos claustros- quedó para la posteridad como mucho más que eso: joya del Renacimiento español gracias a la labor del ilustre arquitecto burgalés Diego de Siloé, es también la tumba de Gonzalo Fernández de Córdoba, el valiente Gran Capitán que fue clave en la rendición de los musulmanes, quien yace junto a su esposa bajo el impresionante retablo manierista de la Capilla Mayor.
- Del gótico al Renacimiento: un edificio que marcó un cambio de época
- La accidentada historia del Monasterio de San Jerónimo
- Iglesia de San Jerónimo, la tumba del Gran Capitán
Del gótico al Renacimiento: un edificio que marcó un cambio de época
Promovido por los Reyes Católicos en reconocimiento al monje jerónimo fray Hernando de Talavera, el primer arzobispo de Granada y figura clave en la cristianización de la ciudad, las obras del Monasterio de San Jerónimo comenzaron bajo la estética gótica que era habitual entonces en los monumentos patrocinados por la realeza. Todo cambió alrededor de 1520, cuando la viuda del Gran Capitán, Doña María de Manrique, asumió el patrocinio de la construcción a cambio de que se reservara la Capilla Mayor de la iglesia para enterramiento suyo y de su esposo, que había muerto en 1515 de una enfermedad.
Los arquitectos Jacobo Florentino, primero, y Diego de Siloé a partir de 1526, decidieron sustituir la estética gótica por el nuevo modelo renacentista italiano, que consideraron que expresaba mejor los valores de la nueva nobleza cristiana de la ciudad. La construcción del Monasterio de San Jerónimo fue, por tanto, un punto de inflexión dentro de un cambio de época en el que la Edad Media tocaba a su fin mientras se abría la Edad Moderna, y una luz que alumbró el destino artístico y urbanístico de Granada en las décadas siguientes.
La accidentada historia del Monasterio de San Jerónimo
Desde que los monjes jerónimos entraron a vivir, en 1521, a un Monasterio de San Jerónimo en obras, han pasado casi cinco siglos en los que el edificio religioso ha pasado por muchas vicisitudes. Durante más de trescientos años, los monjes vivieron en uno de los monasterios más prósperos de la ciudad, que incluso fue ampliándose con la incorporación de patios y corrales, cuadras, bodegas y hasta una hospedería. Todo cambió en el siglo XIX, cuando las tropas napoleónicas lo tomaron para utilizarlo como cuartel de artillería. Los franceses saquearon sus tesoros, profanaron la tumba del Gran Capitán y demolieron la torre del campanario, cuyas piedras utilizaron para construir el Puente Verde que actualmente une el Paseo de la Bomba con la Avenida de Cervantes sobre el río Genil. Las cosas no fueron mejor para los frailes con la desamortización de Mendizábal de 1835, que reconvirtió el edificio en cuartel y supuso la salida de los religiosos hasta 1967, cuando el monasterio fue devuelto a la Orden de San Jerónimo. Considerado Bien de Interés Cultural, ha sido restaurado en varias ocasiones, recuperando su malograda torre en los años 80, aunque con el transcurso de los siglos ha perdido por el camino dos patios, la hospedería y otras dependencias.
Se conservan, sin embargo, dos magníficos claustros en cuyas galerías laterales se encuentran las celdas de los monjes y varias capillas particulares que han ido construyendo ilustres familias granadinas. El claustro principal es un amplio cuadrado rodeado por dos pisos de galerías laterales, de nueve arcos cada una, que encierran un jardín central. Los arcos centrales de cada lado están presididos por los emblemas de los Reyes Católicos y fray Hernando de Talavera, mientras que en el segundo piso destacan siete portadas de capillas o arcosolios que Diego de Siloé decoró con una genuina ornamentación propia del Renacimiento. El jardín central ha sido replantado con naranjos tal como estaba en el siglo XVI, como sabemos gracias a una crónica de Andrea Navagiero, el embajador de la República de Venecia en España, que visitó el monasterio en 1526: “El monasterio, que es de los frailes jerónimos, tiene jardines y fuentes y dos claustros hermosísimos, tales como no los he visto en ninguna parte; pero el uno es más grande y magnífico que el otro, y en su centro está lleno de naranjos, olorosos cidros y enramadas de mirtos y de otras plantas exquisitas”.
Precisamente, la visita de Navagiero se debió al viaje de bodas a Granada que realizaron en esa misma fecha el emperador Carlos V y la emperatriz Isabel de Portugal. Durante su estancia, la reina residió en el segundo claustro del monasterio, que actualmente está cerrado a los turistas porque en él está de clausura una comunidad de monjas jerónimas.
Iglesia de San Jerónimo, la tumba del Gran Capitán
La bella y monumental cabecera exterior de la Iglesia de San Jerónimo, un templo que debemos en su mayor parte a Diego de Siloé, ya es toda una declaración de intenciones de lo que esconde en el interior. Casi como una firma de propiedad del templo, preside el paño central un escudo de la familia Fernández de Córdoba sostenido por dos guerreros y una inscripción en latín que nos recuerda que el Gran Capitán fue un gran duque hispano que aterrorizó a los musulmanes. El político y militar, que despuntó por su genio militar en la guerra contra el reino nazarí, sería después, sin embargo, una figura diplomática esencial en las negociaciones que llevaron a las Capitulaciones de Granada gracias a su amistad con Boabdil, el último rey de la dinastía árabe, a quien había conocido tras hacerle prisionero en una batalla. En los paños laterales de la cabecera aparecen dos grandes medallones con los retratos del noble guerrero y su esposa, María de Manrique.
Lo más interesante del interior son el crucero y el gran retablo de la Capilla Mayor, una obra cumbre del Renacimiento español y del Manierismo andaluz. Realizado entre 1570 y 1605 por varios escultores de renombre, su iconografía está diseñada para exaltar las gestas militares y el heroísmo del Gran Capitán. A los pies del monumental retablo, una a cada lado, están las estatuas orantes de Gonzalo Fernández de Córdoba y su esposa, ambos ataviados como quisieron ser recordados para ganarse la gloria eterna: él con armadura, como un guerrero; ella cubierta con velo, túnica y manto, como una mujer recatada y consagrada a Dios. Al pie de la larga escalinata que sube al altar mayor descansa lo que queda de sus restos en una cripta, bajo una lápida de mármol donde se lee: “Los huesos de Gonzalo Fernández de Córdoba, que por su gran valor consiguió para sí el sobrenombre de Gran Capitán, están confiados a esta sepultura hasta que al fin sean restituidos a la luz perpetua. Su gloria no quedó sepultada con él”.