A veces es necesario subir a parajes recónditos o, en este caso, descender a las entrañas de la Tierra para encontrar la belleza natural. Ésta luce plenamente en aquellos parajes poco accesibles en los que la mano del hombre no ha dejado su impronta. Es lo que ocurre en las cuevas del Drach, unas bellísimas grutas que se adentran 1.200 metros en el subsuelo de la isla y nos permiten volver a los orígenes y disfrutar de la naturaleza en su esencia, apreciar las diferentes formaciones rocosas y navegar por lagos subterráneos mientras escuchamos el ruido de las gotas de agua al desprenderse del techo. Ellas son las culpables de la lentísima formación de estalactitas y estalagmitas, las artífices involuntarias de una escenografía natural que nadie debería perderse.
El origen de las cuevas del Drach
La formación de estas cavidades se produjo en el interior de unas rocas carbonatadas con una antigüedad de entre 11 y 5,3 millones de años, es decir, que provienen nada más y nada menos que del periodo Miocénico superior.
Aunque parezca mentira, el agua de lluvia filtrada es la que desde hace muchísimos años ha ido esculpiendo las cuevas del Drach, pues las rocas calcáreas se disuelven fácilmente al entrar en contacto con ella. Así, el paulatino proceso de erosión fue generando a lo largo de los siglos las cuevas y lagos que hoy podemos visitar, al tiempo que el goteo del agua fue cubriendo la gruta de estalactitas y, como réplica, de estalagmitas. Y es que las segundas se van originando en el suelo por el goteo de agua con carbonato cálcico que resbala desde las primeras, llegando en algunos casos a conectarse y a formar esbeltas y singulares columnas.
Las cuevas del Drach a lo largo de la historia
La primera mención escrita a estas hermosas cuevas se ha identificado en un mensaje de 1338 enviado por Rover de Rovenach, gobernador de la isla por aquel entonces, al alcalde de Manacor. Ya en 1784, el cardenal Despuig las incluyó en su mapa de Mallorca.
No obstante, las primeras exploraciones serias tuvieron lugar a finales del siglo XIX. Fueron las del cartógrafo y espeleólogo M. F. Will, en primera instancia, y las de E. A. Martel, años más tarde. En su exploración, Martel descubriría nuevas cavidades y acabaría dándole nombre al gran lago subterráneo de las cuevas del Drach. Un año antes de que el francés ingresara a las mismas, otro compatriota suyo, Julio Verne, las había mencionado en Los viajes de Clovis Dardentor.
Visitando las cuevas del Drach
Las cuevas pueden visitarse hoy día gracias a las obras de acondicionamiento llevadas a cabo por el ingeniero catalán Buigas entre 1922 y 1935, las cuales permitieron contar con una adecuada instalación eléctrica en el subsuelo. En su interior podrás disfrutar de:
- Bellas formaciones rocosas como La Bandera, una estructura en forma de lienzo cuyos atractivos colores se deben a las filtraciones de diferentes minerales, o el Monte Nevado, denominado así por el color blanco que le da el carbonato de calcio filtrado por la lluvia.
- El lago Martel. Se trata de uno de los lagos subterráneos más grandes del planeta, con 170 metros de longitud y entre 4 y 12 metros de profundidad. Además, los visitantes pueden sentarse en su anfiteatro y disfrutar de un exclusivo concierto de música clásica interpretado por un cuarteto formado por dos violines, un chelo y un clave. No cabe duda de que la singularidad del contexto —con el bosque de estalactitas al fondo—, la excepcional acústica de la cueva y el hecho de que los músicos interpreten las piezas en el interior de una barca que avanza por el lago hacen del concierto una experiencia única.
Finalmente, los visitantes pueden hacer como los músicos, y transitar el lago en barca, o recorrerlo por el puente lateral. Llegados al otro extremo y tras pasar junto a la cueva de los Franceses, una cavidad que ya se visitaba antiguamente, las escaleras enfilan el ascenso hacia el exterior. Afuera aguarda la localidad de Porto Cristo, con sus playas y la vecina cueva dels Hams, y otros puntos de interés que bien merecen una visita, como Manacor o Capdepera.