Los jardines de Alfabia, situados al cobijo de la hermosa sierra de Tramontana, exactamente en el término de Bunyola, son un enclave majestuoso que hay que descubrir si uno recala en Mallorca. Es un espacio romántico, barroco y monumental que evoca, en sus juegos de agua, un pasado de siglos de claro sabor árabe. Está jalonado de fuentes, muros de piedra, balaustradas, estatuas, templetes, senderos empedrados, estanques, escalinatas… Un lugar ideal para pasear y disfrutar del paisaje. Una invitación para desconectar y encontrar la paz y la calma.
Hay que visitar los jardines de Alfabia por su singularidad, por su larga historia, por su belleza y porque es uno de los espacios más antiguos de Mallorca. Forman parte de un conjunto integrado también por una casa señorial y un huerto que se remonta a los tiempos de Ben-Abet en el siglo XIII. Era la época del dominio árabe en España y hoy pervive este enclave, como un vestigio de la Mallorca más auténtica. Por eso, está considerado Bien de Interés Cultural.
Alfabia, “tinaja” en árabe
Lo que está claro es que los árabes sabían bien dónde ponían sus jardines, pues los de Alfabia cuentan, además de con agua abundante, con un terreno fértil y con mucho sol. Así que los bancales, las acequias y las huertas limítrofes tenían todo lo necesario para ser frondosos en un terreno acotado que recibió el nombre de Alfabia, que en árabe significa “tinaja”.
El rumor del agua se sigue haciendo oír, aún hoy, en cualquier punto de los Jardines de Alfabia, sobre todo cuando la afluencia de visitantes no es muy alta. Conviene contemplar los bancales de cultivo, con olivos, almendros, limoneros, granados, higueras algarrobos, encinas… Los jardines propiamente dichos comienzan detrás de la casa con el “Jardinet de la Reina”, que recibe este nombre porque fue remodelado con motivo de la visita de Isabel II en 1859. Además, en esta zona del jardín, hay un pequeño bar que invita a relajarse y disfrutar del entorno mientras se toma una consumición y se escucha música clásica de fondo.
Un oasis de vegetación
Estamos ante un verdadero oasis de vegetación organizado en torno a unos estanques y un paseo entre palmeras, palmitos, castaños de indias, cipreses, pinos, acacias, cedros, pinsapos y granados de troncos retorcidos. Es un verdadero jardín botánico porque atesora especies llegadas de todo el mundo y que en 1954 fue declarado conjunto histórico-artístico.
Desde el acceso a la finca, el visitante descubre una impresionante escalinata de piedra alineada entre palmeras que conduce hacia la fachada monumental de la casa, donde hay una fuente adosada. Y sobre la fuente, un escudo con la representación de “Hércules Invictus”. A la derecha, se encuentra el antiguo aljibe, también llamado Baño de la Reina, que almacena agua para el riego del jardín.
Una pérgola de 72 columnas
Sin embargo, el elemento más espectacular de la finca es la pérgola decorativa de 72 columnas y 24 esculturas de piedra que funcionan como surtidores y cuyos chorros se cruzan diseñando arcos de agua. Fue concebida por el arquitecto Isidro Velázquez en un espacio de romanticismo que produce una agradable sensación de frescor, que hace que la caminata sea muy relajante para el viajero.
La visita no se acaba en los magníficos jardines de Alfabia, porque también la casa y su patio interior tienen las puertas abiertas para el viajero. Al igual que la zona verde, la casa ha sufrido, con el tiempo, numerosas remodelaciones, por lo que cuenta con diferentes estilos, del árabe al gótico, pasando por el renacentista y el barroco.
Una casa, junto a los jardines de Alfabia
Se pueden visitar las estancias más emblemáticas de la propiedad, como la Sala Gran, dominada por el retrato ecuestre del militar Pedro de Santacilla, almirante de Castilla en el siglo XVII; o la Sala de los Grabados, donde se expone un sitial del siglo XIV de madera de roble. El Cuarto de la Reina, con una puerta vidriera de estilo rococó francés, es el dormitorio donde pasó una noche de 1859 la reina Isabel II. Otra sala vistosa es el Comedor, que cubre sus paredes con un estampado típico de Mallorca. También la Sala de la Cadira, donde se encuentra un gran sillón de madera hecho a mano en Flandes en el siglo XV conocido como “la cadira del rey moro”. Y su biblioteca, que atesora numerosos incunables y obras impresas entre los siglos XVI y XVIII.
Después de visitar las estancias interiores, se accede al patio, que está empedrado y decorado con una fuente central (clastra en mallorquín). En un lateral, hay un enorme plátano de sombra y en torno al patio se encuentran una pequeña capilla, unos establos, un pozo y una almazara, además de las estancias para el alojamiento del servicio y otras dependencias.
Artesonado mudéjar policromado
Antes de rematar el recorrido, hay que detenerse en el impresionante artesonado mudéjar del zaguán, plagado de arabescos policromados, que fue labrado en el siglo XIV en madera de pino y encina. En la parte inferior, se pueden ver los escudos de las familias árabes que residieron en esta finca, a los que se añadieron posteriormente los del reino de Aragón y Cataluña. En el friso se lee: “Alá es grande. El poder es de Alá. No hay más Dios que Alá”.
La finca d’Alfàbia es propiedad, en la actualidad, de la familia Zaforteza. Merece la pena su visita porque aglutina en una sola finca la historia de Mallorca, con elementos que van desde tiempos de la dominación árabe hasta hoy.
La reina Isabel II, en Alfabia
Y si no, que se lo pregunten a Antonio Flores, cronista de la reina Isabel II, que dejó escritas estas líneas en su libro “Crónica del viaje de Sus Majestades y Altezas Reales a las Islas Baleares y Aragón”:
“La entrada a la quinta de Alfabia es suntuosa, pero la salida por la parte opuesta es una maravilla. Entrar en la casa, que es de regulares dimensiones, atravesar sus principales salas, que están corridas, y asomarse a la galería que se extiende alrededor del jardín es quedar absorto y suspenso entre el panorama más variado y más bello que pueda soñar la imaginación humana. A pesar de que la pintoresca sierra de Alfabia se anuncia antes de llegar a la quinta, todavía sorprende que a espaldas de aquel edificio se oculte una naturaleza tan bella y caprichosa. Parece que la naturaleza y el arte son obras de una mano. No se sabe dónde acaba el jardín y dónde empieza la montaña, ésta y aquél parecen una misma”.