La característica calma que se atribuye a la isla de Mallorca alcanza cotas insospechadas a bordo del conocido como Tren de Sóller. Se trata de un ferrocarril centenario que parte de la capital mallorquina para adentrarse en la verde y frondosa Sierra de Tramontana, antes de alcanzar el pueblo septentrional del que hereda el nombre. Decimos centenario porque la maquinaria del tren data de 1912 —año de su inauguración—, en una época en la que la comunicación entre Palma y Sóller se hacía por medio de un camino de herradura, estrecho y abrupto. De este sendero hoy sólo perviven los pueblos y las posadas que servían como puntos de descanso para los viajeros. También permanece el paisaje salvaje y ensoñador que durante 27 kilómetros de recorrido devuelve al pasajero a la Mallorca de principios del siglo XX.
Como broche de oro a este viaje en el tiempo, desde el pueblo de Sóller es posible hacer transbordo al tranvía de Sóller, una línea estrenada en 1913 que enlaza, a través de 5 km de recorrido parcialmente costero, con el Puerto de Sóller y su magnífica playa de arena.
Un viaje virtual a bordo del tren de Sóller
Hasta el momento en el que el tren fue inaugurado, el pueblo de Sóller, asentado en un valle de la Sierra de Tramontana, había permanecido aislado del resto de la isla. De aquellos días perviven unas películas primitivas pertenecientes a un empresario mallorquín, en las que se puede contemplar el momento de la inauguración de la línea férrea y su recorrido completo hasta el Puerto de Sóller.
El recorrido hoy en día no ha cambiado mucho. Si bien su función histórica como medio de transporte de productos agrícolas ha desaparecido en pro de su atractivo turístico, lo que convierte en única a esta ruta ferroviaria es el enclave por el que discurre. Se inicia en la estación de Palma, en pleno centro capitalino, y durante una hora de viaje el tren sirve como escaparate móvil de un paisaje mallorquín algo desconocido para el turismo de sol y playa: la Mallorca interior. Así, campos de almendros, pinos y olivos, se intercalan con antiguas fincas –conocidas como possessions–, mientras la Sierra de Tramontana y sus cimas rocosas comienzan a abrirse ante la llegada de la locomotora.
Durante el camino, el tren también realiza paradas en los municipios de Son Sardina y Buñola; y transita túneles y viaductos, entre los que destaca, por ser el más pintoresco, el conocido como Els Cinc Ponts. Es, precisamente, tras abandonar el último túnel de la ruta, cuando el pueblo de Sóller hace aparición envuelto por los verdes naranjales del valle homónimo.
En la estación de Sóller –conocida como Can Mayol–, además de poder visitar exposiciones permanentes de Miró y Picasso, uno puede hacer transbordo al tranvía de Sóller. Tras un recorrido de 5 kilómetros y catorce paradas entre medias, el antiguo vehículo llega al Port de Sóller, un puerto natural de forma semicircular en el que degustar la gamba roja es casi una obligación.
Un breve paseo por Sóller (y su puerto)
Y aunque el trayecto en tren es de por sí una atracción digna de ser visitada, lo cierto es que el encantador pueblo de Sóller se encarga de poner la guinda al pastel. Situado en la costa noroeste de la isla de Mallorca, este municipio ofrece numerosos atractivos en su haber. La misma estación ferroviaria, hoy revestida de estilo Art Decó, presume de haber sido en otra época una antigua posesión fortificada perteneciente al siglo XVII.
Su plaza central, llamada plaza de la Constitución, alberga tanto edificios históricos como la iglesia de San Bartolomé, como edificios modernistas como el Banco de Sóller, obra del arquitecto catalán Juan Rubio.
En las calles aledañas se puede visitar la Casa Magraner –o Can Prunera, en mallorquín–, una mansión monumental de principios del siglo XX que en la actualidad sirve como sede de un museo de arte modernista.
Por su parte, el Puerto de Sóller, uno de los siete núcleos de población en los que se divide el municipio, permite al visitante disfrutar de unas horas de playa. Desde la propia arena, es posible divisar la conocida como Torre Picada, una atalaya que nos recuerda el ataque de corsarios argelinos que el municipio logró repeler heroicamente a mediados del siglo XVI. Con motivo del mismo se celebra durante el mes de mayo el llamado “Firó”, la fiesta más importante de Sóller.
Ahora bien, ya sea en el mismo centro de Sóller o en su Puerto, la degustación de su gastronomía se vuelve un imperativo. Desde sus ensaimadas —lisas o rellenas—, hasta su zumo de naranja recién exprimido, cualquier excusa es buena para acercarse a alguno de sus muchos comercios. Especialmente el sábado, que es cuando se celebra el mercadillo del pueblo en plena plaza central.