Hay entornos que poseen un halo especial. En el caso de los santuarios, esta característica se acrecienta por el misticismo que los acompaña. En el País Vasco hay dos que destacan por su significado, tanto religioso como artístico. Uno de ellos es el santuario de Aránzazu, en Oñate, y el otro es el santuario de Loyola, situado en el municipio de Azpeitia, a orillas del río Urola. Los jesuitas decidieron construir un complejo protagonizado por la basílica, alrededor del lugar de nacimiento de su fundador, San Ignacio de Loyola.

El corazón del santuario de Loyola

San Ignacio de Loyola nace como Íñigo López de Loyola en 1491. La casa torre de la familia es un edificio que data de los siglos XIV-XV. La parte inferior está construida en piedra, pues anteriormente había funcionado como fortaleza, mientras que las plantas superiores son de ladrillo, lo que le aporta cierto aspecto de casa palaciega.

Este hogar, al que volverá en diversas ocasiones, es muy significativo en la vida del santo. Además, están perfectamente conservados sus diferentes espacios. En la tercera planta es donde encontramos la causa fundamental del peregrinaje. Entre 1521 y 1522, cuando Íñigo estaba participando en un conflicto bélico contra tropas franco-navarras, un cañonazo le destroza las piernas. Volverá a casa y tendrá que someterse a una larga recuperación y a varias operaciones. Será en estos momentos, leyendo varios libros sobre la vida de Cristo, cuando se produzca su conversión. Así, esta habitación se hace llamar hoy la capilla de Conversión y es un lugar de absoluta veneración, donde aún se pueden contemplar algunos de los libros pertenecientes al santo.

 

 

En 1622, tras la canonización de San Ignacio de Loyola, la compañía de Jesús aboga por la conservación de su lugar de nacimiento y conversión. En 1681 consiguen la propiedad del inmueble y se inician las obras del santuario de Loyola, una tarea que se prolonga hasta el siglo XX con un complejo programa arquitectónico.

La casa y la basílica del santuario San Ignacio de Loyola

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Interior del Santuario de Loyola

La casa natal es el centro neurálgico donde reside el alma del santuario, el motivo principal de las peregrinaciones. Por eso, se decide crear un edificio principal de estilo barroco acorde a su tesoro más preciado.

En primer término se ubica una gran basílica de planta circular con una majestuosa cúpula. Es el elemento protagonista del exterior, y sus planos fueron diseñados por el mismísimo Carlo Fontana. Aunque nunca llegó a visitar la construcción personalmente, este sobresaliente discípulo de Bernini imprime un estilo que queda a medio camino entre el Barroco tardío y el Clasicismo, tan propio de Roma en aquellos momentos.

Varios arquitectos locales hicieron realidad los planos de Fontana, iniciando las obras en 1689. Poco a poco, el churrigueresco lo fue inundado todo, principalmente en lo que a motivos decorativos se refiere, pues el edificio no se inaugura hasta 1738. El mármol que se empleó se trajo de las canteras del monte Izarraitz.

En el interior, ricamente engalanado, predomina el dorado, pero todo queda en un segundo plano cuando se admira la cúpula. Con un diámetro de 20 metros y 50 metros de altura, está rematada por una linterna por la que entra la luz. En el tambor también hay ocho grandes ventanales que ayudan a contemplar mejor la ornamentación. Si alzamos la vista seremos capaces de distinguir las representaciones alegóricas de las Virtudes, hechas en estuco. Asimismo, hay lienzos que cubren las paredes con los escudos de los Austrias y los Borbones. Sitúate bajo la bella cúpula del santuario de Loyola porque no te dejará indiferente.

En los distintos altares es donde mejor se distingue el estilo churrigueresco, sobre todo en el altar Mayor. Allí contemplarás en primer término la estatua de San Ignacio de Loyola, enmarcada entre hermosas columnas salomónicas. Es todo un espectáculo visual que no deja ningún hueco libre. El órgano, de finales del siglo XIX, es otra de las piezas destacadas en el interior de la basílica. Transmite cierto espíritu romántico y se encuentra perfectamente conservado.

Jardines, un museo y la hospedería de Loyola

Volviendo al exterior, detrás de la basílica, se hayan los jardines privados del santuario. Son accesibles desde el edificio principal y solo pueden ser usados por la comunidad del monasterio, así como por los que se hospeden en este lugar. El cementerio también se encuentra en esta zona. Sin embargo, los alrededores del santuario también están repletos de jardines por los que podrás dar un agradable paseo, para disfrutar del entorno.

Otra parte destacable es el Museo Sacro, en el ala norte. En este se exponen diversos objetos litúrgicos que completan la visita y la historia de todo el complejo. La biblioteca cuenta con más de 150.000 ejemplares, destacando algunos incunables fechados entre los siglos XV y XIX. Por ello, es un archivo histórico de notable importancia.

Si estás pensando en alojarte en el santuario de Loyola, es posible hacerlo en su albergue. Otra alternativa es visitar su centro de espiritualidad, donde se realizan ejercicios de retiro y meditación, intentando transmitir los mensajes ignacianos.

Se trata de un auténtico lugar de peregrinaje que nació gracias al alma de su fundador, cuyo espíritu trata de mantener vivo la comunidad. La importancia de su labor queda fuera de toda duda. Acercarse hasta el santuario de Loyola, a menos de 50 kilómetros de San Sebastián, es una actividad altamente recomendable, para descubrir todo lo que nos puede ofrecer tanto el complejo como el entorno natural que lo rodea.