Situado entre Triana y los vestigios de la Expo’92, custodiado por el río Guadalquivir —que a su paso por la capital andaluza se abre en dos brazos, para aislarlo o abrazarlo—, el monasterio de la Cartuja ha visto pasar la historia de la población sevillana dentro y fuera de sus muros. Fue testigo silente de cómo la isla de la Cartuja se vestía de gala y centraba los ojos del mundo durante la Exposición Universal de Sevilla, y de cómo la mayoría de los pabellones fueron desapareciendo tras perder su función originaria, su razón de existir.

Asimismo, el Monasterio de la Cartuja ha presenciado el resurgir de un área de Sevilla que está protagonizando una auténtica reinvención en los últimos años, apostando por una arquitectura contemporánea que mira desde la distancia el precioso centro histórico de la ciudad. El centro cultural CaixaForum o la Torre Sevilla —el rascacielos proyectado por el arquitecto argentino César Pelli— son buenos ejemplos de ello. En cualquier caso, el monasterio está familiarizado con la adaptación a los nuevos tiempos, pues durante siglos ha demostrado una cualidad casi camaleónica para acoger funciones diversas, saliendo siempre airoso del discurrir de la historia.

El monasterio de la Cartuja de Santa María de las Cuevas de Sevilla

Efectivamente, este es su nombre completo. Pero tranquilos, todo el mundo lo conoce como el monasterio de la Cartuja. Para referirnos a su origen es esencial entender que el monumento se asienta sobre un terreno tremendamente fértil, dada su proximidad al río, y que, precisamente por ello, los alfareros almohades decidieron instalar sus hornos en esta zona. Las crónicas aseguran que en 1298 apareció en uno de estos hornos la imagen de la Virgen de las Cuevas, y que posteriormente se erigió una ermita franciscana para venerarla.

Fue ya en 1399 cuando Gonzalo de Mena, arzobispo de Sevilla por aquel entonces, impulsó la fundación de un monasterio destinado a la orden cartuja, el cual se concluiría a finales del siglo XV. El conjunto monacal contó en todo momento con el apoyo de familias notables de la ciudad, como los Ribera, los Veraguas o los Mena, y acumuló un patrimonio notable, en el que se incluían piezas de Esteban Murillo, Alonso Cano, Francisco de Zurbarán, Juan Martínez Montañés o Pedro Duque Cornejo.

Además, por su hospedería pasaron diversos monarcas, como Felipe II, que lo empleaba para sus retiros espirituales, y personajes de la talla de Teresa de Jesús. Asimismo, en su iglesia estuvo enterrado Cristóbal Colón durante tres décadas, pues el genovés guardaba un fuerte vínculo con el monasterio, en el que se alojó durante la preparación de su segundo viaje.

La segunda vida del monasterio de la Cartuja

La invasión napoleónica puso fin a la paz reinante en el cenobio, solo alternada hasta entonces por las frecuentes inundaciones provocadas por las crecidas del Guadalquivir. Así, en 1810 las tropas francesas ocuparon el monasterio de la Cartuja provocando la huida de los monjes a Portugal. Aunque los religiosos pudieron regresar dos años más tarde, la calma duraría poco, porque la Desamortización de Mendizábal, en 1836, determinó su exclaustración definitiva.

Tres años más tarde, el complejo empezó a funcionar como fábrica de loza y porcelana china bajo la dirección del empresario inglés Charles Pickman. La adaptación del conjunto monumental fue respetuosa en un primer momento, sin embargo, con el tiempo se fue perdiendo esa sensibilidad por el patrimonio e imperó el pragmatismo. Aquellas intervenciones condicionaron indiscutiblemente la imagen del monasterio de la Cartuja, cuya iglesia se encuentra rodeada hoy día por una serie de enhiestas chimeneas.

La fábrica funcionó como tal hasta 1982. Más tarde, la Junta de Andalucía comenzó una intervención con el objetivo de rehabilitar un edificio muy significativo tanto en su vertiente arquitectónica como en la faceta histórica. Gracias a ello, durante la Expo’92 pudo acoger el Pabellón Real, y alberga, desde 1997, la sede del Centro Andaluz de Arte Contemporáneo, una institución que promueve y difunde las creaciones de los artistas locales a través de exposiciones, recitales o conciertos.

¿Qué ver en el monasterio de la Cartuja?

  • La iglesia. En el centro del conjunto monacal y escoltada por las chimeneas de la antigua fábrica de loza, esta iglesia de una sola nave refleja en su fachada un cuidado equilibrio entre el lenguaje arquitectónico gótico y las técnicas mudéjares. El primer cuerpo presenta un pórtico ojival enmarcado por delgadísimas columnas, mientras que en el segundo destaca un rosetón ornamentado con cerámica vidriada de diferentes colores. Ya en su interior, vale la pena detenerse en las capillas de Santa Ana, que acogió el sepulcro de Cristóbal Colón por casi tres décadas, y en la de la Magdalena, empleada como iglesia durante la construcción del templo. La cubierta está resuelta con una bóveda de crucería que comienza en los tramos de la nave y culmina en el presbiterio.
  • La sacristía. Fue concluida en el siglo XVI y responde a una estética mudéjar. Durante la invasión francesa no se respetó el carácter sacro de la dependencia, pues fue utilizada por las tropas nada más y nada menos que como carnicería.
  • El claustro mudéjar. Se trata de un claustro de pequeñas dimensiones, pero refleja a la perfección uno de los grandes logros del mudéjar: la capacidad de conseguir soluciones sumamente armónicas utilizando materiales pobres como el ladrillo.

Ya lo ves, el monasterio de la Cartuja es un conjunto monumental único y heterogéneo, un testimonio histórico anclado a las afueras del núcleo urbano de Sevilla.