La historia del puente de Triana, al menos como una construcción firme, es relativamente reciente. Hasta el siglo XIX Sevilla no tuvo un puente estable que comunicara su centro histórico con el barrio de Triana. De hecho, no había ninguna construcción de este tipo sobre el Guadalquivir entre Córdoba y su desembocadura, en Sanlúcar de Barrameda (Cádiz).
Durante centenares de años y navegación aparte (desde el siglo XI), ambas partes de Sevilla se comunicaban solo a través de un llamado “puente de barcas”. Este consistía en 13 embarcaciones de madera unidas a través de cadenas, sobre las que se colocaban tablones que facilitaban tanto el tránsito de peatones como de animales de carga y carruajes.
Un sistema absolutamente inestable que estaba al albur de las caprichosas y habituales crecidas del río Guadalquivir y del desgaste inherente al tránsito diario. Así que la ciudad dependió de este rudimentario sistema hasta que, cansada la población y las autoridades de esa situación, a finales de 1845, al fin, se acometió la construcción del puente actual. Una estructura que se inauguró en 1852.
Puente de Isabel II es su nombre real
La construcción del actual puente de Triana tuvo lugar durante el reinado de Isabel II. Por ese motivo su nombre oficial es el de aquella monarca. El proyecto inicial lo firmaron los ingenieros franceses Ferdinand Bernadet y Gustave Steinacher. Para su construcción se inspiraron en el puente de Carrousel sobre el río Sena, en París, hoy desaparecido, pero que marcó un estilo muy popular en ese tipo de construcciones y conocido como Polonceau.
Como hemos dicho, la construcción del puente de Triana se prolongó durante más de siete años, ante las dificultades que se encontraron. Fundamentalmente de asentamiento del terreno, por la configuración arenosa de las orillas del Guadalquivir. De hecho, durante la construcción se cambió el tipo de piedra que inicialmente estaba prevista y procedente de San Fernando (Cádiz), por otra de Matasanos (Badajoz), más consistente. Además, hubo diversas paralizaciones de la obra por motivos financieros y administrativos.
Cómo es el puente de Triana
Más de un siglo y medio después, el puente de Triana ha cambiado parte de su fisonomía inicial. De hecho, los arcos metálicos que existen bajo los ojos de esta construcción ya no tienen una finalidad estructural, sino meramente ornamental. Aun así, esas estructuras lo convierten en uno de los puentes de hierro fundido más antiguos de España.
La longitud total del puente de Triana es de 154,50 metros, con un ancho de 15,9 metros y una altura máxima de 12 metros hasta rasante. Está conformado por tres tramos metálicos de 45 metros de luz, a los que se añaden un tramo de sillería en arco.
El tablero (solado) ha sido sustituido en diversas ocasiones a lo largo del tiempo, debido a los daños sufridos como consecuencia de su uso. La última, en 1977, por un tipo de construcción que liberó los arcos y volutas metálicos que hay bajo ella de su función estructural, para convertirlos en un mero y característico elemento decorativo.
Anécdotas del puente de Triana
El puente ha sufrido numerosos daños a lo largo de la historia. Uno de los más importantes fue en 1874, provocado por un navío con bandera inglesa, que chocó contra su estructura mientras estaba siendo remolcado por un operario del puerto de Sevilla.
El puente de Triana no es único en el mundo. De hecho, en el año 1951 se inauguró sobre las aguas del río Benito, en Guinea Ecuatorial, una construcción que tiene su mismo nombre.
La antigua estación de pasajeros de la ruta fluvial entre Sevilla y Sanlúcar de Barrameda (inaugurada en 1924), en el lado trianero del puente, hoy es uno de los restaurante más conocidos de ese barrio: María Trifulca, conocido por casi todos como El Faro.
La situación estratégica del puente y la necesidad de comunicación entre ambas orillas de la ciudad convirtió al inicial pontón de barcas en protagonista de dos enfrentamientos bélicos importantes. Estos tuvieron lugar durante la Reconquista de Sevilla (en 1248) y durante la Guerra de la Independencia (1812), este último llamado Batalla del Puente de Triana.
Por último, está declarado como Monumento Histórico Nacional desde 1976.
Un icono para Sevilla
Más allá de los aspectos técnicos, el puente de Triana es un auténtico icono de la ciudad. Ante todo, por su indudable situación, a mitad de camino entre dos Sevillas igualmente irresistibles.
Segundo, por su belleza y escenografía, regalando alguna de las mejores panorámicas de la ciudad. En ese sentido, quien pueda estar en Sevilla durante la celebración de su Semana Santa, no debería perderse el paso en procesión de algunas de las imágenes más representativas de esa celebración popular, como la de la Esperanza de Triana o la del Cachorro.
Así, el puente de Triana no es solo una mera vía de comunicación, sino un monumento más de los que conforman el extenso patrimonio de Sevilla. Un monumento con mucha vida y al que los sevillanos gustan de engalanar en sus fiestas. Sobre todo, durante la Velá de Santiago y Santa Ana, cuando los trianeros lo cubren con guirnaldas y farolillos.
Junto con el paralelo puente de San Telmo, el puente de Triana supone una visita imprescindible para todo aquel que quiera disfrutar de Sevilla. Un buen consejo es hacerlo al atardecer, cuando comienzan a encenderse las luces de la ciudad y se reflejan en las aguas del río que iluminan el puente. El puente se convierte, entonces, en el mirador más impactante de la ciudad. Y una excusa para cruzar el río, hacia la Calle Betis, donde disfrutar en las terrazas de sus bares y restaurantes de la contemplación del propio puente. Y, por supuesto, de lo mejor de la gastronomía sevillana.