Durante los siglos XIV y XV, Valencia se convirtió en una de las ciudades más importantes de Europa. Era el llamado Siglo de Oro valenciano, cuando la ciudad no solo logró una gran influencia política, sino que floreció cultural y económicamente. Los mercaderes venían desde todas partes a comerciar a Valencia, así que en 1482 el maestro cantero Pere Compte comienza a construir una nueva lonja con capacidad para acoger tal cantidad de operaciones. La Lonja de la Seda, ubicada en la Plaza del Mercado frente al Mercado Central, está considerada como una obra maestra del estilo gótico civil, y está inspirada en la anterior Lonja de Palma. Es, desde 1996, Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
¿Por qué se llama la Lonja de la Seda?
Pese a que en el edificio se realizaban transacciones de todo tipo, la importancia del negocio de la seda en la ciudad llegó a ser tal que acabó por definir su nombre. Los tejidos de seda constituyeron la mayor industria de Valencia entre los siglos XIV y XVIII. Para hacernos una idea, si en 1487 figuraban en el censo 293 maestros sederos, a mediados del siglo XVIII unas 25.000 personas se dedicaban a esta industria, que contaba con 3.000 telares en la ciudad.
Además, en el siglo XV, el auge de este comercio a larga distancia llevó a que en Valencia se creara la Taula de Canvis i Depòsits, un precedente de los bancos públicos que apoyaba esas operaciones comerciales y donde se extendió la primera letra de cambio de que se tiene noticia. Durante unos años, la Taula de Canvis –literalmente una mesa de madera que se conserva en el Palacio de Cervelló-, se ubicó en la Sala de Contratación de la Lonja.
Reviviendo el auge comercial de la Lonja
Recorriendo la lonja, muchos detalles nos recuerdan que este lugar fue en otro momento un auténtico templo del comercio en unas de las ciudades más prósperas del Mediterráneo. La actividad principal se desarrollaba en la Sala de Contratación, un amplio espacio con ocho altas columnas helicoidales que se abren como palmeras para formar quince bóvedas de crucería. En su origen, el techo estaba pintado como si fuera un cielo estrellado. En lo alto de las cuatro paredes, unas inscripciones recordaban a los mercaderes cómo llevar sus negocios sin pecar: “Probad y ved cuan bueno es el comercio que no usa fraude en la palabra, que jura al prójimo y no falta, que no da su dinero con usura. El mercader que vive de este modo rebosará de riquezas y gozará, por último, de la vida eterna”, reza el texto.
Desde esta sala, una escalera de caracol lleva a una torre cuadrangular de 26 metros de altura. Mientras los dos pisos superiores se empleaban como prisión para ladrones de seda y comerciantes morosos, en el inferior está la capilla gótica de la Virgen de la Misericordia. A esta virgen se advocó la cofradía de los comerciantes de seda, que curiosamente eran en su mayoría judíos conversos tras la expulsión de este pueblo en 1492. Prueba del poder económico de esta minoría en la ciudad es que la financiación de buena parte de la expedición a las Indias de Cristóbal Colón corrió a cargo del banquero valenciano Luis de Santángel, de origen judío.
Así llegamos al Consulado del Mar, una sala rectangular de estilo renacentista –se construyó como anexo a la lonja en el siglo XVI- donde se celebraban sesiones en las que los cónsules de comercio arbitraban sobre disputas mercantiles y marítimas. Es la llamada Cámara Dorada, dominada por un hermoso techo gótico de madera policromada que decoró la Casa de la Ciudad hasta el siglo XIX, siendo más tarde trasladado aquí. Nuestro recorrido concluye en el remanso de paz del Patio de los Naranjos, poblado con estos árboles y cipreses en torno a una fuente central.
El sentido del humor de las gárgolas
Tanto en la fachada principal como desde el Patio de los Naranjos, llaman la atención una serie de estatuas y gárgolas que demuestran que en el siglo XV tenían mucho sentido del humor. Las figuras censuran vicios humanos mediante representaciones satíricas y eróticas de lo más variado, como una anciana que parece haber engendrado a un mono (un pecador) o un monstruo con cabeza de mujer. En el apartado del pecado de la lujuria podemos encontrar a un hombre “fornicando” con el propio edificio, a una mujer desnuda masturbándose y a un adúltero. Y si aguzamos la vista, también veremos a un ángel que sí tiene sexo…y se lo está sujetando.