Instalada en el mismísimo centro geométrico del que fuera núcleo histórico de Valencia, la Plaza Redonda sorprende a los turistas por su inesperada ubicación interior en una manzana de viviendas. Construida en 1847 en el contexto de la desamortización de Mendizábal (y la consiguiente modernización de la capital del Turia), los que la conocen de toda la vida aseguran que en ella se esconde un túnel al pasado, y de paso, todo un reducto de valencianidad. Joya de la arquitectura pública neoclásica de mediados del siglo XIX, sus contornos estrictamente circulares llevan casi dos siglos acogiendo una incesante actividad comercial, resistente como pocas a la proliferación masiva de franquicias y grandes marcas. Horchaterías, chocolaterías, o añejas tiendas de bordados, botijos y cerámicas, son sólo algunos de los comercios que dan la bienvenida al recién llegado, en esta plaza catalogada recientemente como Bien de Relevancia Local.
Fue renovada entre 2008 y 2012 a fin de remozar su centenaria apariencia, y en la actualidad no sólo continúa acogiendo comercios, sino que además permite, gracias a su ubicación céntrica en el distrito de Ciutat Vella, alcanzar otros muchos lugares de interés como la Iglesia de Santa Catalina, el Mercado Central, la Lonja de la Seda o la Catedral… A continuación, más detalles sobre su pasado, su presente y sus secretos mejor guardados.
Un viaje en el tiempo
La actividad comercial que se desarrolla en la Plaza antecede a su propia construcción, por ser el espacio que ocupa un importante zoco de Valencia en época de dominación musulmana. La historia nos revela que, incluso tras la cristianización de la ciudad, dicha ubicación continuó acogiendo la pescadería, la carnicería y el matadero, hasta que las mismas fueron desplazadas a principios del siglo XIX a las afueras de la ciudad. Como ya adelantábamos, en su lugar se comenzaron a concebir nuevos espacios, como plazas y viviendas, en un momento en el que la desamortización de Mendizábal expropiaba numerosos bienes de la Iglesia en pro de un uso más popular.
El arquitecto Salvador Escrig, encargado de las obras de demolición del antiguo matadero, asumió también el trazado de la nueva Plaza, la cual recibiría desde su inauguración en 1840 un sinnúmero de nombres —Plaza del Clot, Plaza Nueva, Plaza de la Regencia o Plaza del Cid, por decir sólo algunas—.
De igual manera, la historia de su estructura es cambiante a lo largo del tiempo. Si en un inicio se trató de una plaza diáfana, provista tan sólo de los comercios alojados en los bajos de las viviendas que la custodian, a partir de 1916 comenzaría a recibir nuevos puestos —todos ambulantes—, los cuales pasarían a conformar un característico anillo concéntrico en el interior de la plaza. Y es que, salvando la gran remodelación de 2012, el último gran cambio experimentado por la Plaza Redonda data de 1977, cuando estos puestos ambulantes pasaron a establecerse definitivamente con la forma de casetas de madera, ornamentadas con cerámica de Manises.
Pasando revista a la actual Plaza Redonda
En la actualidad, la antigua estampa de la Plaza, de materiales chapados, policromados azulejos y ropa tendida en los balcones, ha cambiado ligeramente. En su lugar, la reciente reforma, además de rehabilitar las fachadas y los tejados de las casas que forman la plaza, también ha dotado al espacio de una llamativa cubierta de acero y vidrio que protege a los comercios tanto de la lluvia como del sol. Y es que, aunque algunos aseguren que la Plaza Redonda ha perdido parte de su autenticidad valenciana, lo que no ha cambiado es su peculiar ubicación central en mitad de un total de treinta y cuatro edificios, cuyas alturas de cuatro plantas ayudan a enfatizar el aire misterioso de la misma.
Tampoco han cambiado las tiendas que habitan sus bajos, siendo en su mayoría todavía hoy pequeños comercios dedicados a la venta de objetos domésticos — puntillas, mercería, encajes, delantales, baberos, artesanía— y comestibles, así como algunos puestos más recientes de souvenirs, claramente orientados al turista. Además, alrededor de la fuente que preside la plaza, todavía se sigue celebrando, cada domingo y festivo, un tradicional mercado extraordinario con ecos de rastro, en el cual es posible adquirir desde cuadros y grabados, hasta música, libros o cromos para los más pequeños.
En la última reforma también fue cambiado el pavimento, pasando de un embaldosado de piedra a uno moderno de hormigón pulido. Sobre el mismo se pueden leer, como un homenaje a aquella Valencia decimonónica que vio nacer a la Plaza, los diversos nombres que ha tenido. También, escritas en valenciano y castellano, unas palabras dedicadas a la plaza por el escritor valenciano Vicente Blasco Ibáñez, pertenecientes a su primera novela costumbrista titulada Arroz y Tartana.
Negocios centenarios alrededor de la Plaza
La Plaza Redonda cuenta con hasta cuatro accesos —desde la calle Derechos, Pescadería, Sombrerería y la Plaza Lope de Vega—, los cuales se abren paso en forma de túneles a través de las viviendas que la forman. Ello evita la formación de aglomeraciones a pesar de su reducido tamaño y de su situación interior en pleno centro de la ciudad.
Y es que, si fuera un lugar de difícil acceso, negocios centenarios como la Casa de los Botijos o la Tienda de las Ollas de Hierro nunca habrían resistido tanto tiempo. Porque, además del mercado municipal que la plaza acoge, también hay que poner en valor el patrimonio histórico que estos negocios representan, con fachadas e interiores en los que perviven vestigios y sabores de otras épocas.
La Horchatería Santa Catalina y la Chocolatería artesana Xoco & Vero —ambas abiertas a principios del siglo XIX—, además de transportarnos en el tiempo, nos reciben con los productos típicos de Valencia en lo que a repostería se refiere. Fartons artesanos mojados en horchata de chufa, o churros y/o buñuelos con chocolate caliente, son sólo dos complementos perfectos a una tarde de compras en la antigua y bohemia Plaza Redonda.