La luz se vuelve mas intensa cuando entras en la Piazza del Duomo, centro de la vida milanesa donde se encuentran atractivos tan importantes como la Galería Victor Manuel II o el Palacio Real. Los rayos del sol se reflejan en la pulcra fachada de la catedral y se crea un efecto casi hipnótico.

La perfección de este portento arquitectónico es un deleite para los sentidos. La Catedral de Milán es uno de los claros reclamos de la ciudad, que nos hace ser conscientes de su amplio patrimonio artístico. Esta obra es el resultado de cinco siglos de trabajo sin descanso, un auténtico símbolo para la urbe.

La estrella de la Piazza del Duomo es la Catedral de Milán

La palabra duomo proviene del latín domus y significa casa, pero en el sentido de Casa de Dios. Se suele utilizar en Italia para designar a la iglesia principal de la ciudad. El Duomo de Milán rinde homenaje a su nombre, dominando el centro de la plaza.

Sus 157 metros de longitud tienen capacidad para albergar un total de 40.000 personas, convirtiendo la catedral en una de las más grandes de culto católico. Su construcción se ha dilatado a lo largo del tiempo, lo que le ha permitido aunar diversos estilos que le dan un aspecto único.

Ocupa el lugar de la antigua basílica de San Ambrosio, un templo del siglo V que desapareció por completo en un incendio en el año 1075. Las obras del edificio comenzaron en 1386 por orden del arzobispo Antonio da Saluzzo y bajo el gobierno de Gian Galeazzo Visconti, que quería renovar toda el área y acogió con entusiasmo el proyecto de la catedral. Se deseaba seguir un estilo gótico radiante, que era propio de Francia. Por ello, uno de los primeros arquitectos en hacerse cargo de la construcción fue Nicolas de Bonaventure, un arquitecto francés que marcó el ritmo del edificio. Con el paso de los años se creó una fusión muy especial entre el gótico internacional y la arquitectura lombarda.

Piazza del Duomo
Piazza del Duomo

Hay que señalar que también atravesaron épocas complicadas por falta de dinero y problemas estructurales. Incluso Leonardo da Vinci, durante su estancia en Milán en 1480 al servicio de Ludovico Sforza, intentó ofrecer soluciones a la cuestión del cimborrio con varios bocetos que se conservan hoy día, aunque no se llevaran a cabo.

A principios del siglo XVI se completó la cúpula y su decoración interna, pero la cuestión principal, la fachada, seguía sin resolverse. Tras varios intentos fallidos, Napoleón Bonaparte ordenó al arquitecto Carlo Pellicani en 1805 que concluyera la fachada, consiguiendo por fin la Catedral de Milán una portada en consonancia con su esplendor.

Los detalles se siguieron completando hasta el siglo XX, terminando los trabajos de manera oficial en el año 1965. Un esfuerzo titánico para una magna obra que en la actualidad recibe a sus visitantes de manera deslumbrante.

Lo que no te puedes perder en el Duomo de Milán

Con sus cinco naves, una central de 45 metros de altura y cuatro laterales, tanto el exterior como el interior de este templo es realmente abrumador. El aspecto externo es uno de los primeros detalles en los que fijarse, pues la catedral está revestida con mármol blanco de toques rosados, traído especialmente desde las Cuevas de Candoglia.

El impacto visual de la fachada corre a cargo de los numerosos pináculos y torrecillas con esculturas que coronan el edificio. En el punto mas alto se encuentra el auténtico símbolo de Milán, una estatua de cobre dorado esculpida en 1774 por Giuseppe Perego, la famosa Madonnina.

Vistas privilegiadas del Duomo de Milán
Vistas privilegiadas del Duomo de Milán

En cuanto al interior, igualmente sublime, se vuelve más acogedor e invita al recogimiento. Una vez dentro, son varios los puntos que no deberías perderte:

  • Sus enormes pilares –con un particular diseño– aseguran la altura de la nave central. Fíjate en los doseles que están rematados con estatuas talladas. Deja que las columnas te guíen hacia el altar.
  • Una de las esculturas más famosas es la de San Bartolomé, esculpida por Marco da Agrate en 1562. Este apóstol fue desollado vivo y así nos lo presenta el artista, con la piel colgando alrededor de su cuerpo. Una pieza realmente estremecedora.
  • Admira las preciosas vidrieras por las que entra la luz en la catedral, decoradas con escenas de la Biblia. Crean un bonito espectáculo de color.
  • Puedes bajar a la cripta, donde se encuentra la capilla de San Carlos Borromeo. Además de los restos del santo, hallarás el Tesoro de la Catedral, con objetos románicos y paleocristianos.
  • De las profundidades podrás pasar a las alturas, ya que es posible subir hasta el techo de la catedral, una de las mejores experiencias de la visita. La sensación de caminar por el tejado convertido en una terraza panorámica es algo que no puedes dejar escapar. Además, tendrás la oportunidad de observar de cerca los pináculos de la fachada mientras disfrutas de las vistas de la ciudad. Se puede subir por las escaleras o por un ascensor, con un suplemento.
  • Busca el meridiano colocado en el suelo de la catedral. Está formado por una tira de cobre con los signos del zodiaco a los lados. Gracias a un pequeño agujero en la bóveda, cada medio día el sol penetra y su rayo indica el mes que corresponde al signo zodiacal.
  • La Catedral de Milán alberga un gran número de monumentos funerarios, como el dedicado a Gian Giacomo Medici di Marignano, una excelsa obra renacentista de Leone Leoni realizada en bronce y mármol.

Altares, capillas, estatuas, pinturas, retablos o reliquias como uno de los clavos de la cruz de Cristo, son solo algunos de los tesoros que te esperan dentro de la Catedral de Milán, una construcción que te dejará sin palabras y que no puede faltar en tu recorrido por la ciudad.