Tan solo un puñado de pinturas puede llegar a justificar un viaje a una determinada ciudad. Entre ellas están en un lugar preeminente las obras de Leonardo da Vinci. Si admirar La Gioconda da sentido a una escapada a París, ¿acaso ver ‘Il cenacolo vinciano’ –‘La última cena’, en castellano– que el genio toscano pintó como mural en el refectorio contiguo a la basílica de Santa Maria delle Grazie no merecería un viaje a Milán?

Pintada a finales del siglo XV, ‘La última cena’ es una de las pinturas más ambiciosas, icónicas y misteriosas de la historia del Arte. Sólo el hecho de que haya sobrevivido a las enormes vicisitudes por las que ha pasado, incluidos bombardeos, es ya de por sí motivo de regocijo. Pero es mucho más. En los últimos años, el gran mural ha experimentado un interés como consecuencia del fenómeno editorial que supuso la publicación de El código Da Vinci, de Dan Brown, en todo el mundo.

Repasemos la rocambolesca historia de ‘Il cenacolo vinciano’, sus hallazgos artísticos, los misterios que encierra y, cómo no, el mejor procedimiento para reservar las codiciadas entradas para ver la obra maestra de Leonardo da Vinci.

Historia de ‘La última cena’ de Leonardo da Vinci

Leonardo da Vinci llegó a la corte de Ludovico Sforza, en Milán, en 1483 en calidad de emisario del señor florentino Lorenzo de Medicis. Da Vinci fue acogido como ingeniero de la Corte Ducal y elevado a ‘Apeles florentino’, título que el Ducado reservaba en exclusiva a los grandes pintores. Se considera que el ambiente milanés fue un revulsivo para el genio de Da Vinci, pues en Florencia se iba acentuado un sentimiento de soledad ante el clima intelectual imperante en la capital toscana cada vez más neoplatónico y críptico.

En el periodo que pasa en Milán pintará dos grandes obras maestras: las dos versiones de la Virgen de las Rocas y el Cenacolo en el refectorio de Santa Maria delle Grazie.

Leonardo dedicó nada menos que cuatro años a ‘La última cena’. Ludovico el Moro le encargó la decoración del refectorio del convento dominico en 1494, trabajo que dio por culminado en 1498. El artista se tomó el encargo como un desafío creativo, según se percibe por la enorme cantidad de planos y apuntes que realizó a lo largo de la ejecución de la obra. El carácter científico de Leonardo le llevó a experimentar con nuevas técnicas y materiales de pintura al fresco, aunque no hizo una buena elección. Estos materiales apresuraron el deterioro del mural, ya en vida del propio artista.

El calor y los vapores de la cocina de los frailes, próxima al mural, tampoco contribuyó a la óptima conservación de la pintura, como tampoco lo hizo el hecho de que los dominicos hicieran obras para abrir una puerta ¡en pleno mural!

Iglesia del Cenacolo Vinciano
Santa Maria delle Grazie

Desde al menos el siglo XVIII se llevaron a cabo proyectos de restauración, si bien la degradación no terminó. Durante las campañas napoleónicas a principio del siglo XIX, las tropas francesas convirtieron el refectorio en el que se halla ‘Il cenacolo vinciano’ en nada menos que un establo. Pero la puntilla a la degradación del lugar llegó en el siglo XX, concretamente durante la Segunda Guerra Mundial. En aquel fatídico periodo los bombardeos aliados convirtió la iglesia en escombros, aunque “milagrosamente” el muro con el fresco de Da Vinci se mantuvo en pie.

A partir de entonces se ha tratado de mimar al máximo esta obra maestra de la pintura universal y se han sucedido diversas restauraciones. Una de las más ambiciosas duró 21 años, desde 1978 a 1999, periodo en el que estuvo cerrada al público y que devolvió, en parte, su esplendor pasado.

¿Por qué es tan importante el Cenacolo Vinciano de Leonardo?

Pero, ¿por qué es tan relevante este fresco para la historia del Arte? En realidad La última cena es un motivo iconográfico que se ha ido repitiendo dentro de la tradición cristiana en multitud de lugares de culto. No es para menos, pues, según la Iglesia Católica, Cristo estableció el sacramento de la eucaristía durante la Santa Cena. Sin embargo, Da Vinci no elige plasmar el instante de la eucaristía propiamente dicha, en el que el Redentor exhorta su célebre “tomad y bebed, este es mi cuerpo, que será entregado por vosotros…” (Mateo 26:26-29; Marcos 14:22-25; Lucas 22:19-20) y que hasta entonces era lo que se representaba.

Lo que hace Leonardo es imaginar y pintar el momento en el que Cristo revela que ha sido traicionado por Judas Iscariote (“Es aquel a quien yo diera el pan mojado”, Juan 13:26). Con ello, el artista reinventa un motivo iconográfico llevándolo a su terreno. Consigue, así, configurar una escena llena de tensión psicológica en el que los rostros y las expresiones corporales (especialmente las manos de Cristo, Judas, San Pedro…) cabalgan entre la sorpresa, la indignación, el miedo, el disimulo… y que contrasta, por otro lado, con la serena expresión de resignación del Salvador.

Además del momento elegido para plasmar la escena, Da Vinci toma muy en cuenta el lugar en el que se ubica el fresco: el refectorio o comedor de los frailes. “Rompe” la pared convirtiendo la pintura en un trampantojo tan del gusto de la época. Por obra y gracia de la perspectiva, Leonardo integra la Santa Cena de Cristo con los apóstoles como si fuera una mesa más del refectorio. Y todo ello con un sentido eurítmico sobresaliente de la disposición del lugar, mostrándose como el alumno aventajado del teórico renacentista Leon Battista Alberti y del propio, a la par, arquitecto de Santa Maria delle Grazie.

El punto de fuga de la perspectiva del cuadro se sitúa en el punto central exacto del mural que no es otro que la propia cabeza de Cristo. Detrás del rostro de Jesús se encuentra la ventana central por la que se pierde la vista gracias a un paisaje imaginario plasmado con la técnica del ‘sfumato’ inventado por el propio Da Vinci.

Representación del Cenacolo Vinciano
Representación del Cenacolo Vinciano

El Código Da Vinci del cuadro de ‘La última cena’

Como obra de su tiempo, bajo la pátina formal del fresco, el Cenácolo Vinciano está plagado de un rico lenguaje simbólico que no ha hecho más que acrecentarse con el tiempo a medida que han proliferado las innumerables interpretaciones del mismo. Muchas de ellas descabelladas, todo sea dicho.

Entre las que han ganado gran predicamento en los últimos años está sin duda el análisis de Dan Brown en el bestseller ‘El código Da Vinci’. Si 17 años después de su publicación alguien no ha leído el libro o no ha visto la correcta adaptación cinematográfica de Ron Howard y tiene intención de hacerlo avisamos que a partir de ahora hay ‘spoilers’.

En la novela se llama la atención sobre el hecho de que en la mesa de ‘La última cena’ no se encuentra la copa de la eucaristía con el vino que representaría la sangre de Cristo, es decir, el Santo Grial. Pero, según Brown, sí que está presente el Santo Grial de manera simbólica, con la forma de V que forma el espacio entre Cristo y quien se encuentra a su derecha, que la tradición ha identificado como el apóstol San Juan. El escritor norteamericano, en cambio, identifica esta figura que en efecto tiene rasgos femeninos con el decimotercer apóstol, que no es otro que María Magdalena, a la postre, esposa de Cristo y cuya descendencia de ambos, según algunas herejías, dio origen a la dinastía Merovingia.

De ahí la expresión amenazante de San Pedro (recordemos, fundador de la Iglesia Católica), susurrando al oído algo a San Juan/ María Magdalena mientras con una mano señala a su cuello y con la otra sostiene en un extraño escorzo un puñal. Delante de ambos se encuentra Judas Iscariote que se aparta tras revelar Cristo el secreto de ¿la traición? ¿Y si lo que realmente revela Jesús en el mural de Da Vinci es que María Magdalena recoge el testigo de la palabra de Dios?

Esta es una de las interpretaciones más recientes, aunque hay otras muchas, incluso más delirantes, como la psicoanalítica, que inauguró Sigmund Freud con su ensayo ‘Un recuerdo de juventud de Leonardo Da Vinci’ (1910). Estas interpretaciones creen distinguir claramente la pulsión presuntamente homosexual del genio toscano en ciertos elementos del mural.

Cómo visitar Il cenacolo vinciano

Dado el estado de conservación de ‘La última cena’ no es fácil visitarlo. Para preservar la obra el acceso está limitado a 30 personas durante 15 minutos. Cierto es que se trata de poco tiempo para contemplar una obra de arte, pero por otro lado es bastante superior al intervalo que se emplea de media a la hora de contemplar cualquier cuadro en un museo.

Se precisa reservar las entradas con tres semanas de antelación, al menos. Es importante no sólo ser puntual, sino estar como mínimo media hora antes del horario en el que se tenga la cita para la visita, pues corremos el riesgo de perder el turno y la oportunidad de ver la obra maestra.

A la sala en la que se encuentra el Cenacolo no dejan entrar ni cámara ni mochila. Hay consignas para dejar nuestras pertenencias, pero por un tiempo limitado a 30 minutos.