Hay momentos en la vida que son realmente únicos, irrepetibles. Sentir como palpita fuerte el corazón al cruzar la puerta de acceso a la capilla Sixtina bien podría ser uno de ellos, cuando deseas que el tiempo se detenga y no exista nada más alrededor. Hablar de Roma es hacerlo de grandeza, esplendor, historia y, sobre todo, arte. Es imaginar a pintores de la talla de Rafael, inmerso en sus frescos de las estancias del palacio Apostólico; o a Miguel Ángel colgado del techo de una de las capillas más famosas del mundo, cambiando para siempre los órdenes establecidos.
Es imposible estar debajo de ese techo y no manifestar alguno de los síntomas que decía sufrir Stendhal ante la belleza artística. Un sentimiento tan apasionado que puede causar hasta vértigo. La capilla Sixtina es uno de esos lugares que estarás deseando tachar de tu lista, no experimentarás nada parecido hasta que no tengas esas pinturas sobre tu cabeza. Son muchas las historias y detalles que se pueden contar, por lo que vamos a desgranar algunas de las más atractivas, para que tu visita quede para siempre en el recuerdo.
Dónde se encuentra la capilla Sixtina
El microestado soberano de la Ciudad del Vaticano es un territorio dentro de la ciudad de Roma, que cuenta tan solo con unos 800 habitantes. Puede sorprender que dentro de ese espacio tan reducido se encuentren algunas de las obras de arte más sorprendentes del mundo. Además de la basílica y la plaza de San Pedro, que ocupan una gran parte, aquí se sitúa el palacio Apostólico, la residencia oficial del sumo pontífice.
Dentro de este vasto complejo de edificios, se descubren ante nuestros ojos los Museos Vaticanos, la biblioteca Vaticana o la sublime capilla Sixtina. Es aquí donde se dan cita algunos de los frescos más trascendentales para la Historia del Arte, no solo los que surgieron del pincel de Miguel Ángel, sino también los que realizaron con anterioridad artistas como Botticelli o Ghirlandaio.
Esta capilla ha tenido siempre como cometido fundamental ser la sede de la Casa Pontificia, que la forman las personas elegidas para ser el círculo más cercano al papa. Fue diseñada bajo el mandato de Sixto IV en el siglo XV, del cual toma su nombre. Incontables sucesos han tenido lugar en su interior, además de ser el principal escenario para celebrar el cónclave, cuando se elige a un nuevo obispo de Roma.
Visita al interior de la capilla Sixtina: pinturas y otros ornamentos
Exteriormente, la capilla no resalta demasiado, salvo por su altura y su planta rectangular. El verdadero interés de esta construcción se encuentra al entrar a ella. Curiosamente, las medidas interiores tienen 40,9 metros de largo y 13,4 metros de ancho, las dimensiones que se citan en el Antiguo Testamento cuando se describe el templo de Salomón.
La única forma de acceder es a través del palacio Apostólico, ya que la capilla no tiene ninguna entrada exterior. Lo primero que llama la atención al cruzar su puerta es la bóveda de cañón rebajada que actúa como techo, a una altura de unos 20 metros. Esta bóveda está a su vez formada por otras más pequeñas, que descansan sobre las ventanas. La famosa mampara de mármol divide la sala en dos.
Sin embargo, el motivo esencial de las visitas a la capilla Sixtina es su imponente programa ornamental. La primera parte de su historia decorativa se inicia a finales del siglo XV, cuando en 1480 Sixto IV encarga a Perugino, Ghirlandaio, Botticelli y Cosimo Rosselli la realización de unos frescos que ocupen las paredes laterales, en los paneles centrales de las mismas.
A un lado se suceden escenas de la vida de Moisés, al otro se desarrollan diferentes momentos de la vida de Cristo. Estas pinturas nacen de la mano de grandes pintores del Quattrocento italiano. No dudes en detenerte frente al fantástico y convulso Castigo de los rebeldes de Botticelli o la Entrega de las llaves a San Pedro de Perugino, admirando la genial perspectiva y la profundidad conseguida en el fresco.
La decoración de la bóveda no se iniciará hasta unos años después, cuando Julio II logra por fin traer a Miguel Ángel.
Los frescos de Miguel Ángel en la capilla Sixtina
La Roma que crea el papa Julio II es poco menos que extraordinaria. Es el gran mecenas de los artistas del momento: encarga a Bramante la reconstrucción de la basílica de San Pedro y Rafael comienza a pintar las estancias Vaticanas. Su deseo más ferviente era que el Divino Miguel Ángel decorara el techo de la capilla Sixtina.
El artista llega a Roma en 1508 con una fama totalmente consolidada. La belleza de la Piedad y la imponente presencia del David ya hablaban por sí solas. Miguel Ángel siempre se consideró a sí mismo un escultor, solo conocía la técnica del fresco al haber visto varias muestras en el taller de su maestro, Ghirlandaio. El reto que Julio II le proponía al pintar un techo de tales dimensiones era descomunal.
El primer problema era llegar hasta el mencionado techo. El propio Miguel Ángel acabó diseñando un sistema de andamiaje, una plataforma hecha con maderas que le permitiera pintar de pie. Trabajar el fresco haría entrar en pánico a cualquiera, ya que es una técnica que no permite errores. Tras meses de ensayos perfeccionando los materiales y adecuándolos al clima, Miguel Ángel logra por fin el resultado que busca, encargándose de todo el proyecto prácticamente solo. Él mismo afirmaba que “los lomos se me han metido en la tripa y con las posaderas hago de contrapeso y me muevo en vano sin poder ver”.
Gracias a su esfuerzo titánico, a pesar de la impaciencia del papa, la obra queda inaugurada el 31 de octubre de 1512. El resultado es un programa iconográfico sencillamente increíble: una arquitectura pintada donde se desarrollan nueve Historias que cuentan episodios del Génesis. La icónica Creación de Adán, donde esos dedos que casi parecen tener una carga eléctrica están a punto de tocarse, es algo milagroso.
Los frescos se completan con las Sibilas y Profetas de las enjutas y los lunetos, además de las pechinas donde el artista pinta escenas de la salvación del pueblo de Israel. El complejo conjunto decorativo cambiará para siempre los paradigmas del arte. La fuerza y el dramatismo que transmite, donde la figura humana es la clara protagonista, otorga un rostro real a las divinidades. Es algo único.
Unos años más tarde, en 1536, Miguel Ángel pondrá la guinda del pastel realizando el Juicio Final en la pared este de la capilla Sixtina. Aquí imprimirá en todos sus personajes su famosa terribilitá, llenos de fuerza vital y con músculos muy desarrollados. Los cuerpos se retuercen en una especie de tornado convulso, con posturas imposibles para describir el dolor de la escena. Los numerosos desnudos fueron objeto de censura desde el primer momento y muchos de ellos fueron tapados tras la muerte de Miguel Ángel, una tarea que al pobre pintor Daniele de Volterra le valió el apodo de Il Braghettone. Algunos de estos añadidos se eliminaron en restauraciones posteriores. De cualquier manera, es imposible ocultar el esplendor de esta magna obra que te dejará sin palabras.