Debajo de las calles adoquinadas de Roma se esconden miles de años de historia. Las excavaciones siguen desvelando antiguos tesoros y mitos que nos permiten comprender las raíces más antiguas de la cultura romana, aunque los expertos aseguran que únicamente se ha desenterrado un 5% del subsuelo de la ciudad.

Se cree que el nivel del suelo de Roma ha subido, desde sus orígenes, entre 5 y 20 metros, formando diferentes capas y reflejando los cambios sociales, políticos y religiosos más importantes de las diferentes épocas. Bajo las iglesias de la ciudad es frecuente encontrar antiguos templos dedicados a los dioses romanos, restos bizantinos o necrópolis con tumbas cristianas y paganas. En la Basílica de San Pedro ocurre lo mismo, la tumba del apóstol comparte lugar con cientos de esclavos al servicio del emperador, plebeyos ricos y antiguos edificios paganos. No se encuentra ni una sola cruz o paloma (símbolos del cristianismo presentes en las catacumbas); sin embargo, los sátiros y ménades danzan frenéticamente junto a Dionisio; el dios Sol tira de su carro y Horus, el dios egipcio de los muertos, custodia la entrada de algunos mausoleos.

 

 

De cementerio etrusco a la basílica más grande del mundo

Para comprender su historia hay que remontarse siglos antes de la fundación de Roma, cuando la zona estaba habitada por los etruscos. Éstos, que solían enterrar a los muertos fuera de los muros de la ciudad, decidieron levantar una necrópolis, custodiada por la diosa Vatika, en una de las colinas cercanas a su poblado. Aunque otras teorías afirman que en la colina existía una hierba que provocaba alucinaciones, también llamada vatika (en latín se traduciría como “alucinación” o “visión profética”) e, incluso, que el pueblo de aquella colina se llamaba Vaticum. A pesar de las versiones, todas apuntan al origen etrusco de la colina vaticana, que nada tiene que ver con el cristianismo.

Cuando los etruscos cayeron bajo el poder de los romanos, el territorio del Vaticano pasó a formar parte de la ciudad de Roma. Esa zona permaneció prácticamente intacta hasta que Calígula ordenó construir un circo, que finalizó el emperador Nerón. Allí se realizaban carreras de caballos y juegos, pero también, dada su proximidad con la necrópolis, se utilizó para realizar martirios a los cristianos. En el centro del circo se colocó un inmenso obelisco egipcio, que hoy se encuentra en el centro de la plaza de San Pedro.

Se conoce que el apóstol fue crucificado por el emperador Nerón en este circo (entre el año 64 y 67) y después enterrado en la necrópolis. La tumba se convirtió en lugar de peregrinación y, tras el edicto de Milán en el año 313 que permitía la libre religión en el Imperio, el emperador Constantino I, que se convirtió al cristianismo, ordenó construir una basílica conmemorativa. Para colocar los cimientos de la iglesia, excavó la necrópolis, que quedó bajo el nivel de la nueva construcción y sepultó con escombros cientos de cámaras funerarias. La obra duró unos 30 años y pronto se convirtió en el lugar de las coronaciones papales.

Basílica de San Pedro
Basílica de San Pedro, Vaticano

Sobre las catacumbas y grutas vaticanas, la Basílica de San Pedro

En 1506, por orden del papa Julio II, se comenzó con un proyecto que tardaría más de un siglo en finalizarse: la construcción de la nueva Basílica de San Pedro. Un edificio con planta de cruz latina, 218 metros de largo y la cúpula más alta del mundo (136 metros). Ésta se adornó con las más impresionantes obras de arte y mosaicos, pero aún así le faltaba algo: la tumba del San Pedro. Por esta razón, durante el siglo XX, se comenzaron las excavaciones para localizar la tan venerada tumba del apóstol.

Sin embargo, bajo la basílica hay dos niveles. En el más profundo se encuentra la antigua necrópolis, que va desde los 5 a los 12 metros de profundidad. Y en el nivel superior, a 3 metros de profundidad, se encuentran las grutas vaticanas. Una necrópolis con estructura de iglesia, tres naves con nichos, pasillos y capillas, ubicada sobre la antigua necrópolis, y a nivel de la basílica que ordenó construir Constantino I. Ésta se levantó para cumplir el deseo de los papas que querían descansar junto a San Pedro, por lo que encontrar la tumba no fue tarea sencilla. 

La tumba de San Pedro, todo un descubrimiento debajo del Vaticano

A día de hoy, las excavaciones han sacado a la luz un total de 22 mausoleos en apenas 100 metros, conectados por un pasillo central y profusamente adornados con mosaicos, pinturas y hermosos sarcófagos. Se trata de un lugar con siglos de historia y una extraña, pero increíble, mezcla de ritos y religiones. Bajo el subsuelo sagrado descansan huesos y restos cremados. Las representaciones cristianas, como las coronas de laurel o Jonás siendo tragado por la ballena, se entremezclan con las paganas, el rapto de Perséfone, la diosa Minerva o el dios Júpiter. Hay infinidad de nichos, urnas y sarcófagos, aunque el conocido como Mausoleo P, es el hallazgo más importante.

Una década después de haber comenzado las excavaciones, las piezas del rompecabezas empezaron a encajar gracias al descubrimiento de este mausoleo. Bajo el altar papal ‘La Confesión’, se halló el Trofeo Gayo, la capilla primitiva que se había levantado sobre la tumba del apóstol tras su muerte. Se descubrió que en el año 145, se había añadido un muro para proteger la capilla, conocido como el Muro Rojo. Y más tarde, en el año 250, se había añadido otro muro, el Muro G, para estabilizar la estructura. En él se encontraron numerosas inscripciones y grafitis. Todo apuntaba a que era un lugar muy venerado y allí se debían encontrar los restos del apóstol; sin embargo, en el nicho de la capilla no había ni rastro de los huesos de San Pedro.

La respuesta no llegó hasta el descubrimiento de otro nicho de mármol ubicado en el Muro G. Las investigaciones apuntaban a que en el siglo IV, Constantino I, que había ordenado la construcción de la basílica, había transportado los restos desde el nicho primitivo de la capilla al nuevo, y los había envuelto en un tejido púrpura con hilo de oro. Aunque no fue hasta 1952, cuando un fragmento del Muro Rojo arrojó la prueba definitiva. El grafiti en letras griegas decía: “Pedro está dentro”.