A unos 20 kilómetros de Roma, se encuentra la ciudad de Tivoli, lugar elegido por el emperador Adriano para construir su residencia de descanso. Infeliz con su villa en el monte Palatino, el emperador fue el primero en establecer su hogar fuera de la ciudad de Roma. Aunque buscó un lugar alejado para su retiro, en Tivoli convergían los cuatro principales acueductos de la ciudad, estaba conectado por vía fluvial y, además, era famoso por sus canteras de mármol travertino, empleado en construcciones como el Coliseo o el Vaticano.
A un paso de Roma: Villa Adriana, más que un palacio en Tivoli
El proyecto consistió en una red de palacios, fuentes, termas, teatros, templos, bibliotecas y jardines, entre otras obras, que se extendían sobre unas 120 hectáreas (hoy solo se visitan cuarenta). Más que una villa, se trataba de una pequeña ciudad compuesta por 30 edificios, todos ellos conectados bajo tierra a través de un laberinto de pasadizos y galerías subterráneas. De esta forma, el emperador y sus invitados no tenían que mezclarse con el servicio ni con los animales.
Tras 20 años de obras, la villa se convirtió en una joya arquitectónica que llamó la atención no solo por sus dimensiones, sino porque mezclaba diferentes estilos nunca vistos. Como amante de la cultura helénica, de los viajes y de Homero, Adriano (conocido como el emperador viajero), quiso representar en su palacio de retiro la pluralidad de culturas que había experimentado mientras viajaba por su vasto imperio, desde el norte de África hasta Oriente.
El Canopo, espacio de fiestas
Aunque recibió diversas influencias, las arquitecturas griega y egipcia jugaron un papel fundamental en Villa Adriana. Quizá una de las zonas más llamativas del complejo, y mejor conservadas, es el Canopo. Con este nombre se identifica un lugar de recreo que imita un canal, con columnas corintias, esculturas de silenos (sátiros y leales compañeros del dios Dionisio) y cariátides (columnas griegas en forma de mujer) a ambos lados del elegante pasillo. Al fondo, se construyó una gran exedra, cuya función aún es un misterio. Se cree que, desde las alturas, caía agua al canal creando una fina cortina que separaba al emperador del resto de invitados, como acostumbraban los gobernantes orientales.
Adriano tomó como inspiración la ciudad portuaria del antiguo Egipto, Canopo, que se unía con Alejandría a través de un canal. Allí se celebraban fiestas y reuniones nocturnas, para la construcción de su zona de recreo, donde tenían lugar los banquetes veraniegos. También se cree que se añadieron elementos posteriores para convertir esa zona en un espacio dedicado a Antínoo, un joven esclavo de 13 años que era el amante favorito del emperador. Tras la muerte del muchacho en extrañas circunstancias, Adriano se volcó en honrar su memoria obligando a todos a venerarlo como a un dios, dedicándole una constelación, dando su nombre a una ciudad y acuñando monedas con su rostro.
El Pecile, un paseo de filósofos
Dentro de la villa, este era el lugar para el paseo del emperador. En aquella época, los médicos recomendaban caminar como mínimo dos millas romanas, lo que serían unos 3 kilómetros o 7 vueltas al Pecile. Estaba cerrado al exterior con un muro y protegido del sol y la lluvia con un pórtico. En el centro, a cielo abierto, se extendía una zona verde y una piscina. Esta obra se asemeja a la Stoa Pecile de la antigua Atenas, centro político y cultural de la época, donde solían pasear los estoicos (filósofos de la escuela de Zenón).
El Teatro Marítimo, un palacio dentro del palacio
Este edificio, quizá el más antiguo y aislado del complejo, se sitúa en una pequeña isla circular de 45 metros de diámetro, rodeada por un canal y conectada por dos puentes levadizos de madera. Contaba con todos los lujos posibles de una residencia de retiro dentro de la propia villa: habitaciones, termas, vestuario, biblioteca, letrinas y hermosos jardines. El recinto, de una sola planta, estaba rodeado por un pórtico con columnas jónicas donde el emperador solía meditar y, según dicen, escribir sus memorias. Aunque también se cree que el Teatro Marítimo era la alcoba del amor donde Adriano pasaba la mayor parte del tiempo con su amante Antínoo, a quien tras su muerte le construyó un mausoleo en su villa, el Antinoeion.
Plaza de Oro, en la ciudad de Adriano
En el extremo norte de la villa, se alza un amplio atrio (patio abierto rodeado de columnas) destinado a las funciones públicas del complejo. En el centro, una fuente rectangular; en el sur, un edificio de planta octogonal con una cúpula apoyada sobre ocho columnas en las esquinas; y en el este y oeste, dos largas galerías subterráneas que llevaban hasta el edificio principal. Por último, en el norte, se situaban las estancias utilizadas por la servidumbre, cuyos mosaicos aún se conservan en el suelo.
Templete circular de Venus
Algo más alejado del núcleo de la villa, y rodeado de árboles, se encuentra el templo de Venus. Un tholos (construcción circular de la antigua Grecia) con columnas dóricas y la escultura de Venus de Cnido en el centro. También se encontraron otras como la de Apolo o el Discóbolo, pero hoy están repartidas en diferentes museos.
Cuando los arqueólogos hallaron las ruinas, el templete de Venus era un campo de escombros repleto de fragmentos antiguos. Un siglo después, tras una fiel y exhaustiva reconstrucción, se convirtió en un tholos semicircular y recuperó algo de su magia.
Además del transcurso del tiempo y el abandono de la villa, otros factores jugaron en contra de su conservación. Las ruinas se convirtieron en el punto de mira de arqueólogos y amantes de la arquitectura, pero también de saqueadores interesados en los exquisitos materiales. Éste fue el caso del cardenal Hipólito de Este, quien construyó su cercana Villa de Este “tomando prestado” el mármol y esculturas del emperador.
La Villa Adriana es todavía un misterio sin resolver, con cientos de hectáreas por excavar y ruinas. Además de túneles subterráneos y pasadizos, seguramente el emperador tendría otros secretos que quizás no se descubran nunca.