La Medina de Rabat, como ocurre con las del resto de las grandes ciudades imperiales de Marruecos (Meknés, Marrakech y Fez), es el lugar en el que se concentran las principales esencias culturales, espirituales y mundanas de ese gran país norteafricano.
Rodeado de altísimas murallas, se extiende un conjunto de calles, pasadizos, placitas y callejuelas a las que se asoman casas de modesta fachada. No hay que llevarse a engaño: a veces, tras su apariencia anodina, esas fachadas ocultan auténticas mansiones que se extienden hacia el interior de la Medina, con sus patios y diferentes pabellones.
Por otro lado, es en la Medina de Rabat donde habitan muchos de los mejores artesanos de la ciudad. También esos profesionales que, con sus habilidosas manos, crean, arreglan y mantienen esos objetos, mecanismos y útiles que hacen más cómoda la vida cotidiana de sus habitantes.
Historia de la Medina de Rabat
La Medina de Rabat nació por la búsqueda de seguridad de los miles de moriscos que llegaron desde la Península Ibérica a principios del siglo XVII. Lo hicieron tras la expulsión definitiva decretada por el monarca Felipe III. Y la mayoría de ellos llegaron precisamente a Rabat, ciudad que había vivido un declive importante desde el siglo XIII.
Fueron ellos, los andalusíes quienes acabaron completando la alta muralla que rodea el barrio, ampliando la preexistente construcción defensiva almohade con un nuevo lienzo conocido como “de los andaluces”.
Durante siglos fueron los descendientes de los moriscos hispánicos quienes habitaron mayoritariamente la Medina de Rabat y quienes la acabaron convirtiendo en uno de los recintos amurallados mejor protegidos de Marruecos. Un dato interesante es que fueron los responsables también de la proclamación de Rabat como república independiente del resto del país, estatus que se mantuvo entre 1627 y 1668.
Hoy en día se preservan aquí tradiciones e incluso apellidos que recuerdan a los de aquellos primigenios pobladores de la Medina de Rabat. Por ejemplo, Ronda, Cortobi (Córdoba), Almodóvar, Malgui (Málaga) o Álvarez.
Con el establecimiento del Protectorado Francés, durante la primera mitad del siglo XX, la Medina mantuvo su estatus y buena parte de su urbanismo, aunque también se derribaron algunos lienzos de la muralla y se reordenó el barrio con el trazado de sus rectilíneas calles principales.
Qué ver y qué hacer
La Medina de Rabat es, ante todo, un gran zoco. Un lugar de intercambios comerciales, de venta y compra de todo tipo de productos. Esto se percibe, ante todo, en el Mercado Central, con sus diferentes secciones: desde las artesanías y objetos decorativos hasta todo tipo de ingredientes culinarios (mucha atención a la parte dedicada a los pescados y la de las especias y aderezos).
Y también se nota en el llamado zoco Es Sebat (conocido como el Zoco de Oro), muy característico por la cubierta vegetal que hay entre los edificios. Este es el lugar ideal para adquirir artesanías realizadas con cuero y otros tejidos, objetos de estaño trabajados con laboriosos motivos, cerámicas, bisutería y joyas, alfombras y kaftanes, entre otras muchas tentaciones.
Pero prácticamente cada calle y plazuela de la Medina de Rabat alberga un taller artesano, un puesto de comidas o alguien que a la puerta de su casa vende productos agrícolas o elaborados como queso, pan y dulces.
Antes de entrar propiamente a la Medina una buena forma de entender su singularidad e importancia es recorrer al menos una parte del perímetro exterior, admirando los gruesos y elevados muros que conforman la muralla.
Las principales puertas por las que la Medina de Rabat se abre al resto de la ciudad son: Bab El Had, del siglo XII, que es la más monumental y llamativa; Bab El Alou, desde donde se accede al gran cementerio islámico de los Mártires; Bab El Rhaba, frente al río Bou Regreg; y Bab Chellah, abierta a la avenida de Hassan II y al Quatier Hassan (vincular a URL correspondiente).
Respecto a las construcciones y espacios de visita recomendable en el interior de la Medina de Rabat, ante todo está la Gran Mezquita de Rabat, dedicada a Jemaa El Kharrazin. Se levantó entre los siglos XIII-XIV, aunque lo cierto es que a lo largo de los siglos ha experimentado numerosas reformas. La última en 1939, que es cuando se alzó el minarete, de más de 33 metros.
De proporciones inferiores es la mezquita de Moulay Slimane, construida a principios del siglo XIX por iniciativa de ese sultán. Ocupa una superficie de unos 1.000 metros cuadrados y, como la anterior, el interior solo es visitable para practicantes de la religión islámica.
Comer en la zona
Dentro de la propia Medina hay varios restaurantes de pequeño tamaño en los que disfrutar de los sabores más reconocibles y sabrosos de la cocina tradicional marroquí . Es el caso de los siguientes negocios:
Dar El Medina (3 Rue Benjelloul Souk Sebbat)
Es verdad que sus precios son algo más elevados a los del resto de la zona, pero se entiende tanto por el ambiente y decoración como por la calidad del servicio y de las propuestas gastronómicas. Entre ellas, tienen mucho éxito las pastelas de pollo. También los tajines.
Ziryab Rabat (10 Impasse Ennajjar, Avenue des Consuls)
Cocina tradicional marroquí y local con un punto de sofisticación. Lógicamente eso se paga pero, tranquilidad: la cuenta nunca es escandalosa. A cambio se puede disfrutar del lujo de comer en un auténtico palacio, a veces amenizados por el arte de músicos tradicionales.
Dar Rbatia (6 Rue Farane Krachane)
Sus responsables lo venden como uno de los negocios de Rabat con una cocina más auténtica. Y se puede añadir también, más generosa, pues las raciones son bastante inabarcables. Lo ideal es dejarse llevar por alguno de sus seis menús, que permiten llevarse en el paladar un panergírico de los sabores marroquís más tradicionales.
Chez Hajja (7 Derb Cherjaoui, Rue Lalla Oumkanabech)
Cocina marroquí pura pero algo más económica que los restaurantes referidos con anterioridad. Todo servido con amabilidad por las mujeres que están al cargo, en un local sencillo y en donde hay varias opciones veganas, tan apetitosas como saciantes.