El norte de la isla de Madeira es un lugar mágico donde la naturaleza se impone con toda su fuerza. Como pasa en Ribeira da Janela, un pueblecito en el que su playa negra de guijarros se mezcla con el verde de las montañas y con la presencia de unas gigantescas rocas que emergen del mar y que lo han hecho famoso por sus vistas.
El paisaje
Ribeira da Janela es una fiesta de la naturaleza. Desde una montaña de hasta 800 metros se abre paso un valle por el que discurre el río Ilhéu da Ribeira que acaba desembocando en este pequeño pueblo. Estos bosques están llenos de rutas para senderistas en las que el verde, el negro de la tierra volcánica y el azul del agua y del cielo crean un arco iris perfecto para disfrutar.
Además, las montañas están llenas de levadas, canales de agua, que son las culpables de que estos terrenos sean tan fértiles para cultivar mucha batata, habichuela, maíz y unos increíbles viñedos. Muchos de estos senderos eran los antiguos caminos que conectaban a Ribeira da Janela con otras villas cercanas, antes de que se construyera un puente y carreteras.
Cualquier punto de la montaña se convierte en un mirador de la playa negra, de guijarros, que se ha hecho famosa por sus vistas ya que justo enfrente se levantan varias rocas gigantescas que emergen de las aguas casi como una puerta de entrada al pueblo.
De hecho, una tiene forma de ventana y es la que le ha dado nombre a la villa, ya que janela significa eso en portugués.
Los bosques que rodean al pueblo son un buen lugar para avistar algunas aves como la paloma trocaz, el habitante más típico de la región, pero también garzas reales y ánades reales, dependiendo de la época del año y de sus migraciones.
La parroquia
El pueblo de Ribeira da Janela o parroquia, como se llama a estas villas en Madeira y a su terreno, guarda el encanto de las casas construidas por la vereda o en el valle, dispersas, en libertad, y un núcleo muy pequeño pegado a la playa, donde está ubicada la ermita de Nuestra Señora de la Encarnación.
Durante siglos, cruzar Ribeira da Janela era un riesgo puesto que el río se hace más ancho en su entrada al pueblo y era complicada la comunicación. Pero a finales del siglo XIX se construyó un puente sobre el Ilhéu, primero metálico y luego de piedra, lo que permitió mejorar el transporte entre las villas de alrededor.
Además de su playa, muy buscada en los últimos años por los surferos que acuden a Madeira por la emoción de coger olas entre las gigantes rocas, el pueblo cuenta con un mirador que es uno de sus mayores atractivos, ya que permite tener una vista de todo el valle y del mar, sobre todo al atardecer, cuando se puede ver una de las puestas de sol más bonitas de la isla.
También se puede visitar la ermita y disfrutar de un mar de aguas no muy frías pero de un color intenso, con la tranquilidad de haber encontrado uno de los rincones más bonitos de Madeira aún sin masificar.