Que el Castillo de Praga, uno de los más grandes del mundo, es una de las visitas obligadas de la capital checa es algo indiscutible. Aunque hay que considerar que más que un castillo en sí es un conjunto formado por diversos palacios, patios, edificios religiosos y calles. Se trata casi de una pequeña ciudad que se levanta sobre la colina y domina el escenario.
Su apariencia está totalmente alejada de la idea medieval de fortaleza amurallada. En su interior podremos admirar la impactante Catedral de San Vito, el encantador Callejón del Oro o la curiosa Torre Negra. Otra de las construcciones que aquí hallarás es la bella basílica de San Jorge, una joya de origen románico envuelta con una característica portada barroca.
La basílica y monasterio de San Jorge a través de la historia
Este templo, ubicado en la plaza de San Jorge, es un lugar repleto de historia. Fue fundado sobre el año 920 por el príncipe Bratislao I de Bohemia, padre de San Wenceslao, que es el patrón de la República Checa. La basílica se dedicó a San Jorge y muy pronto se convirtió en un lugar de culto, pues en el 925 se depositaron aquí los restos mortales de Santa Ludmila de Bohemia, abuela de San Wenceslao y principal responsable de su educación. Fue asesinada y se convirtió en la primera mártir checa.
En el año 973 el edificio sufrió su primera ampliación al fundarse la abadía de San Jorge con una orden benedictina. Se siguió un esquema románico temprano, con una basílica formada por tres naves.
En 1142 tuvo lugar un terrible incendio y el templo se reconstruyó con el aspecto que tiene hoy en día. Se ampliaron las naves laterales y se levantaron dos torres blancas acabadas en punta que siguen custodiando la basílica. Un siglo después se construyó la capilla gótica de Santa Ludmila, donde se colocó su tumba. Los añadidos posteriores siguieron llegando, renacentistas o barrocos, hasta llegar a la apariencia con la que se conoce a la basílica de San Jorge en la actualidad. Gracias a las restauraciones de los últimos años, no se ha perdido el espíritu románico.

Cómo aprovechar una visita a la basílica de San Jorge
Antes de nada, cuando te encuentres en el exterior acércate a contemplar la basílica desde la calle Jiřská, pues desde ese punto podrás ver uno de sus pórticos laterales más interesantes. Realizado en el siglo XVI, vale la pena detenerse a observar el tímpano decorado con un relieve que representa a San Jorge matando al dragón.
Una vez rodeamos el edificio y llegamos a la plaza, nos encontraremos con el singular contraste de la iglesia: su fachada barroca. El característico ladrillo rojo es su principal seña de identidad, fruto de la remodelación que tuvo lugar a finales del siglo XVII. Las torres románicas, en cambio, muestran la austeridad del edificio original en esta peculiar mezcla.

Siguiendo con la lectura exterior también hallarás otro añadido barroco a un lado de la fachada principal, la capilla de San Juan Nepomuceno. Su portada sigue la misma estética de ladrillos bermejos y una entrada custodiada por columnas salomónicas.
Qué ver en el interior de la basílica
Una vez en el interior de la basílica de San Jorge es donde mejor podremos comprobar su pasado románico, sobre todo en el ábside, ya que está decorado con unos frescos algo posteriores que datan del siglo XII. Tómate tu tiempo para caminar por las naves pues es un espacio lleno de arte, con diversos cuadros de temática religiosa.

No olvides visitar la cripta donde se hallan, entre otras tumbas, los restos del fundador de la basílica, el príncipe Bratislao I de Bohemia. Especial mención merece la capilla de Santa Ludmila, pues conserva unos murales románicos dignos de apreciar.

El antiguo monasterio de San Jorge
Siguiendo esa línea artística es aconsejable que te detengas en el edificio anexo a la iglesia, el antiguo convento de San Jorge. Uno de los primeros en surgir en la República Checa, este era el hogar de las monjas benedictinas. Hoy en día este edificio se ha acondicionado por completo para acoger una muestra de la amplia colección de arte bohemio –de los siglos XVIII y XIX– que posee la Galería Nacional de Praga.
Entre los artistas más destacados de este período, se exponen hermosos paisajes de Julius Mařák o retratos de Josef Manés. Es una buena oportunidad para conocer más de cerca a algunos de los pintores más queridos del país, navegando entre sus delicados trazos y su paleta cromática.
El Castillo de Praga es historia viva de la ciudad y dentro de este vasto complejo se sitúan algunos de los monumentos más imprescindibles para conocer la arquitectura checa. Ver la evolución de la basílica de San Jorge a lo largo de los siglos y comprobar que sigue conservando toda su originalidad es todo un placer.