El conjunto monumental que conforma el Castillo de Praga contiene lugares que por sí mismos son dignos de visitar individualmente, y no nos referimos sólo a la célebre catedral de San Vito, que domina el paisaje de la capital checa, o al antiguo Palacio Real. Pasear, por ejemplo, por el pintoresco Callejón del Oro se ha convertido en casi una obligación para cualquier turista que visita la zona. Y, sin embargo, por su ubicación y por la competencia histórico-artística de su entorno, es posible que pase desapercibido.
La historia de este rincón y de sus moradores, entre los que se encuentra Franz Kafka, sin duda el praguense más célebre del siglo XX, así como la peculiar belleza del lugar y el interés de los lugares que se pueden divisar desde el Callejón del Oro, son razones más que suficientes para zambullirnos en él. Pero antes, sepamos en qué lugar del castillo se sitúa.
Dónde está el Callejón del Oro de Praga
Zlatá Ulička, nombre en checo del Callejón del Oro, se ubica en el extremo noreste del Castillo de Praga. Es una callejuela situada en el perímetro interior de la muralla norte de la fortificación, en su tramo más al este. Se encuentra, por tanto, en el extremo opuesto a la puerta principal de acceso al castillo en la plaza Hradčany.
Será necesario, por tanto, atravesar la catedral de San Vito y su plaza lateral con el monolito de Plečnik, así como la calle que pasa por la basílica de San Jorge. Una vez superada esta zona nos encontraremos en las inmediaciones del Callejón del Oro. En cualquier caso, en el conjunto monumental las indicaciones para llegar al callejón vienen debidamente señalizadas.
Historia de Zlatá Ulička, el Callejón del Oro
La historia del conjunto monumental del castillo tiene su origen en el siglo IX. Pero hasta nuestros días el emplazamiento no ha parado de modificarse. El Callejón de Oro se trazó en un periodo más o menos “reciente” dentro de la historia de la fortificación. Fue en tiempos del emperador Rodolfo II (Viena, 1552 – Praga, 1612) cuando se decidió abrir la calleja para albergar a los mejores tiradores de la guardia, con el fin de controlar día y noche aquel flanco de la muralla fortificada.
Sin embargo, rápidamente en las inmediaciones del callejón se asentaron todo tipo de “bichos raros” entre los que se encontraban astrólogos, alquimistas, magos, cazafortunas, charlatanes y, también, estafadores procedentes de toda Europa.
Rodolfo II ha pasado a la historia como uno de los grandes mecenas de la modernidad; no sólo protegió las artes, acogiendo en su corte a artistas, digamos, “peculiares” como Archimboldo, sino especialmente a representantes de lo que se conocía por la época como Filosofía Natural. Esto último consistía en un compendio de disciplinas entre las que se encontraba indistintamente las ciencias experimentales (Matemática, Astronomía, Botánica, con protegidos de la talla de los astrónomos Tycho Brahe y su discípulo Johannes Kepler) y la corriente más especulativa, que en aquel entonces se seguía tomando completamente en serio, como la astrología, la magia y la alquimia.
Es, precisamente, la proliferación de laboratorios para tratar de convertir el plomo, o cualquier otro material “plebeyo”, en el noble oro, objetivo último que buscaban los alquimistas, el que terminó dando nombre a este callejón. También el hecho de que se encontrara una representación más o menos discreta de orfebres, muchos de los cuales sí que trabajaban en esta callejuela con el dorado metal (el de verdad) y contribuyó al apelativo de la calle.
A partir de la segunda mitad del siglo XVIII, la casa Habsburgo abandonó definitivamente el castillo, que había sido su sede imperial hasta entonces para trasladarse a Viena. A partir de aquel momento, la fortificación fue deteriorándose. Los vecinos más pobres de Praga encontraron en el Callejón del Oro un emplazamiento perfecto en el que habitar y hasta allí se trasladaron.
No fue hasta principios del siglo XX cuando artistas e intelectuales de Praga posaron su mirada en el peculiar rincón y muchos de ellos se fueron a vivir allí con el fin de encontrar la tan ansiada inspiración, poniendo de moda la zona, de paso.
Casa de Kafka en el Callejón del Oro
Buena parte de los turistas llegan al Callejón del Oro buscando la casa de Franz Kafka, pero lo cierto es que aunque Kafka sí que vivió en el lugar durante un periodo más o menos corto, jamás fue su vivienda propia.
Siendo la callejuela polo de atracción de la bohemia artística y literaria de la época, el célebre escritor no dudó en mudarse allí, a la casa en la que vivía su hermana, entre 1916 y 1917. De esta estancia el literato creó el conjunto de cuentos que vino a titularse ‘Un médico rural’. La vivienda en la que habitó Kafka se encuentra en el número 22 del Callejón del Oro.
Qué ver en el Callejón del Oro (y gratis)
Hoy día el Callejón del Oro es un polo de atracción de primer orden en los itinerarios turísticos de Praga. Por ello, no es extraño verlo siempre atestado de visitantes. Las coloridas casitas que parecen casi de muñecas, la belleza del suelo empedrado y, en definitiva, lo sumamente pintoresco de todo el conjunto hace las delicias del turista más escéptico.
Además de poder visitar la casa de Kafka en el número 22 de la calle, consagrada como no podía ser menos a su insigne morador; también es interesante pasarse por una de las múltiples tiendas de grabado, joyería y estampas que conforman la calleja. Hay galerías de artes, tiendecitas de marionetas y salas de exposiciones que muestran la historia de la zona.
Al final de la calle, una verja permite ver a su derecha una enorme torre del Homenaje cuadrangular. A la izquierda, también hay otra torre, en este caso circular y algo más modesta que la anterior. Este torreón circular se conoce como Daliborká. En su tiempo se utilizó como prisión. La leyenda dice que tuvo como primer prisionero a un caballero llamado Dalibor (de ahí su nombre). Según el relato, Dalibor pasaba mucha hambre, por lo que comenzó a tocar el violín desde su celda y lo hacía tan bien que los vecinos de Praga subían a la zona del castillo sólo para escucharlo. Él bajaba una cesta con una cuerda desde el vano de su calabozo y su “público” en agradecimiento por el lastimero recital depositaba comida. El reo, finalmente, consiguió la libertad.