La ciudad de Praga es un testigo viviente de la historia europea. Durante el siglo XX sufrió de primera mano los acontecimientos que asolaron al mundo entero. Tras la I Guerra Mundial se fundó Checoslovaquia, como un estado sucesor del Imperio austro-húngaro. Estaba formado por los territorios actuales de la República Checa, Eslovaquia y Rutenia del Cárpato. A pesar de los problemas étnicos que planteaban las minorías, fue una república democrática que prosperó durante el período de entre guerras. Praga fue la sede central del gobierno y la capital del estado checo.

Cuando Hitler ocupa Praga durante la II Guerra Mundial, los nazis inician la persecución en la ciudad del pueblo judío, enviando a la mayoría a campos de concentración y exterminándolos. En 1945, el ejército soviético liberará Praga y, poco después, Checoslovaquia se pondrá bajo la protección de la Unión Soviética al unirse al bloque comunista. Para todos aquellos amantes de la historia, el Museo del Comunismo supone una manera diferente de conocer los entresijos de este período que marcará para siempre a todo el país.

El contexto en el que se mueve el Museo del Comunismo

Siempre es mejor ponernos un poco en situación para comprender bien lo que un museo nos quiere transmitir. En el caso del Museo del Comunismo de Praga, conocer algunos de los datos y eventos más destacados de esta etapa puede resultar necesario para aprovechar la visita al máximo.

Tras la II Guerra Mundial, Checoslovaquia se encuentra de nuevo como un país libre. Pero el inicio de la Guerra Fría va a traer consigo cada vez más adeptos a favor de la ideología comunista. Las constantes presiones al presidente Edvard Beneš desembocan en el conocido como Golpe de Praga o “el febrero victorioso”: el 25 de febrero de 1948, tras un golpe de estado, Beneš cede definitivamente el poder a  Klement Gottwald y así el Partido Comunista accede al gobierno checoslovaco. Desde este momento comienza una época de gran represión estalinista.

 

 

Desaparece la propiedad privada y el país comienza a ser controlado gracias al temor, al miedo que los ciudadanos tenían de expresar ideas en contra de este nuevo gobierno. Casi tres millones de personas de origen alemán fueron expulsados de Checoslovaquia y se promueve el ateísmo. Con la muerte de Stalin en 1953 se intenta eliminar el exceso de culto a su personalidad, así como promover una serie de reformas.

La esperanza de los checos llega con el período conocido como la Primavera de Praga. En enero de 1968 el líder reformista Alexander Dubček sale elegido como Primer Secretario del Partido Comunista de Checoslovaquia, intentando iniciar una fase de liberación política. Las manifestaciones y los mítines para apoyar estas ideas no se hicieron esperar, una situación que la Unión Soviética no tardo en solucionar. Aunque será un breve momento de florecimiento, sobre todo en el campo artístico, todo se desvanecerá cuando los países del bloque soviético invadan Checoslovaquia y contengan estas reformas para volver a tomar el control. Los tanques avanzaron por Praga y el control comunista se restableció, deteniendo a miles de personas.

Sin embargo, la mecha ya estaba encendida. Durante la década de 1970 el sentimiento anticomunista seguirá creciendo y personalidades como Václav Havel comienzan a poner voz a la libertad. La rebelión que se estaba gestando desemboca en la conocida Revolución de Terciopelo de 1989, un movimiento de tipo pacífico que favorecerá la caída del comunismo y tendrá a Praga como escenario central.

El poder de las más de 200.000 personas que salieron a las calles, además de una huelga general que inmovilizó toda Checoslovaquia demostró la fuerza de los ciudadanos. Todo ello unido a la vigente Doctrina Sinatra implantada por Gorbachov, que permitía a los diferentes países del Pacto de Varsovia resolver su política interna, y la caída del muro de Berlín, conseguirá la retirada del Partido Comunista de Checoslovaquia. Havel será elegido presidente a finales de 1989. En 1993 se decide volver a la situación anterior, surgiendo de nuevo la República Checa y Eslovaquia.

Qué podemos encontrar en el Museo del Comunismo de Praga

Todo este convulso período es sobre el que podemos profundizar al sumergirnos en el Museo del Comunismo. Si te encuentras paseando por la plaza de Wenceslao, puede ser un buen momento para acercarse a este peculiar espacio, situado a muy corta distancia, dentro del bello edificio del Palacio Savarin.

Se inaugura en el año 2001 y su fundador es el empresario estadounidense Glenn Spicker. Tras gastar miles de dólares en la compra de diversos objetos y artefactos, le pedirá al experto Jan Kaplan que diseñe un museo para exponer las diferentes piezas. El resultado es un espacio dividido en tres secciones donde se muestran los diferentes aspectos y la realidad de un país que vivió inmerso en el comunismo:

  • El Sueño. En esta primera zona se muestra toda una colección de propaganda que se distribuyeron por Praga para tratar de difundir los ideales comunistas. Reproducciones de estatuas de Stalin o Lenin serán algunos de los ejemplos que podrás ver en estas salas, para entender la importancia del culto a la personalidad del estalinismo.
  • La Realidad. Todos los sueños acaban y en la siguiente sección se muestra la vida cotidiana de los ciudadanos tal como era de verdad, bajo el régimen comunista. Escasez de productos de primera necesidad, represión, censura… e intentar controlar a la población a través de la educación, el deporte o el arte. Hasta podrás ver como era una clase en la escuela. Especialmente interesante es la parte dedicada a la policía secreta, a los medios de control que utilizaban, además de recrear a escala real una sala de interrogatorios. Un escenario digno de una película sobre la Guerra Fría.
  • La Pesadilla. Cuando te despiertas del sueño y descubres la realidad que te rodea, todo se convierte en una pesadilla. Los campos de trabajo, la ocupación que siguió a la Primavera de Praga, documentos visuales que desembocan al fin en la Revolución de Terciopelo, un momento de la historia a la que el Museo del Comunismo dedica la última parte. El fin de la pesadilla estaba por fin al alcance de sus ciudadanos.

Es una experiencia recomendable para todos los amantes de la historia, de los museos que se salen un poco de lo normal, singulares, capaces de enseñarnos mucho más sobre una etapa imborrable para Praga. Nos hará entender mejor su presente y su futuro. Gracias a las fotografías de archivo, la documentación histórica, las instalaciones y las entrevistas, podemos recrear en nuestra mente este agitado capítulo.