Para un admirador de Franz Kafka resulta obligatorio seguir sus pasos por la ciudad que lo vio nacer, lo inspiró y en la que vivió prácticamente toda su vida: Praga. Sin embargo, si no estás muy familiarizado con la obra de este insigne escritor, también puedes aprovechar tu visita a la capital checa para entrar en contacto con este bohemio personaje, descubriendo algunos de los lugares más bellos de Praga a través de los ojos de Kafka.
Aunque durante algún tiempo la obra de Kafka fue rechazada por muchos de sus conciudadanos, ya que estaba escrita en alemán, a día de hoy es raro pasear por una calle de Praga y no encontrar algún símbolo dedicado a su vecino más célebre. Esculturas, placas conmemorativas, tiendas de recuerdos y, sobre todo, el Museo Franz Kafka. Esta exhibición permanente intenta hacer palpable la particular atmósfera que el escritor describe en sus páginas, angustiante y sombría. Conocer Praga de la mano de Kafka es una experiencia que no te puedes perder.
La huella de Franz Kafka en Praga
Los sentimientos de Kafka por su ciudad van del amor al odio. Praga le obsesionaba y, a la vez, se sentía atrapado por ella. El influjo que ejerció en sus escritos, aunque nunca llegue a mencionarla directamente, es más que evidente. Podemos conocer mucho más sobre su personalidad haciendo un recorrido por los lugares más destacados de su biografía.
Kafka nace el 3 de julio de 1883 en el seno de una familia de judíos asquenazíes, que formaban parte de la alta sociedad de Praga. La primera parada de esta ruta kafkiana se encuentra en el actual número cinco de la calle U. Radnice, en los límites de Josefov, el barrio judío, y muy cerca de la Plaza de la Ciudad Vieja. Aunque la casa que hay en la actualidad data del año 1902, queda la fachada como testigo, además de una placa que nos informa de que aquí estuvo el primer hogar del escritor. Imagina a ese niño que se asoma por la ventana y contempla la iglesia de San Nicolás.
Fue el mayor de seis hermanos y la tragedia no tardó en llegar a su familia. Sus dos hermanos menores murieron antes de cumplir Franz los siete años. Sus tres hermanas vivirían hasta la ocupación nazi, pereciendo en el Holocausto. La actitud autoritaria y déspota del padre marcaría la educación de Kafka.
No eran una familia muy apegada a las tradiciones judías, por lo que Franz pronto se entusiasmo con el socialismo. Como era habitual en la Praga de aquella época, hablaba checo y alemán. Entre sus escritores favoritos estaban Nietzsche, Flaubert, Goethe y Cervantes. La personalidad de Kafka se va formando entre las pequeñas calles del barrio judío y la ciudad vieja. Es en el Josefov, antes de llegar a la sinagoga Española, donde te toparás con el enorme Monumento a Kafka, una escultura en bronce de cuatro metros realizada por Jaroslav Róna y que intenta simbolizar su filosofía literaria, la constante angustia del hombre frente a su realidad.
Entre 1907 y 1913 vivirá en ‘la casa del Barco’, en la calle Parizska. Desde allí podía ver el río Moldava y el Puente de Carlos, escenarios que le inspirarán para escribir La condena. No lejos de aquel lugar hallaremos otro de los lujosos edificios donde vivirá la familia, la casa Oppelt. Si ponemos rumbo al Castillo de Praga, monumento cuyas impresiones Kafka dejará plasmadas en su obra El Castillo, llegaremos hasta el Callejón del Oro. Aquí, en el número 22 se sitúa uno de los enclaves más importantes en la vida del escritor. En esta casa vivió un corto tiempo con su hermana Ottla. Al alejarse de la figura opresora de su padre, libera su mente y será en esta pequeña casa de piedra donde dé rienda suelta a su escritura. Es uno de los lugares de culto para los kafkianos.
Los paseos que Kafka realizaba por su querida Praga los podemos recrear en el Parque Chotek, de los cuales afirmaba que eran el sitio más hermoso de toda la ciudad. Por el Jardín Real o por el Botánico transcurrían sus tardes. En pie están todavía el café Slavia y el café Louvre, donde Kafka y otros intelectuales de la época pasaban horas debatiendo.
Al autor de La metamorfosis le fue diagnosticada tuberculosis a la temprana edad de 34 años, pasando muchos períodos convaleciente, pero sin dejar de escribir. En 1924 su enfermedad se agrava e ingresa en el sanatorio Dr. Hoffmann de Kierling, donde muere el 3 de junio. No vería el horror que supondría la llegada de los nazis, como sí lo sufrirían sus hermanas. Le entierran el 11 de junio en el cementerio judío de Žižkov, junto a sus padres. Aquí podrás leer una placa que recuerda a las hermanas de Kafka.
El Museo Franz Kafka de Praga
Dar una visión general sobre la compleja personalidad del escritor y lo que significa su obra en unas pocas líneas es imposible. La mejor manera de acercarse a entender el mundo interior de Kafka es conocer la simbiosis que se crea entre él y su ciudad natal. En ninguna de sus novelas o cuentos menciona sitios concretos o calles, pero no hace falta. Conocía Praga a la perfección y así lo deja grabado en sus escritos.
En sus cuadernos y diarios, Kafka describe sentimientos de desamparo, soledad, agobio o persecución. Sensaciones que nos transmiten cualquiera de sus obras. Atormentado pero a la vez intentando sacar el máximo jugo a la vida, es esa la dicotomía a la que se enfrentan sus personajes. Conflictos, ansiedad, culpa y dudas existenciales se mezclan con elementos fantásticos para crear protagonistas tan irrepetibles como Gregorio Samsa, al cual convierte en un monstruoso insecto en La metamorfosis.
Estas atmósferas claustrofóbicas son las que el Museo Franz Kafka trata de conseguir durante la visita. Esta galería abre sus puertas en el año 2005, en el edificio que ocupaba la antigua fábrica de ladrillos Herget en el barrio de Malá Strana, a pocos pasos del Puente de Carlos. La exposición está organizada en dos espacios:
- Espacio existencial. A través de numerosas fotografías, cartas y diversos objetos del autor, como su diploma de estudios en Derecho, recorremos la infancia y la formación de Kafka. Pero siempre teniendo como referencia a Praga, al influjo de la ciudad sobre el escritor. Era a la vez una cárcel y un refugio, la urbe le atraía con su encanto mágico pero también le condenaba en ocasiones, como al tener que enfrentarse a la autoridad de su padre. La correspondencia que mantuvo con los amores de su vida, con queridos amigos o compañeros, pequeños dibujos hechos por el propio Kafka, primeras ediciones de sus novelas o los períodos más severos de su enfermedad, son capaces de proyectar una imagen en nuestra mente para imaginarnos como era la Praga de Kafka.
- Topografía imaginaria. Es en esta sala donde hallamos el verdadero atractivo del museo. Aquí la ciudad se transforma para enseñarnos como la imagina Kafka en sus páginas. La propia urbe ha sufrido una metamorfosis y a través de diferentes montajes se nos muestra una imagen deformada, irreal, sitios que en las obras del escritor guardan oscuros secretos. El sonido juega un papel fundamental, sobre todo en la parte dedicada a Gregorio Samsa. Ruidos constantes de insectos nos acompañarán en el recorrido por este universo kafkiano, creando la misma tensión y desasosiego que al leer a su autor.
Aunque algunas de las explicaciones solo están en checo o en alemán, solo el ambiente casi espeluznante que nos transporta a los escenarios más recónditos de Kafka ya merece una visita al museo. Un espacio peculiar en el que entrar en contacto con una de las mentes literatas más brillantes del siglo XX. A la entrada no olvides pararte en la fuente diseñada por David Černý: las figuras de dos hombres orinando y escribiendo mensajes sobre la silueta de la República Checa no está exenta de polémica y anima a los visitantes a interactuar, mandado mensajes desde sus móviles para que las figuras los “escriban”.