Al suroeste de la Península Ibérica, en una vasta extensión que abarca las provincias de Huelva, Cádiz y Sevilla, yace la que es considerada mayor reserva ecológica de Europa. Se trata del Parque Nacional de Doñana, un espacio natural protegido cuya privilegiada situación geográfica entre dos continentes —el europeo y el africano— y dos masas de agua —el Atlántico y el Mediterráneo—, lo convierte en un preciado tesoro de la naturaleza. Grabada en el imaginario popular bajo la estampa de un extenso humedal plagado de flamencos y otras especies aviares, la historia nos demuestra que Doñana es mucho más que eso. Restos arqueológicos encontrados en sus dominios han puestos de relieve su pasado como enclave valioso para muchas civilizaciones antiguas, desde el lejano Neolítico hasta el posterior tránsito de tartesios, fenicios y romanos. Es, además, escenario inseparable de la famosa romería de El Rocío, un fenómeno religioso con siglos de historia en Huelva, cuya celebración a principios de junio da lugar a la peregrinación masiva de rocieros —devotos de dicha virgen— a través de las dunas del parque.
Desde 1994, la zona de Doñana es considerada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, y una red de centros de visitantes esparcidos por sus inmediaciones organizan visitas guiadas a través de sus senderos. Aquí da comienzo nuestra particular visita al corazón del parque, a sus orígenes y a su presente.
Un humedal con siglos de historia detrás
En 1923, un arqueólogo alemán quiso descubrir bajo las dunas de Doñana la mayor de todas las ciudades tartésicas, y en su lugar no halló más que montones de arena. Por fortuna, han sido varios los restos arqueológicos que a lo largo del tiempo sí han demostrado, en conjunción con textos antiguos, la presencia romana en Doñana y su interés por los recursos pesqueros y salineros de la zona.
Posteriormente, tras la expulsión árabe en el siglo XIII, el rey Sancho IV cedió los dominios a Guzmán el Bueno —fundador de la casa de Medina Sidonia—, dando así comienzo a un período de seiscientos años de propiedad nobiliaria en Doñana. Durante todo este tiempo, los sucesivos duques no dudaron en explotar las tierras. Si bien la agricultura no fue exitosa debido a la naturaleza pantanosa del terreno, pronto las tierras de Doñana se convirtieron en el coto de caza preferido para la realeza, desfilando por sus senderos figuras tan notables como el duque Filiberto de Saboya; o los monarcas Felipe IV, Felipe V o Alfonso XII. Sin embargo, esto no impidió el tránsito esporádico de otros tantos personajes de variopinta procedencia. Lugar de paso para pastores, rocieros y militares, el inhóspito y aislado entorno de Doñana también fue utilizado durante siglos como ruta clandestina de mercancías a fin de evitar la aduana gaditana.
En 1900, los terrenos abandonan para siempre las manos de la familia Medina Sidonia. Comienza así su traspaso entre diferentes propietarios nobles hasta que, en 1963, el Estado compra definitivamente los terrenos y estos se consolidan como Parque Nacional de Doñana. Esto traerá consigo una avalancha de expediciones por parte de numerosos naturalistas, cuya labor conservacionista a lo largo de décadas hoy permite visitar un Doñana en estado puro.
Los principales atractivos del parque
A pesar de que sus contornos costeros están bañados por el océano Atlántico, la climatología de Doñana es predominantemente mediterránea, con una estación lluviosa en invierno y otra de especial aridez en verano. Precisamente es esta condición de encrucijada territorial la que convierte al parque en una de las mayores reservas faunísticas de Europa.
A lo largo del año, más de trescientas especies aviares transitan el paraje, de las cuales muchas lo utilizan también como lugar de incubación y cría. A esto se le suma una elevada cantidad de mamíferos, entre los que destaca el lince ibérico —en peligro de extinción—, el ciervo o el jabalí; y otras tantas especies de reptiles, anfibios y peces de agua dulce.
Doñana conforma también un sorprendente mosaico de ecosistemas, cuya convivencia en menos de 100.000 hectáreas de tierra embellecen el paisaje a más no poder. El habitual bosque mediterráneo, salpicado de pinos silvestres y matorrales —como las jaras o el romero—, se codean vivamente con extensísimas zonas de marisma plagadas de aves acuáticas, o con mares de dunas móviles como los de Matalascañas.
Un espectáculo de la naturaleza que encuentra su complemento ideal en los catorce pueblos que, a lo largo de Huelva, Cádiz y Sevilla, delimitan el perímetro del espacio protegido. El municipio de Almonte, que acoge la famosa aldea de El Rocío —punto de encuentro de romeros en junio—, o el municipio de Hinojos, son sólo ejemplos de la tradicional arquitectura andaluza de casas blancas que exhibe la zona.
Cómo visitar el Parque Nacional de Doñana
A pesar de que en la actualidad el Parque Nacional de Doñana permite a sus visitantes recorrerlo libremente —a pie o en bicicleta—, la opción más recomendable para explorarlo sigue siendo la contratación de una visita guiada por profesionales. El Parque Nacional de Doñana, corazón del paraje, y el conocido como preparque —o parque natural—, suman juntos la impresionante extensión de 117.000 hectáreas, lo cual convierte en indispensable el uso de vehículos para abarcar las diferentes zonas en un solo día.
El Centro de visitantes de El Acebuche, ubicado en el municipio costero de Matalascañas, es una de las principales puertas de entrada a Doñana. Además, comparte cortijo con la Cooperativa Marismas del Rocío, una de las mayores empresas especializadas en visitas guiadas por el parque. Con una duración aproximada de cuatro horas, sus tours se realizan en vehículos todo-terreno, acompañados de un guía-conductor que muestra tanto los ecosistemas mencionados como los usos tradicionales asociados a los mismos. Su precio oscila desde los 42 euros de la visita compartida hasta los 180 euros de la visita privada —ambas con comida incluida—.
El Centro de visitantes Fábrica de Hielo (Sanlúcar de Barrameda), en plena desembocadura del río Guadalquivir, o el Centro de visitantes Palacio del Acebrón, en la aldea de El Rocío, son las otras dos entradas importantes al parque. Allí también es posible encontrar empresas que presten servicios de visita guiada.
Y si lo que se busca es otro tipo de experiencia, también es posible remontar el río Guadalquivir desde Sanlúcar en el conocido como Buque Real Fernando: un bonito barco cuya chimenea y forma recuerdan a las tradicionales embarcaciones de vapor; y cuyo recorrido fluvial ayuda a conocer aspectos históricos y geomorfológicos de la comarca y la importancia histórica del río que la cruza.