Por muy difícil que se lo ponga, la iglesia de San Salvador de Cora tiene cada vez más presencia en los circuitos turísticos. Primero, porque no se encuentra en el centro histórico de Sultanhamet, sino en el barrio Edirnekapi, al este del Cuerno de Oro. Segundo, porque la confusión de nombres que le han ido asignando es espectacular.
Por una parte, se aceptan las denominaciones tanto de Salvador de Cora como Chora. Por otra, como mezquita ha sido llamada ‘Atik Ali Paþa Camii’, luego ‘Kenise Camii’ y ‘Kariye Camii’ hasta convertirse, por fin, en el Kariye Museum que hoy conocemos. Es quizá por eso que muchos se han desalentado con sólo buscar el nombre en las guías.
Además, el barrio de Edirnekapi no tiene fama de ser precisamente el más seguro de la ciudad, salvo en las horas del día. Un barrio descuidado pero con encanto y personalidad, con callejuelas y bazares y mucha vida local. San Salvador de Cora es un refugio aquí, en el Cuerno de Oro, para algunos de los mosaicos más deslumbrantes de todo el arte bizantino, toda una referencia para las guías de Arte.
Y es que en el espacio diáfano de la iglesia de San Salvador de Cora no encontraremos nada más. Solo el oro de los mosaicos, los frescos y mármoles policromados que adornan sus paredes y suelos. San Salvador de Cora ha intentado esquivar la fama exitósamente, pero las tornas empiezan a cambiar.
San Salvador de Cora, historia de una iglesia en las afueras
La construcción de la iglesia de San Salvador de Cora se inicia en el siglo IV, el mismo siglo en el que Constantino decide crear una ‘nueva Roma’, una nueva capital para el imperio. Y esa capital sería Constantinopla. Comenzaba la historia del Imperio Bizantino. No obstante, San Salvador de Cora fue levantada fuera de las murallas de Constantino el Grande. ‘Cora’, que significa campo en griego, hacía referencia a esta localización en el exterior de la urbe.
La nueva iglesia nació como un edificio adjunto a un antiguo monasterio, que ya se encontraba a las afueras de la ciudad. No sería hasta un siglo después, con la construcción de las Murallas de Teodosio II, que el monasterio volviese a quedar intramuros y a cobijo de posibles ataques.
Desde aquel momento, la iglesia de San Salvador de Cora habría de sufrir numerosas remodelaciones. La suegra del emperador bizantino Alejo I Comneno, Maria Dukaina, fue la que más contribuyó no obstante a darle su forma actual. Eso fue en el año 1081. El templo quedaba concluido con una planta de cruz griega inscrita, un canon para el resto de iglesias ortodoxas. En total, San Salvador de Cora fue restaurada unas cinco veces, por lo que su forma original se ha ido difuminando.
A principios del XII, por ejemplo, un terremoto destruyó en gran parte la iglesia. La reconstrucción duró siglos, pero fue en el proceso cuando se dio el cambio que alteraría para siempre el destino de San Salvador de Cora. Nos referemios a los frescos y mosaicos con los que Teodoro Metochites –poeta, científico, mecenas, auditor de la Tesorería Real– encargó tapizar su interior. Después de pasar sus últimos años de vida como monje en el monasterio fue enterrado allí mismo, en el templo que tanto cuidó.
Durante el asedio final de Constantinopla, en 1453, esta iglesia era parte de las murallas defensivas justo en su punto más débil, en el oeste. El icono de Theotokus Hodegetria fue llevado allí por el pueblo para suplicar ayuda divina. Era La Virgen Odihitria u Hodigitria. Ésta era una de las tres formas de representar a la Virgen en la iglesia ortodoxa, en la que la madre señala al niño Jesús haciendo referencia a que ‘Él es el camino’. En Europa, esta representación era conocida como ‘Virgen del Camino’.
Pero la Virgen no pudo ayudarles en esta ocasión. Con la conquista otomana, el Gran Visir del Sultán transformó la iglesia de San Salvador de Cora en una mezquita. Es entonces cuando los frescos son enlucidos o enyesados, para cumplir con la prohibición islámica de representar figuras humanas o animales. En 1948, dos miembros del Instituo Bizantino Americano, junto con otras instituciones, financiaron su restauración y, diez años después, el Museo Kariye iniciaba su andadura.
Mosaicos y frescos de la iglesia de San Salvador de Cora
San Salvador de Cora divide su espacio en tres partes: la entrada o nártex; la parte principal o naos, y la capilla lateral o pareclesion. Tiene además seis cúpulas, dos en el exonártex, una en el paraclesion y dos en la naos. Como en otros casos de la arquitectura bizantina, éstas van creciendo en oleadas conforme se acercan a la cúpula central. Esta medida no es sólo estética: con ello se va desviando el peso de la cúpula más grande hacia el exterior.
Lo primero a lo que accederemos, por la puerta del oeste, será al exonártex, la parte externa de la entrada. Éste fue un añadido de Teodoro Metoquites, uno de esos elementos que dan a a la iglesia de San Salvador de Cora una forma tan inusual en muchos aspectos. Aquí encontraremos escenas principalmente del Nuevo Testamento. Tiene además dos medallones en sus dos cúpulas, representando a Cristo en uno y en otro a la Virgen con el niño.
Desde el exonártex o nártex externo accedemos al nártex interior. Ambos espacios comunican con el Paraclesion formando un espacio, en forma de L, que parece dar cobijo a la nave central. El nártex interno sí es parte de la iglesia original. En él encontramos una serie de 17 mosaicos que hacen referencia a la vida de la Virgen.
El paraclesion de la iglesia de San Salvador de Cora es, por otro lado, el mejor ejemplo de este tipo de elemento arquitectónico bizantino que hemos conservado. En él encontraremos los frescos principales de la iglesia, en los que el esplendor de los mosaicos se cambia por el movimiento y la expresividad de las figuras dibujadas. Éstas eran las capillas funerarias.
Por último, la nave central o naos cuenta con la cúpula más grande del edificio, de 7,7 metros de diámetro. En comparación, la decoración es más austera aquí, destacando el mármol policromado de suelos y paredes. Además de por sus frescos, este espacio destaca por su ábside semicircular, con tres ventanas de estilizados arcos rebajados.
Museo Kariye
Cada uno de los frescos y mosaicos de la iglesia de San Salvador de Cora, como casi todo en el arte bizantino, arrastra una fuerte carga simbólica. Todos los elementos, desde los personajes y el tema elegidos, buscan transmitirnos algo. También los colores tienen aquí significado: el naranja puede ser la Verdad, representada en la llama del Espíritu Santo; el blanco, la pureza; y el púrpura un atributo de la realeza. Metaquites fue también el encargado de decorar con mármol todo el templo.
Son muchas las representaciones destacadas en San Salvador de Cora. Las series de la Vida de la Virgen, por ejemplo, nos muestran escenas de su boda, sus padres, el día en que dio a luz a Jesús así como aquél en el que duerme su último sueño, rodeada de su hijo y de los apóstoles (la Virgen Durmiente).
En una de sus cúpulas, Cristo aparece en un medallón sosteniendo los Evangelios. Columnas doradas se abren de forma radial desde su centro, cada una representando a un antepasado de Jesucristo desde los tiempos de Adán. En otra, de insuperable colorido, la Virgen sostiene al niño Jesús apuntando hacia él. De nuevo, los radios se abren desde el medallón, desplegando mosaicos ajedrezados o diseños florales que trepan por lo alto de la cúpula.
San Salvador de Cora tiene representaciones del Juicio Final, del descenso de Jesús a los Infiernos o de las diferentes etapas de su vida (con milagros, curaciones, o episodios como del de la bodas de Caná). Sus frescos del Paraclesion, las criptas funerarias, parecen apuntar sin embargo a un mensaje de esperanza: todo aquí parece relacionarse con el triunfo de la Resurrección.
En la “Anastasis”, por ejemplo, Cristo aparece pisando las puertas del infierno, hasta donde ha descendido. Por la fuerza, parece querer sacar de allí a diferentes personajes como Adán y Eva o a los viejos Patriarcas. Satán, mientras, aparece atado de manos. Como podemos observar, no se trata de representaciones medievales al uso, sino de figuras llenas de movimiento y de expresión en sus emociones. Y, de entre tantos significados y símbolos, ninguno nos alcanza tanto hoy día como el que guarda su propia belleza, su sentido estético.