Ruta por los oasis y el desierto occidental de Egipto
Trazamos una ruta por los oasis y los vasos desiertos de occidente de Egipto. Un itinerario contrapuesto al turismo de masas y que promete una travesía llena de emociones y en constante diálogo con el pasado de este país mágico. Por Jordi Canal-Soler
Cuando se piensa en Egipto suelen venir a la mente imágenes de las Pirámides, la Esfinge, el Nilo y las ruinas de Karnak en Luxor. Quizá, si se han visto muchos documentales y hojeado muchos libros, se evocarán también el Valle de los Reyes o hasta las majestuosas construcciones de Abu Simbel. Pero raramente se mencionan, y menos aún se conocen, los vastos desiertos de occidente y sus oasis.
Lejos del tránsito de las rutas tradicionales a lo largo del río Nilo, el desierto occidental de Egipto presenta zonas de una espectacular diversidad geológica
Y eso que, lejos del tránsito de las rutas tradicionales a lo largo del río Nilo, el desierto occidental de Egipto presenta zonas de una espectacular diversidad geológica, y los seis grandes oasis que se encuentran entre Libia y el Nilo son conocidos desde la antigüedad como lugares de alta producción agrícola y como puntos de aprovisionamiento y descanso para las caravanas de beduinos que comerciaban con el interior de África.
Dromedarios en un desierto de Egipto
De El Cairo al oasis de Bahariya, rumbo a la historia
Un recorrido por el desierto suele partir de El Cairo, dejando el bullicio y el ruido de la capital para recorrer la moderna carretera que conduce hasta el oasis de Bahariya, donde reina la paz. La mayoría de estos oasis se encuentran en depresiones naturales de la roca, donde las aguas freáticas bajo el árido desierto afloran en numerosas fuentes e incluso lagos. Algunas de estas fuentes son de aguas termales, y muchas almacenan su agua en cisternas al aire libre que nos permiten un baño caliente a la luz del atardecer.
Aquí en Bahariya se conrean mangos, guayabas, dátiles y aceitunas, y ya desde épocas predinásticas el oasis era un importante centro agrícola reconocido por su vino. En 1996 a un burro que caminaba por la zona arqueológica del oasis se le quedó atrapada una pata en un agujero y tras liberarlo, su amo percibió unos destellos dorados en el fondo oscuro. Así fue como se descubrió la primera de miles de momias de la época greco-romana ornamentadas con máscaras, muchas de ellas doradas, con lo que el lugar del descubrimiento ha pasado a llamarse el “Valle de las Momias de Oro” y su estudio está arrojando luz al conocimiento de la función de los oasis durante la historia antigua de Egipto.
El oasis de Bahariya
En las estribaciones del oasis de Bahariya, cerca de las montañas cubiertas de fina arena, hay preciosos espacios para poder acampar bajo las estrellas. Un fuego para calentarse, una pipa de agua para compartir y mucho tiempo para contar historias de los beduinos locales amenizarán una noche cargada de tranquilidad en lo más silencioso del desierto. Y a la mañana siguiente, cuando el sol rompa la noche y su luz empiece a calentar, iluminará de colores pastel un paisaje de postal que apenas ha cambiado desde hace siglos.
Casas del poblado de Bawiti., en el oasis de Bahariya
El gran Desierto Blanco, caprichos naturales
La carretera hacia el sur, antes de llegar al oasis de Farafra, atraviesa el gran Desierto Blanco, otra de las maravillas de esta parte poco frecuentada de Egipto y que está protegida como Parque Nacional. Se trata de un área donde el viento ha erosionado las grandes rocas de caliza creta dándole formas exóticas que lo han convertido en uno de los lugares de visita obligados para muchas escuelas egipcias y muchos turistas que empiezan a apreciar la belleza del lugar. Algunas de las formaciones parecen setas, otros animales y algunas de ellas árboles pétreos de escultura fascinante.
El contraste de la blancura de estas estructuras pétreas con el azul límpido del cielo sin nubes es tan grande que parece un paisaje surrealista. Y aún son más espectaculares a la salida o la puesta de sol, donde la luz anaranjada parece incendiar la piedra. A veces, según como le da la luz, el paisaje blanco parece incluso hecho de hielo, y si no fuera por el calor que reina en el ambiente se podría pensar que en vez del desierto africano uno se encuentra en el Ártico.
Una sorprendente formación rocosa en el Desierto Blanco
Ruta de los oasis
La carretera sigue hasta el oasis de Farafra, donde una pequeña comunidad de beduinos sobrevive gracias al agua de más de veinte pozos y fuentes que permiten irrigar los campos de palmeras, olivos e incluso trigo. Allí donde hay agua, hay vida en el desierto. O la había habido. En Farafra se encuentra la antigua ciudad medieval de de Al-Qasr, ahora abandonada. Con sus estrechas callejuelas, sus edificios tradicionales construidos con adobe y sus frescas estancias llenas del polvo de siglos de desuso, pasearse por Al-Qasr es como realizar un viaje al pasado, y es un testigo de la precariedad de la vida al límite que significa habitar en los oasis: pendiente de la cantidad de agua que puedan dar sus fuentes, vida o muerte dependiendo de su flujo.
Fachada del museo Badr de Farafra
Los amantes del arte folclórico encontrarán, en el Badr Museum de Farafra, una curiosa agrupación de las obras de Badr Abdel Moghny, un artista local que combina los colores naturales que encuentra en las rocas cercanas al oasis para sus pinturas y que ha decorado las paredes de su casa con relieves de barro que ilustran la vida del oasis.
Cerca de Farafra también se encuentra otro desierto, punteado por pequeños montículos coronados de piedra negra que parecen volcanes y que recuerdan paisajes de otros planetas. Desde la cima de una de estas montañas veremos el Desierto Negro, de poca extensión, pero de una belleza fascinante con sus montículos de cuarcita ennegrecida. Aquí el panorama parece lunar, contrastando enormemente con el Desierto Blanco que se dejó atrás.
El Desierto Negro
El siguiente oasis que la carretera cruza hacia el sur es el de Dakhla, el más aislado y uno de los mayores de Egipto. Más de 75.000 personas viven en este jardín de verdor que unos 520 pozos y fuentes se encargan de regar. Muy cerca ya se encuentran las dunas del desierto de arena, y el lugar abunda con centenares de dromedarios propiedad de los beduinos locales. Aquí es uno de los lugares más fáciles de entender la importancia de estos oasis situados en el desierto: eran escalas donde descansaban las caravanas antes de seguir hacia el Níger.
Minarete de la mezquita Nasr el Din en la aldea Al Qasr, en el oasis de Dakhla
Desde Kharga a Luxor, a orillas del Nilo
Y el último de los oasis a visitar antes de llegar al Nilo es el de Kharga, a unos 300 km del río. Para los antiguos egipcios este era el Desierto del Sur y desde la antigüedad ha sido el mayor de los oasis, situado en una depresión de más de 160 km de largo. Por aquí pasaban las caravanas que traían el oro y el marfil del Sudán. Esta riqueza atrajo a todas las dinastías que gobernaron Egipto en la antigüedad e incluso los persas, que reinaron en el país durante poco más de un siglo y medio edificaron aquí el Templo de Hibis. Es la obra mejor conservada de la dinastía Saite en Egipto, y sus relieves bien preservados están siendo aún estudiados para entender la conquista persa de Egipto en el siglo VI a.C.
El Templo de Hibis, en Kharga
Y el último de los oasis a visitar antes de llegar al Nilo es el de Kharga, a unos 300 km del río. Para los antiguos egipcios este era el Desierto del Sur y desde la antigüedad ha sido el mayor de los oasis, situado en una depresión de más de 160 km de largo. Por aquí pasaban las caravanas que traían el oro y el marfil del Sudán. Esta riqueza atrajo a todas las dinastías que gobernaron Egipto en la antigüedad e incluso los persas, que reinaron en el país durante poco más de un siglo y medio edificaron aquí el Templo de Hibis. Es la obra mejor conservada de la dinastía Saite en Egipto, y sus relieves bien preservados están siendo aún estudiados para entender la conquista persa de Egipto en el siglo VI a.C.
La entrada principal del Templo de Luxor
La Firma invitada de Pin and Travel: Jordi Canal-Soler
Barcelonés de nacimiento, escritor, fotógrafo y explorador de la diversidad del mundo, Jordi Canal-Soler es un viajero inagotable. Ha recorrido gran parte del planeta escribiendo, fotografiando y contando sus aventuras en primera persona en revistas como Viajes National Geographic, Altaïr, Zazpi Haizetara o Buen Viaje.
Jordi es autor de los libros Viaje al Blanco (Editorial UOC, 2014), Tierras del Norte (Nova Casa Editorial, 2016) y Los paisajes más fascinantes de Europa (Alhenamedia, 2018).
Sigue sus huellas en @jordicanalsoler