Santa Teresa, el último paraíso surfero de Costa Rica
Surf todos los días del año, atardeceres imborrables, deportes de aventura, naturaleza en estado puro y fiestas en la playa: así es Santa Teresa, en Costa Rica, el último refugio de los cazadores de olas.
Costa Rica ha sido siempre el destino favorito de los amantes de la naturaleza, de los aficionados a los animales exóticos, de los observadores de aves y de los que sienten verdadera locura por los deportes de aventura. Pero no solo eso, Costa Rica es también el país de esos viajeros independientes cuyo mejor compañero es una tabla de surf y cuya hoja de ruta se escribe día tras día.
Santa Teresa en Costa Rica, el paraíso alternativo
Por eso, no es de extrañar que aquí, en la Península Nicoya, en la provincia de Puntarenas, encuentren su particular paraíso; uno que se llama Santa Teresa y que es un antigua aldea de pescadores que comenzó a desarrollarse turísticamente hace apenas una década. Hoy, aunque todavía conserva todo su encanto original, se ha convertido en uno de los destinos en alza de Centroamérica. Gracias a su playa de arena blanca, donde el bosque llega prácticamente hasta el mar; sus vientos, que garantizan oleaje durante todo el año (con puntos de surf adecuados para todos los niveles de deportistas); y un ambiente relajado, donde las jornadas de olas y salitre terminan siempre en fiestas a ritmo de reggae o música latina con el escenario de unos atardeceres épicos.
Además de con la tabla, los visitantes de Santa Teresa pueden disfrutar de otras muchas actividades: hacer canopy (¿el deporte nacional de Costa Rica?), tomar algo en sus pequeños cafés mirando al mar, salir a hacer running al amanecer o alquilar una bicicleta para moverse por los alrededores, para llegar, por ejemplo, a Mal Pais. Un enclave perfecto para practicar el surf, a menos de 3 kilómetros; Playa Carmen, ideal para caminatas y ciclismo de montaña, o Montezuma, a 19 kilómetros.
Montezuma es un bonito y pintoresco pueblo abrazado por altos acantilados y jungla que, además del mismo espíritu que Santa Teresa, conserva aún sus casitas viejas de madera. Desde hace tiempo es refugio de artistas y bohemios de todo el mundo, cuya máxima expresión es el mercado de los sábados, donde se venden productos orgánicos y artesanía local, ropa, cerámica, cuadros… siempre acompañados de música.
En cuanto a las playas, en Montezuma también hay para elegir: acantilados rocosos o arenas finísimas. Playa Montezuma, por ejemplo, es una playa larga muy cerca del pueblo, genial para el baño; mientras que Piedra Colorado, a la que se llega tras una pequeña escalada de un cuarto de hora, es una solitaria y pequeña cala. Playa Grande, extensa y con buenas olas, es la playa surfera de manual; y Playa Las Manchas, con sus aguas turquesas, un lugar de postal.
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En Montezuma se encuentran unas de las cataratas más conocidas del país; tres cascadas de alrededor de 20 metros, que forman piscinas naturales. A ellas se puede llegar a pie desde el centro del pueblo en un paseo en el que salen al paso ríos, selvas, comunidades de monos juguetones y varios tipos de aves. Una vez allí, las posibilidades son infinitas: desde el simple chapuzón a caminatas de todas las dificultades, rutas en bicicleta, pesca, buceo o excursiones en un barco de suelo de cristal hasta la isla Tortuga.
La aventura continúa. A unos 10 kilómetros de Montezuma, en el extremo sur de la península de Nicoya, está el Parque Nacional de Cabo Blanco, el más antiguo de Costa Rica, (el país de los Parques Naturales), con más de mil hectáreas terrestres protegidas y casi dos mil marinas.
Su riqueza consiste en una vegetación con varios tipos de bosques y una variada fauna, compuesta por venados, monos congo y cara blanca, coyotes, pacas, armadillos, coatis y alrededor de 240 especies de aves (pelícanos pardos, piqueros morenos y tijeretas de mar...) que lo convierten en un verdadero santuario de los aficionados al avistamiento de aves.
A través de sus diferentes senderos forestales, se llega a espectaculares playas vírgenes, como la playa de Balsitas. Desde ella, a tan solo dos kilómetros de la costa, se puede ir a la Isla de Cabo Blanco, que da nombre al parque. En él viven fragatas, pelícanos y la mayor comunidad de Costa Rica de piqueros, una enorme biodiversidad concentrada en muy pocos metros cuadrados.
Dentro de la Bahía Ballena, a 69 kilómetros de Santa Teresa, se encuentra otra bonita playa, Playa Tambor, extensa y apropiada para el baño y los deportes acuáticos y con un gran variedad de servicios turísticos. En ella se ubica el Barceló Tambor, un resort todo incluido con habitaciones estilo colonial, todas las facilidades y extraordinarias vistas al Pacífico. ¿Te gustaría conocerlo?